- Fotos: Librería 'Barnes & Noble'. Richmond, Virginia. E.E.U.U.
Por Paola Rubio Ferrer
“Me encanta tocarlos, olerlos, tenerlos . . . sentir que son míos, que puedo mirarlos, manosearlos, dialogar con sus ideas” – contesté. Jamás me habían preguntado por mi atracción hacia los libros impresos, algo que parece sorprenderle a quienes conocen mi intensa actividad digital (como si una cosa contradijera a la otra). Y, sí. Sin aspavientos, me declaro fiel amante de los libros, de los libros como objeto, como arte y artefacto, como presencia y fetiche, como prueba concreta de la irreverencia que habita la vida a través del acto de escribir. El peso y el volumen de un libro es la sensación de hogar sostenida en la palma de la mano, es el comfort que sólo algunas cosas tangibles y cotidianas pueden producir: la taza de té caliente que me llevo a la boca, mientras un edredón de plumas me cobija, o el cigarillo que solía desvanecerse en las cóncavas madrugadas, matando el afán nervioso de mis manos.
Libros usados, libros antiguos, libros raros. Los libros que han pasado ya por otros dueños tienen magia; son cajones llenos de historias íntimas, de dialécticas fluorescentes, de dedicatorias firmadas por un ajeno tío Aníbal que transforma el voyerismo visual en uno evocativo, “Para mi sobrina Lucía, esperando que estas letras te acompañen en el sendero que ahora empiezas a caminar.” Libros con páginas ultrajadas y celebradas, dobladas y rasgadas, decoradas por una infancia que quebró la solemnidad textual con un arco iris de crayola.
Pero el libro, la idea que teníamos del libro, ha muerto. Esa noción ya no basta, ya no basta como escenario para la emancipación y renovación de las ideas, no basta como única asociación semántica para las nuevas maneras de entender los verbos leer, escribir, jugar y aprender. Sus dimensiones exactas y constrictivas, sugieren límites. Su campo de acción está supeditado a la geografía y a la proximidad física, y sus verdades están tatuadas en una plana textura a la que le es imposible ofrecer un contexto que trascienda los bordes de la página. Lo importante es entender que ésto no es una desventaja, necesariamente, porque puede promover la imaginación y la capacidad de análisis y porque la intimidad de ese diálogo del lector con el texto, es también un lugar fructífero.
No pretendo establecer jerarquías; de hecho, las posibilidades de cada instumento no cancelan las del otro, simplemente expanden la amalgama de lógicas para entender el mundo. La fotografía no es inferior al cine, ni los libros tradicionales son menos relevantes que los digitales; estamos de acuerdo, pero este caso se asemeja más al cuestionamiento que se hizo la pintura, como medio artístico, después de que la fotografía apareciera. La pintura no se dejó vencer por el delirio fatalista que ahora tienen los detractores de lo digital/fanáticos de lo análogo. No. Por el contrario, los pintores ampliaron las posibilidades del medio y lo resemantizaron, dejaron de limitarse a la labor representativa y se abrieron a la abstracción y a muchas otras formas de expresión. La cámara fotográfica, lejos de matar a la pintura, la reinventó. ¿Por qué hay, entonces, una paranoia generalizada prediciendo la muerte del libro?
Comprendí la respuesta a esta pregunta unos días más tarde, cuando llegué al Barnes & Noble de la calle Libbey, después de diez meses sin pisar una librería. Este local, el más cercano a mi casa de la cadena más popular de librerías de los Estados Unidos, fue mi refugio en muchos de los días donde mi condición foránea me hacía sentir extranjera absoluta del mundo. Esa librería era el lugar-no-lugar perfecto, ese sitio donde las soledades se masifican, anónimamente, en la calidez de un obejetivo común, y en el refugio de la apatía hacia el deseo de interactuar con otros. El lugar simplemente estaba “a la mano,” no era intimidante y -a pesar de su estandarizada identidad de fórmica color pastel- , alcancé a untarlo de mí y volverlo familiar. La presencia de los libros, esos amigos incondicionales que lo dan todo y no piden nada a cambio, me daba una dosis de serenidad para conservar la noción de mi propia esencia, una noción que muchas veces se ha desdibujado en el limbo de la condición extranjera.
Crucé el portón de la entrada y, como a quien lo ataca una corazonada, entendí el efecto contundente de los nuevos medios digitales sobre un negocio como éste, entendí el fatalismo de los detractores de lo digital/ fanáticos de lo análogo. Era obvio, tan obvio como ese mostrador que daba la bienvenida al lugar, obstaculizando el corredor principal, dando gritos para no ser ignorado. El aparatoso estandarte promocionaba el Nook, lector digital producido por esta librería, cuya popularidad no ha logrado competir con el nivel de ventas del Kindle de Amazon, ni con el iPad de Apple.
