Internet, un “sabelotodo” en el debate educativo

 

Por: Mercedes Posada Meola

Este artículo se inspira en un capítulo de los Simpsons. La escena muestra a una profesora desesperada tratando de dar clases, mientras los alumnos juguetean con sus teléfonos celulares. La profesora decide decomisarles los aparatos y centrar la mirada en el viejo tablero verde de tiza y borrador. Los alumnos, comandados por Bart Simpson, en venganza le ponen una trampa a la profesora y logran que sea expulsada de la escuela. En su reemplazo llega un joven recién graduado, con doctorado incluido, con pinta vanguardista, zapatos Converse y gafas oscuras. Lo primero que hace este profesor es devolverles los celulares a los estudiantes e invitarlos a que los usen durante la clase. El nuevo profesor decomisa las libretas de apuntes y libros de texto, lanza preguntas en público y regaña a quienes responden de memoria. “Es más fácil preguntarle a la red. ¿Para qué gastan su cerebro memorizando conceptos que pueden buscar en Google?”, argumenta el maestro.

Siempre he pensado que los Simpsons son moralistas. Tal como lo representa el capítulo, lo que está en juego ahora no son las ventajas o desventajas del internet, sino el nuevo repertorio de valores que se construyen en el intercambio cultural mediado por la virtualidad y los retos que las (ya no tan) nuevas tecnologías proponen en materia de educación.

Hay quienes afirman que después de la escritura, el internet es “la mayor revolución cultural del hombre” y tal vez no es una expresión exagerada. Con el fortalecimiento de la red, tanto en contenidos como en cobertura y acceso, las posibilidades comunicativas de la gente parecen no tener fin. Ahora todo puede ser expresado públicamente y en tiempo real desde las diferentes aplicaciones que provee este medio: correo electrónico, chat, canales de video, redes sociales, foros, grupos, videojuegos, etc.

Pero el debate no es tan sencillo. Así como hay quienes ven en este medio infinitas bondades en materia de democratización de la información o de movilización social, al otro lado de la orilla se encuentran los escépticos, esos que el semiólogo Umberto Eco en nuestros días llamaría «apocalípticos»; a esta tribu pertenecen las personas que relatan las oscuridades del medio. Su crítica tiene que ver con la pereza intelectual que produce, con el aislamiento social, con la soledad, con la dependencia emocional.

Cuando se responde afirmativamente a preguntas como: ¿navegar, chatear, jugar online y mantener actualizado tu facebook, es lo más importante en tu vida? o ¿sientes que no puedes vivir sin internet?, es probable que estemos frente a casos de trastorno de adicción o mejor de ciberadicción, como lo han advertido algunos psicólogos. “El Internet es el comienzo del fin”, afirman los más radicales de la corriente apocalíptica.

Desde la perspectiva de los “integrados”, es decir, de aquellos que ven más posibilidades que limitaciones, el debate se sitúa en otro plano. La aparente “pereza intelectual” lo único que pone de manifiesto son las estrategias de enseñanza y aprendizaje que deben poner en práctica tanto los profesores como los estudiantes en el mundo de hoy. Los métodos actuales de enseñanza de las escuelas y universidades necesariamente tienen que cambiar. La naturaleza del estudiante de estos días es diferente a la de hace 20 años, no se pueden seguir formando intelectuales de la memoria en un mundo donde todo está memorizado en la red. El foco debe estar ahora en la asimilación y comprensión de los conceptos. La memoria propia queda relegada frente al internet, el gran “sabelotodo” del presente siglo.

El propósito de la educación, tal como lo expresó el columnista Antonio Vélez Montoya -hace algún tiempo en El Espectador-, debe estar en adiestrar el pensamiento, la creatividad, el ingenio, la inferencia.

