Esclavitud Perpetua

Por Lila Herazo

Una mujer de piel negra, impecablemente vestida de uniforme, medias y zapatos blancos, consuela a una niñita rubia de ojos claros, la acuna en su pecho, la arrulla, la protege. La niña se siente a gusto y segura, e incluso la percibe como si fuera su verdadera madre. La mujer que la resguarda es realmente la empleada doméstica que ha sido contratada para limpiar, planchar, cocinar, organizar y entre esas cosas, criar a la hija – y a los hijos que vengan – de la familia en donde trabaja.

La abuela y la madre de esta mujer hacían lo mismo: dejaban a sus propios hijos al cuidado de alguien más – una vecina, una prima, una amiga – para ir a atender a los de sus patrones, para ser ama de casa en la casa de otros y recibir así, el sustento necesario para la supervivencia de los suyos.

Se podría pensar que teniendo un papel tan importante y de tanta responsabilidad, la empleada gozaría de grandes privilegios. Pero no. Su salario es bajo y además sus libertades están bastante restringidas y condicionadas, no puede usar los mismos espacios de la casa que sus jefes, ni comer en los mismos platos que ellos, ni utilizar los mismos cubiertos, ni el mismo inodoro.

Esta es la base argumentativa de la película “The Help” – o Historias Cruzadas, título para América Latina -, pero también es la realidad de muchas mujeres que dedican su vida a ser “muchachas del servicio” y que sufren una suerte de esclavitud contemporánea que fácilmente puede verse retratada en el film.

La película, basada en el libro escrito por Kathryn Stockett con el mismo nombre, transcurre en los primeros años de la década de los ‘60, cuando en Estados Unidos se empezaban a sentir los ecos de las movilizaciones colectivas a favor del reconocimiento de los derechos civiles de todos los ciudadanos, indistintamente de su condición racial.

Jackson, el lugar donde la trama se desarrolla, es una pequeña ciudad del sur en donde hay una alta concentración de afrodescendientes, que además cuenta con una nutrida clase alta que depende de ellos para mantener su status y sus vidas “perfectas”. Allí  las mujeres blancas se casan jóvenes, se dedican a mantener a la servidumbre “bajo control”, a hacer obras benéficas y a tener hijos de los que no se ocupan, porque para esa labor han heredado a la mujer del servicio que las crió.

Hace un par de meses la revista ‘Hola’ hizo un reportaje sobre una acaudalada familia vallecaucana que tenía en primer plano a las mujeres protagonistas de la historia y, al fondo, a dos mujeres negras uniformadas, sosteniendo bandejas de plata con el servicio de café. La foto causó escozor en varios sectores y eso ayudó a poner el foco sobre la amplia brecha social que existe en nuestro país entre ricos – que por lo general son blancos – y pobres – que por lo general son negros o indígenas -.

Es sorprendente ver cómo una película estadounidense, enmarcada a mediados del siglo pasado y en un momento histórico en que la segregación racial era la norma,  tiene tanto qué ver con las maneras de ser y actuar en algunos países de la América Latina de hoy. No es raro observar en ciertas ciudades de nuestra región, madres que no trabajan y que van a “pasear” a sus hijos acompañadas por estas otras mujeres que son las que recogen los juguetes, ponen el chupete, dan el tetero, hacen cosquillas, corren, secan las lágrimas, se esconden y suben y bajan con esos hijos ajenos que les dan a cuidar. Además hacen todos los quehaceres del hogar y terminan cumpliendo los roles de amigas, esposas, madres, abuelas, psicólogas, educadoras y directoras de entretenimiento por salarios irrisorios e insuficientes.

En donde yo crecí, la mágica Cartagena de Indias, estás situaciones están naturalizadas e interiorizadas por las clases “altas” y por las “bajas”. Las chicas negras buscan trabajo en casas de familia desde muy temprana edad y son empleadas en condiciones que surgen de los rezagos de la época de la colonia y de la esclavitud. Están a disposición 24 horas porque, por lo general, viven en las casas de sus empleadores, tienen permiso para “salir” a encontrarse con sus familias una vez por semana o incluso hasta una noche, cada quince días. Casi nadie les paga lo que la ley exige ni mucho menos les otorgan beneficios laborales.