Seguí caminando, como quien reconoce los rincones de la casa de infancia después de veinte años, y los habituales mostradores de libros estaban ahora ocupados por juguetes para el aprendizaje, catalogados por edades, marcas y objetivos. Un hombrecillo Lego, leyendo un libro titulado “Barnes & Noble” (en medio de tres monstruosos mostradores de la misma marca de bloques coloridos), se erigía como el monumento al esfuerzo de quienes se unen para dar la batalla de supervivencia, una asociación entre dos de las industrias que se han visto profundamente afectadas en su volumen de ventas, a raíz de la generación de nuevas maneras de leer, escribir, jugar y aprender. Sí, no olvidemos que las nuevas tecnologías no son sólo artefactos electrónicos; son los medios que han generado nuevas prácticas y lógicas para operar en la vida cotidiana.
Me impactó la sensación de estar en cualquier lugar excepto en una librería, al menos en lo que recordaba como definición de librería. Los corredores estaban más vacíos que nunca y algunas secciones de libros habían desaparecido, mientras sólo una había aumentado de tamaño: la sección de nuevas tecnologías de información y comunicación, que ahora tenía cuatro veces más libros que en mi última visita. Había libros explicando el uso de diferentes programas y aplicaciones, estructuras de emprendimientos y comunidades digitales, estrategias de comunicación y marketing en las redes sociales, trucos y maniobras para cada inimaginado artefacto digital. Tomé un libro del mostrador sobre comportamientos sociales y en lugar de considerar comprarlo, revisé el precio. «US $37.99» – leí en silencio. Acto seguido, revisé el precio de la versión digital en la red, desde mi teléfono, y efectivamente bajaba a una conveniente suma de US $9.99. «Pelea de tigre con burro amarrado«, pensé, no sin antes sospechar que muy seguramente podría encontrarlo gratis en algún remoto lugar de la red, distribuído bajo la perspectiva de las lógicas digitales como una manera de democratizar el saber . . . pero ese tema merece tratamiento aparte y me abstengo, por ahora, de profundizar en él.
Es aquí precisamente donde sucede el corto circuito. Los detractores de lo digital/fanáticos de lo análogo, juzgan y tratan de entender la esfera virtual desde el ángulo de la lógica impresa, mientras los nativos digitales subestiman la lógica análoga, bajo una óptica prejuiciosamente digital. En el caso específico del libro tradicional, el conocimiento se ‘empaca’ en un artefacto tangible y concreto, cuantificable e inmutable, un objeto que entiende al autor como un único productor de información que le habla a una audiencia que consume su producción. Los lectores, a su vez, sostienen un diálogo individual con el texto y algunas veces socializan la experiencia a través de conversaciones casuales o académicas.
Por otro lado, el libro digital posee una plasticidad y una configuración mucho más ‘líquida’, entiende el texto no como un objeto sino como una experiencia, como una relación y un sistema; de igual forma, entiende al conocimiento como una construcción mutable y colectiva, una substancia maleable que se genera, transforma y regenera. Para la realidad sin paredes ni fronteras del mundo digital, las individualidades son ahora una enorme aglomeración, un sistema interconectado que participa en la producción de un saber que nos pertenece a todos como especie humana y no sólo a un único autor. La colaboración, el acto de compartir y la diversidad de lenguajes en los formatos digitales, alteraron para siempre la cosificación del conocimiento y la creencia de que éste se adquiere desde una jerárquica elocuencia exclusivamente verbal.
Está de más decir que este tema implica fuertes reflexiones y debates sobre ciudadanía y las políticas digitales, y de cómo éstas últimas afectan nuestra realidad concreta. Si bien estamos apenas decodificando la enredadera de esta selva, es vital que entendamos que la realidad ‘real’ no puede sustraerse o escaparse del cambio y la expansión de las lógicas, en las que se mueve ahora el mundo. Borders, la segunda cadena de librerías más importante de Estados Unidos, quebró. Barnes & Noble, intenta sobrevivir asumiendo el cambio, volviéndose algo más líquida, replicando las lógicas de colaboración digitales en sus tiendas materiales y estableciendo alianzas con otros sectores que se han visto afectados por las nuevas concepciones de los verbos leer, jugar y aprender.