De igual forma, el sistema educativo de hoy, enfrenta la responsabilidad de darle un uso constructivo a las nuevas plataformas: Aprovechar el cine, la animación, las imágenes, las series de televisión que circulan gratuitamente por diferentes canales interactivos y todos los elementos que convergen en esta nueva mediación. Establecer redes de investigación, de discusión, formar equipos virtuales de trabajo interdisciplinario, ganarle al escepticismo, desprenderse de viejos paradigmas y estimular el pensamiento crítico, es otra de las ventajas que propone la web.

El debate continuará de una orilla a la otra, pero mientras seguimos discutiendo, los invito a mirar el desenlace del mencionado capítulo de los Simpsons en televisión o, si prefieren, pueden encontrarlo en Youtube o en Facebook o en el Twitter de Bart. Ojalá podamos encontrarnos para comentarlo; nuestras ideas le darían la vuelta al mundo, en un solo segundo.

«Bart gets a Z» – Capítulo completo en Inglés


NOTA EDITORES AK

Encontrar el capítulo completo de «Bart saca una Z», en Español, no fue posible (al menos, no era visible). Parece ser que las «políticas» de censura digital están haciendo de las suyas . . . Agradecemos cualquier dato que nos remita al link apropiado. Gracias 🙂

2 Respuestas a “Internet, un “sabelotodo” en el debate educativo

  1. Interesante el tema y la reflexión, de hecho se centra en un conflicto pedagógico complejo y de difícil aproximación, sin embargo, me gustaría hace un par de alcances al respecto.

    Desde la perspectiva pedagógica, por lo menos en Chile, y algunos otros países de los que algo conozco en cuanto sus prácticas pedagógicas, lo que se hace hoy en día, y desde hace más de 15 años, es integrar las llamadas habilidades y competencias (Análisis, comprensión, evaluación, aplicación, síntesis, etc, -la lista cambia de teórico en teórico, la que más conozco es la taxonomía de Bloom-) a toda la amplia gama de herramientas didácticas, haciendo especial énfasis en las herramientas tecnológicas (diseño y desarrollo web en los profesores; plataformas virtuales para estimular el trabajo en equipo vía web; trabajo con material audiovisual; desarrollo de aplicaciones para trabajo en ipad o smartphone; y un largo etcétera). Aquello de la memoria solo lo practican y cada vez menos a menudo profesores formados en la vieja escuela, porque los sistemas educativos (sobre todo algunos países latinoamericanos y europeos) están poniéndose al día y exigen a los profesionales del área que también lo hagan.

    La actualización en este campo, la pedagogía, está basada en los trabajos de los constructivistas (con los que no estoy de acuerdo) y en particular en los desarrollos de Jean Piaget en el área, cuyas teorías datan de hace más de 40 años.

    Quizás lo único preocupante de internet es que no permite distinguir ni hacer filtros respecto de la información: es un centro de almacenamiento con exceso de información que produce desinformación, y eso a su vez es un problema gravísimo, ya que muchos alumnos piensan que solo por el hecho de estar en internet cualquier información tiene validez, es decir, tiene valor de autoridad. Esto también implica que muchos alumnos no procesan la información que se les entrega y no hacen más que copy/paste (ya ni siquiera usan su memoria). Es indudable que justo en ese lugar, el del control de la información y sus filtros, es donde se encuentra el trabajo del profesor (me parece que siempre ha sido así, entre otras tareas); sin embargo, hay profesores buenos y malos -como todo profesional-, que también se equivocan -como todo ser humano-, y en ese momento es donde debiese aparecer la familia y su apoyo, pero eso es harina de otro costal.

    Así, me parece que la columna apunta bien al uso de las nuevas herramientas tecnológicas como herramientas de aprendizaje, aunque el grave problema yace no de las nuevas tecnologías, sino en la red, que complica ciertas estructuras de aprendizaje si la familia no tiene un control sobre sus hijos y los profesores no cumplen su rol.

    Un Saludo

    Daniel Fernández García

    • Hola Daniel,

      Como bien lo dices, el problema que plantea este texto también me pareció interesante, oportuno y de difícil aproximación, pues es un conflicto pedagógico de fondo que trasciende el asunto de las TICs. Me gustaría, en todo caso, hacer un par de anotaciones con respecto a tu comentario, desde la experiencia y formación que he tenido como educadora.

