Por Paola Rubio Ferrer | @PRubioFerrer
Publicado en HOJA BLANCA | “Humana Especie” | Agosto 22, 2011
Stanley Kowalski es el ícono definitivo del chovinismo masculino. Violento, vulgar, opresor, ordinario, dominante, brutal . . . poseedor de una desmesurada fuerza vital, bañada en sudor viril y vestida de una protuberante musculatura, al fresco. Esta figura significaba una contundente amenaza para «lo noble y lo civilizado» en aquella «próspera» modernidad, cuando Tennessee Williams sacó este personaje a la luz, en la clásica obra “Un tranvía llamado deseo.” Quizás Marlon Brando tuvo tanta participación en esa creación como el mismo autor de la obra, pues no hubo actuación en esa película – Brando fue Kowalski, y lo hizo perspirar hasta convertirlo en el vivo testimonio de las dinámicas de género de la época.
Este emblema sexista de los años cuarenta continúa siendo la imagen que define la esencia machista. Aún cuando luzca diferente o lleve cualquier otro nombre en el imaginario popular, Kowalski es un prototipo conceptual en la cultura occidental. En Colombia, muchos asumen que así “se ve” el machismo y que así «opera,» dejando a un lado otras manifestaciones más sutiles, pero igualmente agresivas. Dicha posición, entre otros exabruptos, es evidente en el discurso de las redes sociales y en los penosos comentarios de los lectores de diarios y revistas. La vigencia de esta asociación proviene de un afán facilista, pues los estereotipos ahorran el esfuerzo de profundizar en los procesos de significación y generan una ilusión de control en el entendimiento del mundo. Lo peligroso de reducir conceptos a sus extremos es la posibilidad de sesgar la comprensión de tales fenómenos y el riesgo de invisibilizar la existencia de los mismos. En otras palabras, si la reflexión se hace a partir de una noción tan radicalmente primitiva y salvaje, es apenas lógico que la gente presuma de no ser machista; de hecho, contrariamente manifestarán un inmediato rechazo a la posibilidad de identificación con ese tipo de concepto. La evasión de una revisión honesta de este tema es un acto reflejo, donde no se asume ningún tipo de responsabilidad.
Los roles de género se han transformado en las últimas décadas, alterando también las dinámicas de las relaciones entre hombres y mujeres. Si bien es cierto que la lucha feminista ha ido ganando terrenos en el acercamiento a una igualdad, el mundo aún es primordialmente patriarcal. El machismo se manifiesta hoy de muchísimas formas, algunas más evidentes que otras, expandiendo la idea a dimensiones que trascienden el perfil kowalskiano de virilidad animal, violencia explícita y/o estrictamente física. El hecho de que este tipo de machismo radical sea menos popular en nuestros días, no significa que no siga existiendo o que el machismo mismo no esté tan presente como en el pasado; estamos lejos de una era post-machista. Aún cuando las mujeres tengan más libertades y derechos ganados, no olvidemos que el machismo es un espectro con numerosos matices, contextos y componentes. Más que un comportamiento específico hacia la mujer, es un asunto que navega entre los tonos grises y en la complejidad característica de nuestros tiempos.
El fenómeno invita a un urgente cambio en los paradigmas que definen a los hombres y a las mujeres. Son precisamente nuestras creencias las que generan nuestro sistema de valores y estos últimos, condicionan nuestra manera de actuar. Así, si el machismo existe como un accionar, entonces la masculinidad y la feminidad vendrían siendo los paradigmas que generan el comportamiento y la actitud machista. Es la percepción de los roles la que erige, entonces, la arquitectura de dicha jerarquía, generando repercusiones negativas en el plano cotidiano-cultural y en el político-legislativo.