Aunque les parezca demoledor este paisaje a los detractores de lo digital/fanáticos de lo análogo, éste es más bien un mensaje que revela la urgente necesidad de buscar el bilingüismo y biculturalismo, uno que domine tanto los lenguajes como las lógicas culturales de la esfera análoga y la digital. Mientras ambas naciones, o mejor aún, ambos universos no se esfuercen por entender y contribuir en la solución de las necesidades del otro, seremos siempre un mundo desigual, poco justo y dividido en dos. Antes de que el fatalismo análogo vea el futuro (y el presente) como una distópica realidad inhumana, permítanme informarles, señoras y señores: el libro no ha muerto; lo que ha muerto es la noción de que el libro es sólo un artefacto.
@antroPOETIKA
Algo bonito para comentar. Lo que me ha sucedido con la lectura digital es simplemente lo que es lo digital: se digiere rápido y se disfruta poco. El libro físico, por el contrario, te aleja, te envuelve y te exige tiempo; ese tiempo que se vuelve tan escaso por el exceso de información el libro viejo, con olor a historias de otros, me devuelve esa paz que mi mac, lleno de mate, no me da.
La reflexión me parece atingente a los tiempos que corren. Sin embargo, hay por ahí un par de cosas que he han dejado un poco estupefactos con respecto a tu reflexión. La primera tiene que ver con esta idealización del fetiche libro (por favor, entiéndase bien, no critico ese fetiche per se, ya que a mi también me parece hemoso), que me parece, respecto de la discusión, una cuestión parecida a la de los discos de música físicos: poseen un arte excepcional, que no se puede conseguir de ninguna otra manera que no sea adquiriéndolo o regalándolo; sopesarlos entre nuestras manos mientras se disfrutan es una experiancia única e irresistible; y sin duda da la sensación de posesión de uun objeto único, aunque en la tienda que lo compramos haya una fila de 200 objetos iguales. A pesar de lo anterior, preferiría no confundir el envoltorio con lo que el libro en sí mismo entrega, es decir, venga en el formato que venga -sonoro, digital o impreso- el contenido del libro no cambia, la relación del lector con el contenido, como entrega de conocimiento, experiencia, etc., tampoco debería cambiar en el plano meramente abstracto, más allá del formato.
En segundo lugar, y más allá de las valoraciones medioambientales, económicas y de democratización del conocimiento -cosa que en realidad no es tal considerando que el acceso a los libros en el mundo sigue siendo mucho…mucho mayor que el acceso a los medios digitales-, es indudable que a nivel cognitivo el medio digital es una gran desventaja, ya que el cerebro se adecúa al medio por el cual se entrega la información. De ahí que, por ejemplo, en los primeros intentos educativos multimedia, la entrega de teorías complejas de cualquier ámbito del conocimiento siempre fue mucho más difícil, tanto en la entrega misma de la teoría como en su profundización a través de la televisión o el cine, por mecionar un par de medios. Sin embargo, no se puede desconocer que como complemento son de una ayuda inestimable. De la misma manera, el libro digital no permite una concentración absoluta en lo que se trata de adquirir -por ejemplo, en la discusión con muchos amigos nos hemos dado cuenta que tratar de leer conceptos complejos siempre se hace mucho más dificil por medios digitales, sin embargo leyendo artículos de divulgación o noticias se hace mucho más entretenido en línea-. En síntesis, el medio digital permite una divulgación más eficiente, pero no permite una profundización como la permite el libro físico, por una serie de factores en los que no voy a profundizar. Sin embargo debo reconocer que hoy en día ambos son un buen complemento del otro y que la comodidad del libro digital -además de su precio- es innegable.
Cabe destacar de todas maneras, que hablo desde la perspectiva de un lector que creció con un libro entre las manos, y no puedo desconocer que la digitalización actual pueda ayudar a futuras generaciones en la concentración, o, por otro lado, inventar nuevas forma de entrega del conocimiento que dejen al libro obsoleto. A pesar de esto, también hay que considerar que la poesía existe hace miles de años, sigue creciéndo y desarrollandose -como la rueda-, y no creo que pronto vaya a desaparecer.
Hola Daniel. Muchas gracias por navegar estas aguas y tomarte el tiempo de leer y expresar tu opinión. Estos diálogos son muy estimulantes y los considero necesarios. Entiendo y comparto muchas de tus opiniones, aunque algunos de tus comentarios me confunden (dado que no encuentro desacuerdos entre lo que expones y lo que traté de expresar en el texto) o porque creo no estar de acuerdo:
1. «preferiría no confundir el envoltorio con lo que el libro en sí mismo entrega» — Que haga énfasis en la idealización del fetiche no significa que confunda el ‘envoltorio’ con ‘contenido’. De hecho, precisamente porque tanto el libro impreso como el digital entregan contenidos, busqué empezar por nombrar las cosas que hacía al libro impreso diferente del formato digital — y aclaro: desde un ángulo explícitamente personal (incluso, afectivo). Digo empezar, porque más tarde hago referencia al tema de los contenidos y de la relación entre lector/contenido.
