«Hoy, la esperanza viene de allá»

Por Karina Raña

Latinamerikagrupperna, o Solidaridad Suecia-América Latina – SAL,  es una organización de solidaridad que trabaja en Suecia y América Latina, en conjunto con organizaciones de los movimientos populares latinoamericanos. El siguiente texto es el resultado de una conversación con Francisco Contreras, presidente de la organización, en Estocolmo. 

Suecia. Corrían los años 60. Un grupo de estudiantes y de personas vinculadas al mundo académico, inspirados por los movimientos de mayo del 68 -y por toda la convulsión universitaria de la época-, se sintieron llamados a realizar la concreción de sus ideales: poner en práctica una cuota de solidaridad palpable en uno de los gigantes asiáticos, la India. Fue quizás la fortuna lo que permitió que la única forma que encontraran para salir de la nórdica Suecia, fuera un barco bananero – no precisamente con dirección al mar índico, sino con destino a Colombia, Suramerica; ahí  llegaron y empezaron a realizar su trabajo de voluntariado.

Han pasado más de 40 años desde entonces y lo que nació como un evento fortuito, ha dado paso a una de las organizaciones solidarias con más trayectoria dentro del continente. Sus miembros han vivido en carne propia los cambios de América Latina, entre ellos las dictaduras; su trabajo se vio enfocado, en ese entonces, en la premura de esos tiempos. Hoy en día, y en el giro en donde se ha asentado el neoliberalismo como la voz cantante, Latinamerikagrupperna también tiene algo que decir y algo para hacer. Las formas que toma la participación de la organización en el territorio latinoamericano, hoy en día, es el tema del cual habla Francisco Contreras, presidente de la organización.

K.R. : ¿De qué manera ha cambiado el trabajo de la organización, desde sus inicios hasta hoy?

F.C. : Lo que ha cambiado un poco es el carácter político de la organización. En un principio, ésta llegó a América Latina con muchos voluntarios y trabajaba de la mano con diferentes tipos de organizaciones; muchos de los miembros activos, de aquella época, trabajaron en contra de las dictaduras latinoamericanas. Para ese entonces, las discusiones al interior de SAL-Latinamerikagrupperna giraban en torno a lo que queríamos  lograr como agrupación. De ahí que partiéramos de identificar lo que considerábamos necesario para poder actuar. Comprendimos que necesitábamos crear alianzas fuertes con diferentes movimientos sociales en América Latina, lo que resultó ser un primer paso muy interesante. Allí definimos con qué agrupaciones podíamos (y debíamos) trabajar.

K.R. : ¿En qué se diferencia Latinamerikagrupperna de otras organizaciones Europeas de solidaridad social?

F.C. : Muchas organizaciones acá en Suecia y Europa trabajan con ONGs, estructuras con una oficina y un par de personas que saben trabajar, y que saben cómo hacer un proyecto . . . pero no son un movimiento social, son otra cosa; ni mejores ni peores, sólo otra cosa. Ahí tomamos la decisión de no seguir trabajando con ONGs sino de trabajar solamente con movimientos sociales. En ese mismo sentido, esa decisión no es una crítica hacia las ONGs sino que más bien una afirmación de nuestro interés en participar en un movimiento global, por la justicia social. Nosotros creemos en lo que acá en Suecia se llama Folkrörelse, los movimientos populares, que han sido muy fuertes; el movimiento de los trabajadores, el movimiento de los sindicatos, pues crearon proyectos políticos que cambiaron  la sociedad.

Lo que nosotros pensamos está en esa misma lógica, porque son los movimientos sociales los que pueden hacer los cambios sociales necesarios. Ahí es donde nosotros hacemos un cambio y empezamos a trabajar, por ejemplo, con Vía Campesina que es un movimiento global y un referente importante en América Latina o, por ejemplo en Brasil, donde trabajamos con el MST (Movimiento de los Sin Tierra), organizaciones que no sólo tienen reivindicaciones sino también un proyecto de construcción social. Por otra parte, trabajamos también con organizaciones de pueblos originarios, principalmente con dos: una es la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas CAOI, que agrupa a organizaciones de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y parte de Argentina y también con Waqib´Kej, que es una coordinadora de organizaciones Maya -con ellos tenemos un programa de trabajo en conjunto-. Una de las ideas ha sido también juntar estos dos tipos de organizaciones, generalmente  muy unidas, porque tienen ideas en conjunto, aunque es cierto que antes se negaba la identidad étnica para sólo resaltar la identidad campesina y eso es también una discusión.