Sexo no es género
Para darle claridad y herramientas de análisis concretas a esta exploración, debemos empezar por hacer una distinción fundamental entre el concepto de sexo y la idea de género. Estas palabras no son sinónimos intercambiables, aun cuando se utilicen conjuntamente en el análisis de fenómenos específicos. El sexo es una cuestión estrictamente biológica; el género es una construcción sicológica y cultural. Para explicar de una manera más gráfica, he decidido utilizar un sistema que conocí hace algún tiempo; en su momento le dio gran nitidez a mi comprensión de ambos conceptos. El siguiente esquema es mi versión (en Español) del “Diagrama de Sexo y Género” del Center for Gender Sanity, organización en California que asesora a la comunidad transexual en su proceso de transición de género. No es ésta una definición absoluta ni la única, pero si es infinitamente valiosa en la expansión de la constrictiva dicotomía “hombre vs mujer.” Estos mecanismos, mucho menos reduccionistas, parecen ser más apropiados en la labor de desenredar la compleja maraña conceptual de nuestra era.
El diagrama está constituído por dos extremos, el del hombre y el de la mujer “normal” (agradezco el cuestionamiento del concepto de normalidad), es decir, el del concepto culturalmente aceptado de lo que significa “ser hombre” y “ser mujer.” Cada categoría se presenta como una escala donde la aguja del centro se puede desplazar con plena libertad, ejemplificando la fluidez y flexibilidad en la noción de género.
El concepto de sexo es bastante claro en el diagrama, pero el de género tiene un entretejido menos exacto, dada su referencia a la dimensión sicológica de la identidad y a la expresión del género en el diario vivir – gestos, ademanes, formas de vestir, etc. La orientación sexual es el área donde se define la atracción sexual, sea hacia un sexo u otro, o hacia ambos sexos (bisexual) o ninguno (asexual). De acuerdo a mi sexo soy mujer, pero en mi identidad de género (es decir, mi manera de sentirme y de pensarme a mí misma) me identifico más en el medio, algo así como un tercer género que abarca ambas nociones. Quizás sea ese también el caso de mi expresión de género, donde aunque tiendo hacia una leve ambivalencia, tengo una marcada inclinación hacia el lado femenino. Mi orientación sexual se precisa al extremo derecho como heterosexual.
Este sería mi cuadro, pero invito al lector a una reflexión personal utilizando este diagrama; garantizo que los resultados proveeran una rica reflexión, que podría revelar y esclarecer la noción personal de género. Vale aquí mencionar que es perfectamente posible pertenecer al sexo masculino, identificarse como hombre, tener una expresión femenina y una definida orientación heterosexual (pregúntenle a David Bowie). Así mismo, una persona del sexo femenino puede identificarse como mujer, expresarse femeninamente y, a la vez, sentirse atraída por mujeres. Todos los cuadros y combinaciones son posibles porque la distinción de estas 4 áreas independientes no es arbitraria; debe su existencia a numerosos estudios de escenarios que ya existen. Este diagrama mental provee un excelente punto de partida para explorar nuestras propias nociones de género, pero es también una sugerencia para explicar el Gran Axioma Universal: el ser humano tiene la libertad esencial de darle forma a su propia identidad, de elegir su manera de expresarse y de amar a quien desee amar.
Cultura, los ismos y nuevas masculinidades
Dentro del esquema del diagrama, las escalas son variables personales que no aplican de manera generalizada. El entorno cultural sí afecta la manera en que el individuo se sitúa dentro de estas escalas, pero lo que definitivamente está fuera de la decisión personal son las nociones de “hombre normal” y “mujer normal;” las expectativas culturales ejercen presión para tener a los hombres en una izquierda absoluta, en todas las categorías, ubicando s las mujeres en el extremo derecho. Esas arbitrarias definiciones son dictadas por la norma, es decir, por la cultura y la ley: la mujer normal Masaai es muy diferente a la mujer normal holandesa, tanto como el hombre normal iraní dista de parecerse al hombre normal argentino. Lo mismo podría decirse de la normalidad definida en los Llanos Orientales, en contraste con la de la regíón Andina, o la definida por el estrato 1 y el estrato 6 en cualquier lugar del mundo.