2. «venga en el formato que venga -sonoro, digital o impreso- el contenido del libro no cambia, la relación del lector con el contenido, como entrega de conocimiento, experiencia, etc., tampoco debería cambiar en el plano meramente abstracto, más allá del formato.» — Difiero profundamente con este punto. Considero que el contendino SÍ cambia. Uno de mis argumentos en este escrito es precisamente que el formato sí genera nuevos lenguajes, nuevas maneras de comunicación de contenidos y de interacción. Eso no sólo cambia la relación del lector con el contenido, sino la «entrega» del «conocimiento» y la «experiencia» de lo que llamamos «lectura». El formato sí ccambia todo esto, no sólo en lo concreto sino en lo abstracto (lógicas, lenguajes,ect.). /// Esto también aplica a otro comentario que haces más tarde y al que le encuentro muy poco sentido: «es indudable que a nivel cognitivo el medio digital es una gran desventaja, ya que el cerebro se adecúa al medio por el cual se entrega la información.» – Las capacidades cognitivas que pueden ser desarrolladas con medios digitales es un universo de posibilidades; no veo la «desventaja» y considero que debemos estar abiertos a adecuar nuestro cerebro a múltiple formas de obtener y entender qué es información.
3. «democratización del conocimiento -cosa que en realidad no es tal considerando que el acceso a los libros en el mundo sigue siendo mucho…mucho mayor que el acceso a los medios digitales» — No voy a negar que el acceso a los libros es mucho mayor que el acceso a los artefactos digitales, y que aquí hay un punto que pone en desventaja a muchos países y/o grupos. Ese es el gran reto para estos tiempos: democratizar el acceso a los artefactos digitales y aumentar la educación en competencias digitales. Lo publicado en un blog o una página web o en cualquier medio digital tiene mucho más alcance que un libro (trasciende tiempo, espacio, materialidad, número de lectores simultáneos e individuales). El problema ahí no es del medio, per se, sino de acceso al artefacto (que, obvio, también afecta el acceso al medio). Si el acceso al artefacto fuera más generalizado, el acceso al conocimiento en medios digitales superaría al libro en una magnitud incomparable y debo añadir que el valor de un libro impreso es muchísimo mayor al valor del libro digital (si nos queremos ir a costos). — Ahora bien, la democratización no sólo se refiere al acceso como «consumidor» o receptor del conocimiento, sino acceso como generador del mismo. Es indudable que las posibilidades de publicación, en el ámbito digital, son muchísimo más altas – son abiertas, casi infinitas.
4. «en los primeros intentos educativos multimedia, la entrega de teorías complejas de cualquier ámbito del conocimiento siempre fue mucho más difícil, tanto en la entrega misma de la teoría como en su profundización a través de la televisión o el cine» — Esta comparación no le agrega valor a tu punto, porque lo multimedia carece de la posibilidad de INTERACCIÓN (al menos directa y/o concreta), y dicho componente es el que quizás más diferencia a las posibilidades de los medios tradicionales vs. medios digitales. Lo digital puede difundir multimedia, pero le agrega el componente inetractivo y, así, lo reinventa (eso sin mencionar que, además, puedes agregar el medio textual – aunque no sea impreso en papel).
5. «en la discusión con muchos amigos nos hemos dado cuenta que tratar de leer conceptos complejos siempre se hace mucho más dificil por medios digitales» — Respeto la opinión de tus amigos y la tuya, pero para mí el asunto es diferente: en lo digital, encontré nuevas formas de «leer» –porque las ideas pueden expresarse y entenderse de otras formas que no son exclusivamente verbales.
Para cerrar, el escrito no sugiere que el libro es un artefacto obsoleto ni trata de predecir su muerte. De hecho, explícitamente digo que no pretendo etablecer jerarquías. El escrito simplemente trata de afirmar la realidad de que «libro» ya no es una palabra con una sola definición: es una plabra y un concepto mucho más amplio, no sólo es un artefacto, ni es siempre textual – puede utilizar otros lenguajes y formatos. Los libros digitales no son sólo los libros de texto a los que podemos acceder en los medios digitales; son nuevas formas de presentar y almacenar contenido (que repito, no siempre es verbal/textual) con las que, además, nos relacionamos de manera diferente, creando nuevas formas de «leer.»
De nuevo, gracias por leer y por compartir tus pensamientos. Estos diálogos (interacción) que se generan aquí, también son conociemiento y contenido.