Hoy por hoy nosotros estamos trabajando en generar un cambio, acá en Suecia, para intentar tener incidencia en el ámbito político también, tanto en el debate como en las actividades políticas.

K.R. ¿Cómo ocurre el cambio dentro de la organización?

F.C. : Mucho tiene que ver con la realidad de Latinoamérica; muchas veces uno ve las cosas desde acá y no se pone en los zapatos de los otros. Los movimientos de los pueblos originarios han sido actores de los cambios que han ocurrido, por ejemplo en Bolivia, Ecuador. En Chile, están dando una pelea que empieza a despertar interés, la gente comienza a verlos como actores políticos, no como algo folklórico o exótico, sino que los ve como un actor político importante. Lo mismo ha pasado en Guatemala, con el pueblo Maya, y en México, Chiapas, donde son actores importantes que están presentando ideas, proyectos de sociedad y una mirada crítica frente a los otros. Eso es una realidad que nosotros la asumimos como tal. En cuanto a los trabajadores del campo, los pequeños campesinos, la gente del sector rural, también han sido parte importante de los procesos en América Latina, que apuntan a cambios estructurales que ya no sólo luchan por un espacio en el parlamento, proyectando también la idea de que nada cambia teniendo más parlamentarios, sino que más bien las transformaciones deben nacer de la gente.

K.R. ¿Cómo se vinculan o cómo llegan a establecer la relación con los movimientos sociales?

F.C. : Nosotros funcionamos con tres oficinas en América Latina: una en Santa Cruz, Bolivia, otra en Quito, Ecuador y una en Managua, Nicaragua, donde trabajamos con programas como el fortalecimiento de organizaciones, liderazgo y comunicación, que son los temas fundamentales. Nosotros no imponemos temas ni nada; ellos saben que nosotros somos una organización política, al igual que ellos, que tenemos estrategias similares, que estamos levantando los mismos temas y que trabajamos como aliados políticos; la única diferencia es que nosotros contamos con el dinero que reunimos acá a través de socios y de algunas instituciones. A su vez, ellos tienen sus propias luchas, pero esas también nos sirven a nosotros.

Con mucho de esto nos hemos ido empapando, por ejemplo, del tema de la conferencia «Rio +20″ en junio; lo estamos trabajando con CAOI y  Vía Campesina. Estamos también levantando una plataforma en Suecia, junto con otras organizaciones sociales, y coordinando el tema con los movimientos en Latinoamérica y Europa. La idea es que los movimientos sociales estén presentes ahí, nuestros programas están para que los dirigentes que estén en las reuniones importantes lleguen a nosotros, allí, y poder apoyarlos con lo que sea necesario (transporte y otras cosas). Además, estaremos presentes en las discusiones políticas que se den en el marco de «Río +20″.

K.R. : ¿Cómo es la visión que existe sobre Latinoamérica en, por ejemplo, las personas que van como voluntarios? ¿Cómo se encuentra esa visión con la realidad latinoamericana? 

F.C. : Al trabajar directamente con movimientos sociales, cambia un poco la visión. Así, por ejemplo, cuando nos relacionamos con el MST de Brasil -que tiene cierta estructura, una militancia diferente, una forma de organización que difiere de lo que estamos acostumbrados-, nos empieza a cambiar a nosotros también la visión y empezamos a ver la relación que hay entre el Norte y el Sur, que es una crítica que siempre ha existido. Lo que hace el Norte, por supuesto, afecta a los países del Sur. Hoy en día, tú ves como el neoliberalismo en Europa se ha venido encima; es cosa de ver lo que pasa en Grecia con los paquetes de ayuda del FMI (que ya las hicieron años atrás en América Latina) y es ahí desde donde, justamente, surgen ideas y esperanzas de mudar hacia sociedades que son diferentes. Hoy, la esperanza viene de allá y no de acá. Durante mucho tiempo fue al revés; se exportaban ideologías, entre otras cosas.

K.R. : ¿Cómo es el trabajo concreto de la organización? ¿En cuáles proyectos trabaja actualmente?