Esto significa, indefectiblemente, que no existe una sola manera de ser hombre ni una sola manera de ser mujer. También sugiere que algunas culturas ejercen el machismo de manera sistémica, a partir de la misma definición que hagan de la normalidad. El machismo no sólo tiene por nombre Stanley Kowalski; también se llama “salarios inferiores,” “invisibilidad en los textos de ciencias e historia,” “objetivación sexual,” “carencia de apoyo a las madres solteras,” “presión de estándares de belleza poco naturales y excesivos,” “subestimación de las capacidades mentales/profesionales,” “pensar que la violencia física es merecida,” entre muchos otros. El machismo es un andamiaje mental; son todos los pensamientos, actitudes, acciones y omisiones derivadas de un posicionamiento superior del género masculino, en una definición jerárquica de los géneros. Es una forma de coacción que no es necesariamente física, sino también sicológica, una que no sólo peca por acción sino también por omisión, que no es exclusiva de los hombres sino también una actitud proviene de muchas mujeres (una mujer que se sitúe por debajo del sexo opuesto en la escala de valores, es automáticamente una mujer machista).
¿Son entonces, las feministas, el otro extremo del machismo? La respuesta es un contundente NO, dado que el feminismo (en esencia) no le apuesta a la supremacía del género femenino, sino a la búsqueda de igualdad entre los géneros. El feminismo es un mecanismo regulador en un mundo patriarcal; recordemos que los derechos no se dan, se conquistan. Las luchas de los sesentas y setentas produjeron cierto rechazo hacia el movimiento feminista, debido a la posición radical que requería ese momento del proceso. Hoy, aunque menos radicales, también exponen y denuncian las expresiones más sutiles e invisibles del machismo, manifiestas en los engranajes y discursos políticos, mediáticos, educativos y domésticos.
La contradicción en la que se mueve esta mujer que hoy está más cerca a la igualdad, es la pérdida de su individualidad en esa representación colectiva del género. “La mujer” es hoy un grupo, una masa anónima, pues la lucha por sus intereses ha exigido esa unión de fuerzas e individualidades desdibujadas. Muy pocas veces se escucha la aglutinación del otro género bajo el nombre de un colectivo anónimo, “el hombre” , a menos de que se esté refiriendo a la humanidad en su conjuto . . . en el caso masculino, el nombre de pila siempre antecede al nombre de su grupo. Todavía muchas mujeres se sienten excesivamente respaldadas por ese rostro colectivo y no sienten la responsabilidad de representación, o la necesidad de responder al llamado de una autorrealización personal. Ese podría considerarse un desperdicio de los logros alcanzados en la lucha por la igualdad.
Los hombres también habitan en una contradicción, pues ellos también han sido víctimas del machismo. En el afán por permanecer en su posición superior, el “hombre normal” -de la cultura occidental- es una idea compuesta por elementos como el éxito profesional, la afluencia económica, la creencia en que debe ser él quien provee, la valoración exagerada de una personalidad tipo Alfa, la heterosexualidad como requisito, la represión de sus emociones. El género masculino se echó la soga al cuello y fue víctima de su propio invento, fabricando la idea de un hombre con el que no todos en el grupo se identifican. Esa imagen es también glorificada por mujeres machistas, quienes a su vez exigen estos mínimos en el hombre de su vida romántica, social y profesional.
Mientras se hace un cambio de paradigmas y se revalúa nuestra definición de la feminidad, también debe hacerse una revisión paralela de la masculinidad. El feminismo abrió la puerta a nuevas feminidades y éstas, a su vez, han generado nuevas masculinidades que no están aún incluidas en la narrativa del “hombre normal.” Peor aún, muchos hombres han tardado en reconocer lo que pierden al no vivir algunas otras dimensiones humanas, al restringir la manifestación de estas nuevas masculinidades que le dan prioridad a una vida más amplia y auténtica, a estar en contacto permanente con su propia sensibilidad y vulnerabilidad.