Primero que todo, debo agradecer profundamente la atención y el tiempo que has dedicado al texto que elaboré. También agradezco las críticas que has realizado a mi texto porque me han permitido poner atención a las imprecisiones y vaguedades en las que incurro y que con este escrito pretendo enmendar.
De acuerdo con lo anterior, debo ser mucho más explícito y exhaustivo en función de las circunstancias. Así reelaboro mi texto a partir de original tuyo y de las críticas a mi texto.
Sin embargo, para partir de una base común debo aclarar que hay que considerar todos los tipos de texto que se pueden contener en un libro como una cosa tangible para poder decir que estamos resemantizando la palabra, es decir: narrativa, poesía y teatro (por mantenernos en términos literarios tradicionales), pintura, fotografía, manuales de diferentes especialidades, libros para niños con pup-ups, por mencionar algunos, y luego tenemos las diferentes variaciones de los mismos, que incluyen mezclas y reinvenciones, por ejemplo, los libros medievales con ilustraciones hasta las ilustraciones hechas en libros contemporáneos de narrativa -pasando por el comic o la novela gráfica, en cuyo caso la obra literaria complementa el trabajo gráfico y/o viceversa. O libros con los cuales tú puedes interactuar constantemente, como los antes mencionados libros con pup-ups o los libros de aventuras en los que tienes que ir de una página a otra, saltándome ejemplos como “Rayuela” de Cortázar. Así, semánticamente “libro” es una palabra que abarca muchos tipos de textos tanto como las interacciones entre los mismos.
Por otro lado, el concepto de INTERACCIÓN, siguiendo con la idea expuesta en el párrafo anterior, en una aproximación semántica en cuanto relación entre emisor y receptor, y no restringiéndolo al plano de la instantaneidad, implica que todo texto (y cuando hablo de texto lo hago en el sentido semiológico/semiótico de la acepción) es en sí mismo interactivo, tanto desde el punto de vista de la adquisición de un conocimiento como desde la participación con el mismo, es decir, lo que tiene que ver con el plano de la reflexión y el análisis. El texto por tanto, no es una máquina perezosa que simplemente se entiende como entrega de algo, sino que siempre exige la participación activa del lector, por lo tanto que este interactúe con el mismo.
De acuerdo a lo anterior, si el lector no acepta el texto tiene todo el derecho a modificarlo en la medida que estime conveniente, sin embargo, esa modificación, antes de la era digital, no era instantánea ni fácilmente masiva como hoy en día, lo que no significa que quienes lo percibieran (si digo leer suena demasiado restrictivo con respecto al plano verbal) no podían modificarlo dentro de ciertos límites, lo que también es aplicable al texto digital, ya que, por más que uno quiera, cualquier texto digital está restringido tanto por el contenido como por todos los parámetros informáticos que lo enmarcan, y es flexible en cuanto esas opcion sean flexibles –por ejemplo, un sistema operativo en la construcción misma de su estructura es modificable en la medida que lo permita en los aspectos de usuario, restringido a modalidades predefinidas, en otro ámbito, pero en la misma línea, en los aspectos de código fuente o estructura de software, en cuyo caso solo permite la modificación en función de ciertos parámetros definidos sin desestabilizar el sistema operativo, por un lado, y por otro, sin crear uno tan distinto que no se entienda como una modificación del original, y aquí no entraré en discusiones acerca de la intertextualidad. Así la interacción, entendida como una acción dialógica, multilógica, siempre ha ocurrido con respecto a todo tipo de textos durante gran parte de la historia que conocemos de la humanidad, y con quienes tengan acceso a esos textos, tal cual como hoy ocurre en la era digital, con la diferencia que hoy permite la una multiplicidad de “lectores” y una interacción inmediata, por no decir instantánea.
Ahora bien, adentrándome en las críticas que me haces, especifico:
1.- La discusión no va en el sentido romántico del fetiche libro que, insisto, me encanta, así que, me salto este punto.
2.- Insisto con que el contenido de un texto no cambia en función del soporte en el cual se entregue: una cosa es la diferencia entre significante/significado, estructura profunda/superficial, y otra muy distinta es que el medio es el mensaje.
Cuando hablo de que el contenido de un texto no cambia en función del soporte significa que cuando veo una película en VHS, en DVD o en el cine, sigue conteniendo la misma materia (si es siempre la misma versión). Es evidente que en uno u otro formato se pueden resaltar más unas cuestiones que otras, pero el contenido no cambia, sino más bien lo que se resalta de él. Profundizando más en un caso como “Cien años de soledad”, el comic “Año Uno” de Batman o “La fenomenología del Espíritu” de Hegel, no cambia en lo absoluto si lo leemos en un Kindle o si lo leemos en forma de un libro tangible.