F.C. : Nosotros hemos tratado de generar el debate sobre cómo lo que se hace en Europa, tiene consecuencias en otras partes. Por ejemplo, aquí en Suecia, importamos una cantidad enorme de etanol para nuestros autos y proteger nuestro medio ambiente, pero esa producción de etanol tiene unas consecuencias sociales y ambientales tremendas. Lo mismo con la soya: comemos carne, y el 90% de la soya con la que alimentan a los animales viene de Brasil, trayendo consecuencias catastróficas para los pueblos de ese país.

Últimamente, uno de los trabajos de Latinamerikagrupperna que mayor notoriedad ha tenido (en el espacio de la opinión pública sueca), está relacionado con el impacto que tienen las inversiones de los fondos de pensiones en empresas multinacionales. Se ha establecido un debate en torno a tres casos que son emblemáticos, respecto a las secuelas de la gran industria minera en las comunidades y el medio ambiente: el caso de la compañía Newmont y su proyecto “Yanacocha” en Perú; Barrick Gold y el proyecto en Los Andes chileno-argentino “Pascua Lama” y la minera canadiense Goldcorp con el proyecto “Marlin”, en Guatemala.

El capital de los fondos de pensión suecos, que son lo que nosotros aportamos, se invierten en la industria minera en América Latina para poder generar buenas rentas. Estas inversiones tienen consecuencias para el pueblo Maya en Guatemala, como también en la mina de San Miguel, Perú, o en el proyecto Pascua Lama en Chile, y todo el revuelo que ha provocado el proyecto CONGA en Cajamarca, Perú, donde están involucrados los fondos de pensión suecos. Lo que nosotros debemos hacer es investigar qué sucede, levantar las consecuencias que tiene, socializarlas y empezar a crear un debate en Suecia.

A la gente acá le interesa esto; nosotros le hemos dado fuerte. Sacamos dos páginas en el Dagens Nyheter, yo mismo he estado en debates de televisión sobre los fondos de pensión, principalmente, comentando sobre el tema de la minería en Guatemala. Lo mismo ocurre con lo del cambio climático, pues son justamente los países ricos los que producen mayor cantidad de gases que contribuyen en el efecto invernadero . . . pero  las peores consecuencias de los cambios climáticos, se dan en los países del sur.

K.R. Con respecto a los cambios de la política pública de ayuda del estado sueco, ¿cómo se da hoy esta ayuda y cuáles son las características que ésta ha tomado?

F.R. Suecia tiene un presupuesto de ayuda para el desarrollo que equivale al 1 % del PNB. Este presupuesto se administra a través de ASDI. La tendencia actual es premiar las iniciativas donde se combinan dineros públicos con los privados. Los grandes ganadores de esta política son empresas que les interesa invertir en el sector de desarrollo social, mientras que las organizaciones sociales hemos perdido apoyo.  Hay una organización, SWEDFUND, que utiliza parte de estos recursos para ayudar a las empresas en este sector, con capital y apoyo financiero que contribuya a iniciar proyectos de desarrollo. Nosotros hemos seguido uno en África, donde están trabajando con un proyecto de electricidad y desarrollo, financiado con dineros públicos de dicho presupuesto.  Este proyecto está relacionado con una idea más mercantilista y la idea de la eficiencia del mercado, y eso es una crítica que nosotros estamos tratando de resaltar, pues pensamos que los cambios deben venir de la gente, no de una empresa o de alguien que -en actutud paternalista-, piensa que te va a cambiar la vida. Tiene que ser la propia gente la que propicie esos cambios y para eso se necesitan organizaciones fuertes que puedan levantar reivindicaciones e ideas.  También se necesita que tengan que ver con la idea que se tiene de los países, porque en África o en Latinoamérica serán pobres, pero no tontos; si son pobres, además, es porque hay una estructura de desigualdad que lo permite, cosa con la que la gente no está de acuerdo. Para poder cambiarlo, tienen que existir los movimientos sociales. No serán las empresas las que transformen la estructura de desigualdad. Aunque ellos piensan que sí, nosotros no.

Karina Raña Antropóloga chilena que reside en Suecia. Con una tesis «en el horno», le interesan -ante todo- temas políticos y de género, acentuando la incidencia que estos tienen en fenómenos como las migraciones y las comunidades transnacionales. Escríbele a anakarinaravi@gmail.com. 

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