Las conversaciones sobre género no deben limitarse a reacciones sensacionalistas frente a la violencia contra la mujer – una violencia que nunca es justificada porque esa no es sólo una desventaja de género (la posición inferior de la mujer está generalizada en la mayoría de las estructuras sociales y culturales), sino también una desventaja sexual (obvias diferencias en la anatomía y en la capacidad de procreación.) Esto no significa que los mujeres estén exentas de la posibilidad de ser victimarias; el abuso emocional y sicológico, utilizado por ambos géneros, puede incluso ser más corrosivo que el físico.
Mientras se trabaja por la igualdad en el plano político-legislativo, deberíamos todos identificar y revaluar nuestras múltiples definiciones de cada género. El diagrama incluído en este escrito es un buen inicio para la reflexión y el cuestionamiento individual. Bien es sabido que la mejor manera de contribuir al cambio, es empezando por el trabajo en uno mismo; luego podríamos pensar en el trabajo de crear paradigmas más fluidos y constructivos, que además de alivianar los prejuicios y perjuicios del machismo, conduzcan al surgimiento de un país más libre y auténtico, uno donde el respeto de las libertades esenciales de sus ciudadanos sea una prioridad y realidad. ♠
«Es la percepción de los roles la que erige, entonces, la arquitectura de dicha jerarquía, generando repercusiones negativas en el plano cotidiano-cultural y en el político-legislativo.»
MAS BIEN SUCEDE LO CONTRARIO, EL ALEJARNOS DE ESTOS ROLES Y ESA JERARQUIA ES LO QUE ESTA TENIENDO REPERCUSIONES NEGATIVAS EN EL PLANO COTIDIANO-CULTURAL Y EN EL POLITICO-LEGISLATIVO, DE HECHO ES LO QUE ESTA DESTRUYENDO NUESTRA SOCIEDAD.
si machismo es:
«también se llama “salarios inferiores,” “invisibilidad en los textos de ciencias e historia,” “objetivación sexual,” “carencia de apoyo a las madres solteras,” “presión de estándares de belleza poco naturales y excesivos,” “subestimación de las capacidades mentales/profesionales,” “pensar que la violencia física es merecida»
machismo se llama sentido común y leyes naturales.
Ese trabajo por la igualdad en el plano político-legislativo va a terminar por llevarnos a la guerra, y creeme que tengo voz de profeta. Por lo demás la forma de buscar la igualdad en el plano político-legislativo, es un insulto insoportable para los hombres.
Estimado Sr. José (sin apellido),
Le agradecería que su participación estuviera apoyada por argumentos sólidos y precisos, dado que sus opiniones carecen de fundamentos lógicos. Sin una argumentación mínima, es difícil establecer el tipo de diálogo que promovemos en este blog. No sé a qué se refiere con «sentido común», «leyes naturales» – y mucho menos, a qué se refieren sus profecías de guerra ni la «ofensa» que la igualdad de género -según usted- les significa a los «hombres». Debo decir que la gran mayoría de hombres en mi mundo, no se sienten ofendidos; ellos están tan seguros de quienes son, que celebran ser los hombres que son (sean gays, heterosexuales, o lo que sean o prefieran ser). No necesitan tener a nadie debajo de ellos para sentirse seguros de sí mismos; ponen por encima del sexo/género, su propia humanidad y la de todos los individuos.
Encuentro su comentario incosistente, insulso y con ánimo de ofensa (digo ánimo, porque creo que el comentario es tan poco sólido que no llega a ofender a nadie, aun cuando esa sea su intención). Antes de intentar escribir insultos fallidos en este espacio, le recomiendo revisar nuestras pautas de participación en la sección de «Comunidad AK». Le recuerdo, además -o le informo, porque parece no saber- que el complejo de superioridad no existe; ese es un simple síntoma que esconde todo lo contrario: un gran complejo de inferioridad. . . . pregúntele al sicólogo que debería visitar o haga la investigación, en el motor de búsqueda de su preferencia.
Gracias,
Paola Rubio Ferrer