Por otro lado es cierto que si tratamos de reelaborar el texto, es muy diferente leer “Crónicas de una muerte anunciada” que ver la película, no solo porque el formato cambia, sino porque cada formato tiene sus propias herramientas, ventajas y restricciones, pero más aún, porque en esta “traducción” se termina elaborando un texto totalmente nuevo, adaptado a los requerimientos del nuevo soporte.
Así en el primero de los casos, el contenido no cambia a pesar de cambiar el soporte en el cual se encuentra, es decir, cambia solo la forma física en la que se entrega el texto –que influye a nivel cognitivo, cosa que explicaré más adelante-, sin embargo, tanto el significante como el significado se mantienen intactos. Y es justamente a partir de eso, que hablara de la entrega de conocimiento en el plano meramente ABSTRACTO: “venga en el formato que venga -sonoro, digital o impreso- el contenido del libro no cambia, la relación del lector con el contenido, como entrega de conocimiento, experiencia, etc., tampoco debería cambiar en el plano meramente abstracto, más allá del formato”. Cosa distinta ocurre en el párrafo siguiente, donde se realiza una suerte de traducción de un texto cuando se hace el traspaso de un lenguaje a otro, porque el soporte así lo exige, y en ese caso el medio SÍ implica una modificación del contenido.
Caso aparte es la creación de textos destinados a cada medio: no es lo mismo realizar una edición de contenidos verbales escritos para un medio impreso que para un medio digital, justamente por los requerimientos que tiene cada uno de ellos, por mencionar la causa primordial.
Ahora bien, estableciendo la relación del texto y el medio con el lector, es necesario separar aguas: una cosa es lo que el texto requiere del lector en función del medio a través del cual se entrega y otra muy distinta, como el lector se enfrenta al medio independiente del contenido que se quiera entregar. A mí, por lo menos, me resulta claro que la experiencia colectiva del cine es muy diferente a la experiencia individual, incluso grupal, frente a un aparato de televisión, a pesar de eso, y cómo especifique un poco más arriba, en ambos casos estamos hablando de un medio audiovisual que establece lenguajes sumamente similares, por lo que en la mayoría de los casos no requiere traducción y el contenido se mantiene, a pesar que la experiencia cambia. Lo mismo ocurre entre un libro y la lectura desde un computador: en ambos casos estamos decodificando un texto verbal, lo que implica a mi entender un contenido que no cambia a pesar de que la experiencia de leer en un soporte físico llamado libro no sea idéntica que la experiencia de un computador, aunque leamos el texto en formato .PDF o en formato .DOCX.
Con respecto a lo cognitivo, y justamente por todo lo antes dicho, puedo decir no solo que es atingente sino que además es fundamental al momento de diseñar estrategias para la creación de un texto para un formato u otro. Partamos por un texto verbal escrito.
Cuando leemos un libro físico, tenemos noción de finitud y no necesariamente en sentido lineal (lo ha demostrado con creces la literatura del siglo XX), es decir, que tenemos cierta cantidad de información definida, de la que podemos percibir de manera tangible su finitud (la cantidad de páginas del libro, su peso, su diagramación, el tamaño de la letra, los márgenes en blanco, el libro mismo como objeto, etc.). Sin embargo, estamos acostumbrados a enfrentarnos al medio digital de manera muy diferente a la que lo hacemos ante un medio impreso, porque es mucho más difícil tener noción de esta finitud; pero yendo más lejos, me atrevería a decir el medio digital nos estimula de tal manera que nuestra capacidad de concentración baja de manera significativa. El libro permite el aislamiento del contexto en el cual un sujeto se encuentra a la vez que la concentración en un solo objeto, el medio digital puede estimular la aislamiento del contexto inmediato de un sujeto, pero estimula el pensamiento divergente y una menor concentración o más bien dicho, permite concentrarse menos profundamente en distintos objetos al mismo tiempo –por ejemplo, estar trabajando al mismo tiempo con un grupo distinto de informaciones en la pantalla-, considerando además que hay una serie de estudios que avalan este punto.
Así, es mucho más difícil leer a Hegel en un computador que en un libro, por la misma capacidad de concentración a la que el medio nos condiciona*; por el contrario, es mucho más sencillo y eficiente revisar una serie de textos de referencia o manuales en un medio digital que sobre la mesa de una biblioteca. Por lo que insisto, cada medio tiene sus propias ventajas y una de las “desventajas” del medio digital es el condicionamiento que conlleva en sí mismo.
