Publicado en HOJA BLANCA | Humana Especie | Septiembre 20, 2011
Partamos de esta base: no creo en la objetividad. Es más, lejos estoy de aceptar la existencia de esa utopía donde sólo habitan “la verdad” y “la realidad” (ambas en singular), esas damiselas pretenciosas, vestiditas de estricta gala, perfumadas con aroma de superioridad moral, e infladas con la arrogancia de quienes no toleran la hermosa incertidumbre a la que todos hemos sido arrojados a vivir. Realmente no me cabe en la cabeza la idea de que la percepción no medie nuestro entendimiento de lo real, pues ella carece de voluntad y jamás podría enmudecerse frente al estoicismo lineal de la razón. Ya está visto que la inteligencia no es sólo un asunto cognitivo; es también un asunto informado por nuestros sentimientos y nuestra experiencia de vida, por nuestra identidad y nuestras múltiples creencias. Pero ese es otro tema . . . a lo que voy aquí es a hablar de la profesión que define su oficio como la ambiciosa y titánica labor de describir “la realidad,” con absoluta objetividad, para la mayoría de los mortales. Hablo del periodismo.
Aún cuando algunos tienden a reducir el objetivo del periodismo a la estricta administración y divulgación de la información, no debemos olvidar que dicho oficio es también un espacio dónde se producen contenidos y conocimiento. Es también un proceso y una práctica cultural donde la acción humana es mediada de manera individual y colectiva. Y digo mediada, haciendo énfasis en los múltiples filtros utilizados al definir lo que creemos objetivo, empezando por la percepción y la razón misma del periodista. Luego, esa versión de la realidad es nuevamente mediada por la percepción (y algunas veces la razón) de las audiencias. En pocas palabras, lo que cae en nuestro cerebro con el nombre de verdad,realidad u objetividad, no es más que una representación o una versión mediada (y mediatizada) de algún hecho.
Lo problemático aquí no es el asunto de la mediación. El real conflicto yace en la esencia misma del ejercicio periodístico, pues de su cultura material y expresiva es de donde la mayor parte de la sociedad construye su realidad. En otras palabras, una gran parte de la sociedad acude a los contenidos periodísticos para satisfacer la necesidad de una matriz que le dé soporte a la ilusión de un mundo concreto, o para buscar un piso donde apoyar el andamiaje de constructos que le dan sentido al cotidiano ritual de vivir. Los medios, canal de difusión y significación omnipotente, legitimaron ese discurso desde el momento mismo en que el hombre se deslumbró frente a la pantalla de un televisor y la veneró como una luminosa deidad, exenta de todo error. Y es que aquí está el peligro, porque si la religión se siente dueña y señora de “la verdad,” el periodismo se autoproclama el dueño y amo de “la realidad.” Con desdén, y algo de apatía, me encojo de hombros; el periodismo, tanto como la religión, posee un séquito de audiencias que engullen su retórica sin la más mínima intención de digestión o saboreo.
Lo que sabemos de la realidad está siempre mediado. Nuestros sentidos, nuestra razón, nuestra percepción y nuestra naturaleza humana, anulan la posibilidad de esa objetividad absoluta que el periodismo usa como bandera. Entiendo que la objetividad periodística pueda referirse al acto de limitarse a las fuentes en un reportaje o artículo, pero hasta la escogencia misma de las fuentes es un acto subjetivo. Todo proceso periodístico es parcial; siempre hay toma de posición, aún cuando no siempre sea explícita. Sería un lugar común precisar que el periodismo, al ser profesionalizado, se convirtió en una labor al servicio de intereses específicos. Las voces independientes son escasas, aunque existentes, pero la mayor parte de la gente no llega a ellas o carecen de elementos críticos para entender dicha posición.
Le hablo aquí al periodismo como oficio, pero le hablo también aquí a la Academia, quien se concibe como la gran productora y administradora del Conocimiento (con C mayúscula), como si éste fuese una mercancía que se adquiere en un lugar específico, un concepto que celosamente se cosifica bajo los rótulos y sistemas de clasificación que ella misma crea y autoriza. Parece que su miopía no le permite ver que la era medieval y obscurantista quedó atrás y aún le interesa salvaguardar su encierro en la torre. No parece querer comprender que ahora prima la coexistencia de discursos, de saberes y de ciencias. No olvidemos que la Academia es una institución social creada por el pensamiento cientificista Europeo, uno que obvió las múltiples maneras de acceder al conocimiento y las infinitas formas que los saberes adquieren, sobre la faz de esta tierra.