Aún hoy, en la segunda década del siglo XXI, esas mujeres que sacrifican la crianza de sus propios hijos para ganarse tres pesos y darles medianamente de comer, se ven sometidas a la segregación; no pueden compartir zonas comunes, ni ver televisión a menos que se les invite formalmente y en un horario en que sus labores no se vean interrumpidas, les separan sus platos, cubiertos y vasos y duermen en cuartos oscuros, sin ventilación y sumamente pequeños – muy similar a lo que nos muestra la película -. Luego, si los «patrones» son “buenos”,  les dan ciertas prebendas, pero no porque sea su obligación, ni porque sus muchachas del servicio merezcan trabajar en condiciones apropiadas, sino por una especie de condescendencia del rico hacia al pobre, como un acto de caridad que nada tiene qué ver con la dignidad humana.

“The Help”, nominada en varias categorías de los Premios de la Academia que se realizarán a finales de febrero, termina con la problematización de un sistema naturalizado entre clases sociales divididas racialmente, con el reconocimiento de derechos y la emancipación de las mujeres sometidas. Sería bueno que algo así nos sucediera por estos lados.

Para Rosi, la chica que me enseñó a amarrarme los zapatos.

@LilaHerazo

6 Respuestas a “Esclavitud Perpetua

  1. Pingback: Esclavitud Perpetua « cheyenne5030·

  2. Es una cosa tan rara hacer parte asi de una familia. Cuidar de una manera tan intima a los ninos de la casa, y ser excluidas tan naturalmente de otros espacios familiares! La lectura de The Help ha sido una de las cosas mas conmovedoras que me ha sucedido este ano. Por un lado porque la novela esta escrita con una genialidad increible, pero ademas porque las escenas que narra, aunque ficticias, bien hubieran podido tener lugar en mi querida y anorada Cartagena.
    A lo largo de la lectura de la novela me pregunte por los origenes de la esclavitud y del racismo en general: basicamente cuando, como y por que se determino que entre mas blanquito uno fuera, mejor. Y entiendo que queda lugar para un debate sobre la continuidad del racismo en latinoamerica, a proposito del servicio domestico, pero tambien sobre la familia, el rol de la mujer, el feminismo. A mi se me viene a la cabeza: la manera en que nos organizamos como tribu humana, para cuidar y educar a nuestros hijos, y para desarrollarnos como civilizacion.
    He intentado hacer otras lecturas del blog, pero por el momento este es el primer articulo que leo completo. Me gusta mucha la iniciativa de Antropologika y espero hacer tiempo para seguir leyendolos y opinando.
    Mucho gusto,
    Victoria

    • Victoria, que bueno que hayas encontrado en estas letras algo que se conecta con tu realidad, tal como me sucedió a mí al escribirlas. No sólo en Cartagena suceden estas cosas, también en ciudades del resto de nuestra América Latina. Es un tema que tiene que ver con un millón de otras cosas, las que tú mencionas son algunas, pero también podríamos relacionarlo con inmigrantes, con trata de personas, con trabajo esclavo y todas las otras formas de opresión contemporánea. Pero esta del «servicio doméstico», que está tan arraigada en nuestras costumbres, es algo que podemos empezar a cambiar nosotros mismos, que no depende de una decisión del Estado, ni de la intervención de alguien más. Ojalá nos diéramos cuenta de que al perpetuar costumbres como esta, no somos muy distintos de quienes históricamente han representado el rol del opresor.

  3. Felicitaciones por su artículo, felicitaciones también al sito Anka por publicarlo.
    Me parece que el libro (que no he leído) y la película (esta si la he visto) cristalizan sus duras historias en los años de la esclavitud legalizada en los EEUU. Su artículo invita, con garbo y fluidez, a todas las familias de bien de nuestra América latina a reflexionar-se, ojalá indignarse y reaccionar frente a la esclavitud y al trabajo servil en nuestras casas, en la esquina, en los prostíbulos, en los mercados, en el campo, en….
    Cordiales saludos
    RC

  4. Asi es, y uno no se da cuenta de todas las veces que, como bien mencionas, juega el papel del opresor. Ese es el reto. Me da gusto y me alivia saber que de alguna manera, como esta, podemos pellizcarnos y pellizcar a los que podamos, con el fin corregir los vicios que tenemos. Todos somos vulnerables, de lo uno y de lo otro. De ser oprimidos y, por supuesto, de oprimir.
    Victoria.

  5. Pingback: Esclavitud perpetua | Keritesorszag·

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