3.- Acá estamos casi en completo acuerdo, excepto por: “Lo publicado en un blog o una página web o en cualquier medio digital tiene mucho más alcance que un libro (trasciende tiempo, espacio, materialidad, número de lectores simultáneos e individuales)” – dudo mucho que un blog, una página web o cualquier otro medio digital trascienda el tiempo y el espacio por sobre el libro. Al menos, todavía no ha trascendido más que los incunables ni ha alcanzado todos los espacios posibles. De todas maneras, no puedo desconocer que tiene potencialidad en cuanto la trascendencia espacial; sin embargo, la estructura misma de los contenidos publicados en internet, por el soporte mismo en que se establece y por todo lo antes mencionado, hacen que ponga en duda su trascendencia en el tiempo, a raíz de su misma instantaneidad. Más allá de lo anterior, no pongo en duda que muchos contenidos de la red puedan alcanzar tanta o más trascendencia que muchos incunables.
4.- La interacción ya la he definido en los párrafos anteriores, por lo que me parece inadecuado entrar en esa discusión nuevamente. De todas maneras me gustaría hacer énfasis en los conceptos de interacción directa y/o concreta.
La interacción directa supongo que hace referencia en este contexto a una interacción que a pesar de estar mediada tiene características de inmediatez e instantaneidad –definida por el sentido común-, no obstante, como este mismo texto demuestra, al realizar un texto escrito de esta envergadura (breve para un texto académico pero indudablemente extensa para un texto digital), la instantaneidad se pierde porque el diálogo necesita mucho mayores recursos, ya que el feedback está desfasado por a raíz de las posibilidades del mismo texto.
La extrapolación se puede hacer fácilmente pensando en las respuestas a los videos más populares de Youtube, por ejemplo, porque, a pesar que pueden reelaborar el texto para dar una respuesta al video publicado, el mismo necesita de una elaboración que no permite una respuesta instantánea. Caso contrario, por supuesto ocurre con las interacciones que ocurren con los textos que permiten comentarios (Facebook, los mismos comentarios de Youtube, el comentario a la publicación de artículos como en este caso), pero eso depende del tipo de texto que el receptor (ahora transformado en emisor) quiera entregar como respuesta: no es lo mismo el cometario a una nota de actualidad en la red, que sea famosa y se contesta rápido y el caso de la elaboración de este mismo texto.
Entendiendo esta perspectiva puedo hablar de la posibilidad de instantáneidad en cuanto interacción directa que permite un texto digital, pero –nuevamente- depende de la profundidad de la interacción.
Ahora bien, en cuanto concreta, agradecería una precisión sobre el término ya que en el ámbito virtual/digital, hablar la utilización del adjetivo “concreto” se hace bastante ambigua.
5.- De esta última crítica logro colegir que con “nuevas formas de leer” se hace referencia a la nueva experiencia que implica el “leer” un texto en sentido semiótico o semiológico en una pantalla de computador o en línea, estableciendo nuevas diferencias con los medios “tradicionales”, que evidentemente, como “experiencia” y “entrega” del contenido, considero diferentes, pero sin mezclar los conceptos que he explicado con anterioridad y las diferencias que los rodean, sobre todo en cuanto instantáneidad –como posibilidad, más no como hecho en la mayoría de los casos-.
Finalmente, hay algunas frases y un párrafo dentro del texto principal que me trajeron serios problemas:
a) “la generación de nuevas maneras de leer, escribir, jugar y aprender. (…) son los medios que han generado nuevas prácticas y lógicas para operar en la vida cotidiana” –no me que quedan tan claras las nuevas lógicas (en sentido aristotélico/hegeliano), sobre todo en cuanto aprendizaje como tal en relación con el juego, considerando que desde el punto de vista epistemológico tanto como desde el punto de vista pedagógico, las lógicas, en cuanto prácticas –insisto, lógicas en cuánto practicas-, no han cambiado más allá de las nuevas y diferentes formas de estimulación, que permiten una mayor eficiencia y eficacia a la hora del aprendizaje desde el punto de vista pedagógico, pero como cambio de lógica en sí misma, no hay una abismo, sí en la práctica. A pesar de lo anterior no puedo desconocer que cada nuevo medio ha permitido la inauguración y mezcla de nuevos lenguajes.
b) “un objeto que entiende al autor como un único productor de información que le habla a una audiencia que consume su producción. Los lectores, a su vez, sostienen un diálogo individual con el texto y algunas veces socializan la experiencia a través de conversaciones casuales o académicas.” –Siempre hay una audiencia –potencial al menos- a la que se dirige y que consume la producción de un autor individual (aunque no único) o colectivo, tanto por gusto como por interés. Finalmente, cualquier experiencia frente a un texto, incluso en una experiencia colectiva simultánea como el cine o un concierto, no deja de ser individual, subjetiva. Y si se apela a la era digital como una primera forma de simultaneidad y masividad en la experiencia de un texto, basta con recordar la audiencia que logó “en directo” el primer paso del hombre en la luna.