La máxima de nuestros días debería ser que “sólo sabemos que nada sabemos.” Deberíamos despojarnos un poco del afán de “Conocimiento” o información, y llenarnos de más sabiduría, de más vida, de más aprendizajes. Sin la profunda comprensión que sólo otorga la experiencia, se corre el riesgo de quedarse con puntos ciegos en cualquier análisis y de perder la posibilidad de potenciar los avances hacia el único plano donde el saber puede adquirir un valor significativo: la esfera pública, el plano de la acción humana. También es importante escuchar las diferentes narrativas, los numerosos discursos que habitan este mundo. Ni el método científico ni los medios proveen todas las respuestas; de hecho sesgan nuestra manera de entender el mundo.
No trato aquí de desvirtuar a los periodistas ni a los académicos, al menos no a todos. Encuentro profundo valor en ambos oficios y espacios, en sus diálogos, en sus quehaceres y sus “productos.” Creo en el periodismo independiente y humano, uno que antepone el bien común sobre el de un grupo específico. Creo en una academia abierta, una que no mira el mundo jerárquicamente y que se interesa por múltiples formas de saber – una que contribuye en la vida cotidiana, expandiendo su alcance más allá de sus barrocas paredes (me refiero a las mentales). Mi intención aquí es rescatar el valor de la subjetividad como herramienta para el desarrollo del potencial humano, y analizar a la objetividad como una posición poco comprometida con la justicia y con el bienestar común.
Mientras soñamos con la materialización de un utópico mundo donde las audiencias sean más críticas y activas, donde la educación sea un derecho universal y no un privilegio, donde los intereses privados no se interpongan en la consecución del bien común, el periodismo tiene la responsabilidad de refinar la humanización de sus objetivos. Es un llamado al compromiso ético que reconoce la incapacidad (o la falta de interés) de muchos individuos y sectores sociales, para decodificar las complejas capas que manipulan la percepción colectiva y/o tergiversan larealidad, con astuta delicadeza. Es un llamado a comprender el deber que el periodista tiene dentro de la construcción del tejido social y cultural. Del mismo modo, es un llamado a la popularización del saber académico y a la urgente presencia de más intelectuales públicos.
En tiempos como los nuestros, donde el orden mundial ya tiene unas dinámicas establecidas, donde la distribución de riquezas es abismalmente desproporcionada, y donde las estructuras de poder mantienen a muchos sectores sociales oprimidos, nos es imposible ser objetivos o neutrales. La neutralidad equivale a la apatía cuando se tiene la posibilidad de llegarle a tanta gente y cuando sólo algunos hilos direccionan el camino de la gran mayoría. Aún peor, la objetividad puede equivaler a la complicidad con la injusticia. Hay que ser éticos y críticos, hay que sentar posición y tomar partido, tal como lo hacen quienes disfrazan sus subjetivas agendas con el disfraz de una presunta objetividad. La gran diferencia es que una explícita posición subjetiva es honesta (nunca miente “a sabiendas de”) – describe lo que ve, desde su contexto social, cultural y económico, asumiendo su posición particular de frente.
Increíble que, a estas alturas, aún haya que explicar una idea tan senilmente moderna (1930) como “esto no es una pipa.” ♠
Necesario para mantener nuestra supuesta racionalidad, como un acto de fe, hemos construido entorno a la incertidumbre un miedo que se vence con el metodo cientifico, que como regimen de verdad de la cultura occidental nos obliga a caer en el juego de la neutralidad. Pero como lo enuncia este texto, no se separan de estar ligados a los simbolos y significados creados culturalmente, que nos habla de la forma en que construimos alrededor del conocimiento una «fe» que enfrenta la sosobra a lo desconocido y el alcance de la equivocación.Materializando una idea de lo humano como distante, incluso, evasiva del error. Este texto, hace la apertura a un debate de como significamos simbolicamente la objetividad, incluso como parte de nuestra identidad dentro del juego profesional. Es decir, que significa para un periodista, un medico, un antropolgo, un politico (incluso) «ser objetivo» como supuesto escudo frente a las implicaciones de involucrarse.
Yo estoy de acuerdo con muchas cosas de este texto, es decir por supuesto que creo que el conocimiento es stiuado política e historicamente. Igualmente, es claro que el «conocimiento» que se produce finalmente es una representación cargada de juicios sobre el orden social. No obstante, creo que finalmente si tenemos un cierto compromiso político no podemos caer en el relativismo absoluto. Creo que hay una cierta verdad, tabién moralista y medio evangelizadora, en la que estamos de acuerdo cuando nos comprometemos socialmente. Es decir, finalmente hay una verdad y realidad afuera, que la represento de una cierta forma, pero que al existir me introduce en la necesidad de transformarla, y esa transformación esta guiada por una serie de premisas que yo creo reales e intransigibles (por ejemplo, que hay que acabar con todas las formas de discriminación racial y sexual y no estoy dispuesta a que nadie me lo relativice).
