Salud pública y la dimensión humana del paciente

Por Luisa Fernanda Franco

A pesar de que el Estado colombiano reconoce la obligación constitucional de proteger la diversidad cultural y étnica del país (Artículo 7 de la Constitución), debe ser un poco más específico en la protección de los derechos -individuales y colectivos- de las diferentes identidades culturales que existen en nuestro territorio nacional.  No podemos olvidar que dentro de la población general existen diferentes grupos con características culturales, sociales y físicas específicas bastante diversas. Cada uno de ellos tiene sus propias visiones, inquietudes y necesidades particulares, que requieren ser reconocidas y valoradas por el Estado.

Siempre hemos visto que la sociedad está expuesta a muchos factores que pueden generar un riesgo, sean naturales, tecnológicos, financieros, políticos, informáticos, entre otros. Por esta razón, hemos dedicado años creando situaciones, construcciones y respuestas, para disminuir los efectos de una catástrofe (de índole económica, política, social, tecnológica, natural) en caso de no poder evitarla. En el sector salud tenemos ejemplos claros, como los planes de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, que buscan modificar conductas después de indagar sobre sus «factores de riesgo«.

Este ha sido el enfoque de la salud pública desde siempre y se oficializó a mediados del sigo XX en los Estados Unidos y América Latina, al definir la medicina preventiva.  Ahí nacen los Estados de bienestar, se fortalece la epidemiología, y se han institucionalizado grandes sistemas de información y técnicas estadísticas. Si bien es cierto que se han generado grandes avances con este enfoque, también es claro que no se han visto resultados importantes en términos sociales. Básicamente, el poco éxito radica en que se ha tratado de cuantificar, no de cualificar la información. Hemos asumido que todo se puede expresar en números y confiamos ciegamente en la epidemiología, pero no todo funciona cuantitativamente, menos aún el cerebro individual o las mentes colectivas. En asuntos humanos, no todo es necesariamente una relación de causa- efecto.

Otro gran problema del enfoque de riesgo es que nos ha dado el poder de decir cuales son los factores protectores y cuales los factores de riesgo. Asumimos que tenemos la verdad absoluta sobre la salud como trabajadores del sistema, así que optamos por ignorar el conocimiento y la experiencia del otro ser humano que llega a nuestras consultas (muchas veces obligado, además, porque ¿quién quiere ir a un lugar donde lo regañen y lo juzguen por su estilo de vida?). A veces, incluso, parecemos tolerantes a la diferencia y los escuchamos, pero finalmente en el momento de las «recomendaciones» obviamos toda su información, esa misma que se ha trasmitido a lo largo de las generaciones.

Entonces, ¿qué se puede hacer?

El primer gran cambio que tenemos que asumir los seres humanos, en especial los trabajadores del sector salud, es dejar de pensar que somos los conocedores, de vernos en una pirámide donde estamos en la cúspide -como los metafísicos que no somos- y empezar a reconocer que cada ser humano merece todo nuestro respeto y reconocimiento, que siempre es un interlocutor válido, así existan discrepancias. Es allí donde realmente somos una comunidad en la que las diferencias no son motivo de exclusión, sino por el contrario, de la legitimación de la diversidad.

Sólo en quienes entiendan esta diferencia, veremos seres humanos entendidos como seres sociales e históricos, enmarcados en una realidad de normas y reglas. Tenemos razón, además de instintos; el hombre es el único ser que posee la palabra, el sentido de lo bueno y lo malo, y la capacidad de participar en comunidad. Cada día de trabajo, deberíamos preguntarnos: ¿quién soy yo para decirle a otra persona cómo debe llevar su vida? ¿acaso soy mejor que él? ¿un título en una pared, un uniforme me hace una autoridad en el tema? ¿qué es lo que estamos buscando, una sociedad homogénea? ¿hasta dónde vamos a llevar las políticas públicas como están? ¿cómo los trabajadores del sector salud, no buscamos el bien común?

Creo que este ejercicio nos haría más humanos en el momento de tener una conversación. A veces también olvidamos que el diálogo es el mejor método para entendernos a nosotros mismos, y el mejor indicador es que un buen diálogo siempre genera cambios en los participantes. Es una muestra clara la que hace Borges en «El Etnógrafo«, al mostrar que luego de adentrarse en una sociedad y hacerse parte de ella, lo que se aprende, lo que se entiende, no es explicable; sencillamente nos transforma.

Teniendo clara la importancia de repensarnos como sociedad y teniendo en cuenta los diversos grupos que se encuentran dentro de ella (identificando las diferencias, necesidades e inquietudes específicas), se puede concluir que para lograr los análisis de la situación en salud, se deben involucrar las diferentes visiones que hacen parte de ella; sólo así puede obtenerse la información necesaria. Debemos enmarcar la situación real del proceso salud-enfermedad de manera clara y objetiva, para lograr obtener y socializar la información, para construir escenarios prospectivos a partir de la dirección, administración y toma de decisiones que conduzcan al mejoramiento de la calidad de vida de la población, desde la construcción de respuestas . . . lo que implica un trabajo integral, además de un trabajo intersectorial.

Luisa Fernanda Franco Enfermera con profundizacion en Unidad Cuidados Intensivos de la Universidad Nacional de Colombia. Diplomado en Salud Pública de la Universidad El Bosque y estudiante de segundo semestre de Maestria en Salud Pública, de la misma institución.  Actualmente trabaja en la Unidad de Cuidados Coronarios del Hospital Cardiovascular de Cundinamarca. Intereses: ciencias contemporáneas, (teoria de juegos, caos, memética, emergencia), enfermería,  antropología y comunicación. Encuéntrala en twitter como  @Lumia_lilith

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