c) “Pero el libro, la idea que teníamos del libro, ha muerto. Esa noción ya no basta, ya no basta como escenario para la emancipación y renovación de las ideas, no basta como única asociación semántica para las nuevas maneras de entender los verbos leer, escribir, jugar y aprender.” –la verdad es que la idea como libro clásico, acuñada hasta el siglo XIX, es la idea que creo que tienes y que he tratado de especificar en cuanto objeto en los primeros párrafos. Además el libro, exclusivamente, como única asociación semántica hace por lo menos veinte años que ya no basta para los verbos con los que las asocias.
d) “Por otro lado, el libro digital posee una plasticidad y una configuración mucho más ‘líquida’, entiende el texto no como un objeto sino como una experiencia, como una relación y un sistema; de igual forma, entiende al conocimiento como una construcción mutable y colectiva, una substancia maleable que se genera, transforma y regenera. Para la realidad sin paredes ni fronteras del mundo digital, las individualidades son ahora una enorme aglomeración, un sistema interconectado que participa en la producción de un saber que nos pertenece a todos como especie humana y no sólo a un único autor. La colaboración, el acto de compartir y la diversidad de lenguajes en los formatos digitales, alteraron para siempre la cosificación del conocimiento y la creencia de que éste se adquiere desde una jerárquica elocuencia exclusivamente verbal.”
Vamos por partes:
– La asociación de texto escrito al objeto libro considerándolo una experiencia, sistema y relación, se puede encontrar ya en reflexiones de mediados del S XX. Por lo tanto, no sé de dónde proviene la idea de que un texto digital se diferenciaría de un libro como objeto en ese sentido.
– “entiende al conocimiento como una construcción mutable y colectiva, una substancia maleable que se genera, transforma y regenera”. No solo desde la era digital (incluyendo el libro digital) entiende esto, sino que esto se asume, desde el punto de vista romántico e ilustrado, con la misma proposición de la enciclopedia durante el S XVIII; pero en estricto rigor, desde la teoría del conocimiento –epistemología, S XIX-, donde también se entiende al libro, como objeto, como texto y contenido, tanto como todo tipo de conocimiento –durante el S XX-, como la característica que endilgas al libro digital.
– ¿Qué saber pertenece a un único autor? ¿Y la noción de intertexto?¿Y de lo que habla la teoría del conocimiento?¿Qué sistema de conocimiento es aislado dentro de una cultura definida?
– ¿Podrías explicar más claramente, más allá del mero enunciado, cómo “La colaboración, el acto de compartir y la diversidad de lenguajes en los formatos digitales, alteraron para siempre la cosificación del conocimiento y la creencia de que éste se adquiere desde una jerárquica elocuencia exclusivamente verbal”, considerando la epistemología de la segunda mitad del S XX y las diferencias concretas con los medios masivos en la era pre-digital?
En síntesis y más allá de la precisión que implica este texto, el libro digital, tanto como todo lo relacionado con el mundo digital, implican nuevas formas y lenguajes, como lo permitieron el cine y la fotografía en su momento: verdaderas extensiones con nuevas herramienttas y lenguajes. A pesar de lo anterior, considero que el caso digital no cambia de manera radical estructuras profundas. De todas maneras, puedo asumir sin problemas que al largo plazo puede significar un revolución en estas mismas estructuras, pero me parece demasiado prematuro establecer una valoración de lo digital como la que el texto principal predica, por lo menos con el desarrollo actual de lo digital.
Finalmente, me gustaría agregar que el solo tiempo invertido en la lectura de este texto sumado a la compresión del mismo, debilitan fuertemente la propia argumentación.
Agradecido nuevamente por la atención prestada y esperando haber sido un aporte a la discusión, y desde luego a la publicación. Me despido.
Un saludo.
Daniel Fernández García
Licenciado en Literatura y Lengua Hispánica, con mención en Literatura, de la Universidad de Chile
Master y Doctor (c) en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, con mención en Estudios Culturales, de la Universidad Autónoma de Barcelona
(Nota al del texto anterior):
* Está demás decir que a nivel cognitivo se puede entrenar la capacidad de concentración, no obstante nunca he visto que una persona trate de entrenarse para entender lo que implica la teoría de la relatividad –entenderla a cabalidad y no un esbozo divulgativo-, a través de una película en el cine, por las características propias del medio como herramienta.