Estoy de acuerdo con lo que dices pero siempre he pensado que hay dos maneras de presentar la realidad; una es «sólo» planteando los hechos lo más apegado posible a la realidad y otra es dando tu opinión al respecto de dichos hechos. Ahora bien, cada una de ellas tiene su espacio. Las noticias deben ajustarse a la primera y las tertulias o programas de opinión para la segunda. Es posible que la primera sea más difícil pero los periodistas deben siempre evitar mostrar su punto de vista para no influenciar al espectador.
Lo que problematizo es precisamente la noción de «realidad» y de como ésta depende del ángulo de observación del espectador. Sólo un periodista que no tenga como faro la luz de la justicia, puede creer ser objetivo. La diferenciación que haces entre noticias/opinión la considero más una diferencia de géneros y/o estilos, que una diferenciación entre obejtividad/subjetividad. Ser crítico es ser subjetivo y las noticias también deben provenir de una mirada crítica (en cuanto al ángulo), aún cuando la presentación se limite a narrar hechos y no a profundizar en análisis.
Con el ánimo de continuar el debate y de seguir la línea argumentativa del texto de Paola, me permito citar acá a dos autores que pueden contribuir a la discusión. Por un lado, en su texto «Colonial Archives and the Arts of Governance», Ann Laura Stoler (antropóloga, profesora de The New School for Social Research) afirma que los archivos históricos, específicamente los archivos coloniales, no son simplemente fuentes de información, es decir, objetos que describen hechos y verdades incontestables que refieren a una «realidad real». Por el contrario, los archivos históricos son artefactos que (re)crean taxonomías y producen realidades en el momento mismo en que son -valga la redundancia- producidos y consumidos. Aunque Stoler enfoca su argumento en los archivos de la colonia, creo que sus ideas resultan relevantes para entender el lugar y el papel de los medios de comunicación y otros artefactos de consumo «cultural» en el mundo contemporáneo. Así como los archivos históricos, los periódicos, las revistas, los textos educativos, los informes científicos, entre otros, no son otra cosa que mecanismos que producen discursos legitimados como «verdaderos» a partir de actores institucionales y de prácticas hegemónicas.
Por otro lado, Arjun Appadurai (también antropólogo) en el capítulo «Numbers in the Colonial Imagination» de su libro Modernity at Large, nos recuerda cómo los agentes del imperio británico enviados desde Inglaterra o designados en India por el aparato burocrático imperial, registraban y clasificaban racial, social y económicamente a las poblaciones de aquel subcontinente por medio de los números. Los números y los registros «estadísticos» sirvieron, dice Appadurai, para que el imperio imaginara a unos «otros» externos, estabilizando y codificando las diferencias que de otra forma hubieran sido ininteligibles para los que ejercían el poder (en este caso, los británicos).
Si bien Stoler y Appadurai se refieren a un fenómeno muy particular (la colonización en India y el sudeste asiático), sus intervenciones nos permiten realizar un rápido análisis de los medios de comunicación hoy día. Aunque en algunas democracias liberales los medios se jactan de no funcionar como instrumentos del estado, su poder e influencia los ha elevado a la condición de defensores y pregoneros de la «realidad». Por medio de descripciones, fórmulas, números y otras representaciones, los medios están produciendo y (re)creando realidades que el público da por sentado y no se atreve a reflexionar. No se trata de negar que exista algo «allá afuera», sino de entender que lo que se dice no es «la verdad» sino una interpretación que, entre muchas posibles, ha sido erigida al nivel de verdad incontrovertible e irrebatible. Así, aspectos como «para qué se escribe», «por qué se escribe», «quién escribe» y «para quién se escribe» no deben pasar por alto a la hora de reflexionar sobre los medios de comunicación. Así como en la época colonial fueron los agentes del imperio quienes describieron la «realidad» de los «nativos» y les dijeron cómo debía ser su cultura, los medios de comunicación hoy día nos venden lo que a nuestros inadvertidos ojos aparece como «la realidad real». No se trata de desestimar totalmente a los medios sino de revisar bajo escrutinio crítico su labor. Se trata de repensar y redefinir la labor periodística dejando de lado las pretensiones de objetividad (la hybris del punto cero) y teniendo en cuenta los posicionamientos políticos y los lugares de enunciación desde los que se describe «la realidad».
Gracias por este aporte, Andrés. Sin lugar a dudas, no hay texto más arbitrario e incompleto que un libro de historia – prueba clara de que la presentación de los hechos si está siempre sesgada por la mirada del autor. Lo grave es legitimar esa presentación como «completa,» con el argumento de la objetividad, sin tener en cuenta «los posicionamientos políticos y los lugares de enunciación» (como dices tú) desde donde se narra una noticia.