      No sé como funciona en Chile, pero cuando se habla de educación en países como Colombia o Estados Unidos (en donde he tenido experiencia y me he formado), no existe una situación homogénea que permita decir que un país escoge un enfoque o una práctica pedagógica única y específica. Si bien hay muchas corrientes actuales y antiguas que se inclinan hacia el enfoque constructivista, y un afán general por la actualización de la profesión docente, los enfoques varían de sistema a sistema (privado o público), de institución a institución, de aula a aula, y de profesor a profesor. Desde mi punto de vista, la responsabilidad de esa escogencia recae sobre el profesor, pero también conozco situaciones institucionales y/o políticas que obstaculizan el trabajo autónomo que un educador debe(ría) hacer, en el diseño de la experiencia y proceso de aprendizaje para los estudiantes. El gremio, además, está aún permeado por las prácticas de lo que denominas como «la vieja escuela»: la memorización, regurguitación de información y la demostración del dominio de contenidos, aún persisten como medidores sistémicos de resultados. Ahí los sistemas se interponen en la libertad de la que debería gozar el educador, y muchos terminan yéndose por esa práctica pedagógica, precisamente porque el sistema exige mediciones que se logran más fácilmente, con métodos de evaluación de ese tipo.

      Por otro lado, considero que las habilidades y competencias no se «integran» a las herramientas didácticas; las herramientas que se utilizan para el aprendizaje -sean digitales, lúdicas, analógicas, etc- son sólo eso: herramientas. Las habilidades y competencias son los «resultados» de un proceso, un proceso donde esas herramientas son integradas con un contenido particular, bajo determinado enfoque pedagógico, a través de métodos específicos. En otras palabras: el enfoque es la ideología, los métodos son la ciencia, y las herramientas son instrumentos que permiten la ejecución de dichos métodos (que a la larga persiguen resultados específicos llamados «habilidades y competencias»). La taxonomía de Bloom, en particular, es jerárquica: las habilidades y competencias estipuladas ahí van por niveles. Es decir, no todas esas competencias pueden desarrollarse en todas las edades, ni en todos los tipos de inteligencia, ni siempre conjuntamente (ojo, digo no siempre), al menos en la etapa escolar.

      En cuanto a tu preocupación sobre Internet, debo decir que mi posición es diferente. Pienso que «Internet» no es el responsable de permitir distinciones ni filtros de la información, como tampoco lo es el profesor. El profesor, desde mi punto de vista, sí es responsable por diseñar un aprendizaje que le permita al estudiante desarrollar las habilidades y competencias del pensamiento complejo (las más altas de la taxonomía de Bloom), las cuales, más tarde, le permitirán al alumno ser lo suficientemente crítico y autónomo, para decidir cuál es real valor de la información que recibe — y para hacer una acertada distinción entre «información» y «conocimiento». He ahí la gran responsabilidad del profesor como diseñador de la experiencia de aprendizaje, y de la educación -en general- en la era digital.

      Tampoco creo que la educación deba centrarse en la comprensión y asimilación de conceptos (debe hacerlo, pero no quedarse ahí), como sugiere el texto, porque esas son habilidades medias en el cuadro de Bloom y en los objetivos de una buena docencia. Quizás deba centrarse en el desarrollo de habilidades complejas (como el análisis, la evaluación, la síntesis y la creación). El problema, en mi opinión, no yace ni en las TICs ni en la red: yace en los individuos y sus prácticas . . . y en la educación que se les imparte, para que sean usuarios críticos del Internet y las nuevas tecnologías . . . (y si el horizonte pinta bien, en productores de contenidos que aporten éticamente en el ecosistema social y digital: no sólo con sus palabras, sino también -y sobre todo- con sus acciones).

      Saludos,
      Paola

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