El 22 de septiembre de 2010, Tyler Clementi, un joven norteamericano de 18 años, se suicidó lanzándose desde un puente, luego de que su compañero de cuarto en la universidad donde estudiaba, filmara y mostrara en vivo por internet un encuentro sexual entre él y otro chico.
Hace un par de meses, Jamey Rodemeyer, un adolescente de 14 años residente en Buffalo, también decidió acabar con su vida debido a que no soportó los constantes abusos de los que fue objeto por parte de sus compañeros por no ser lo suficientemente «masculino.»
Algo parecido sucedió por estos días de este lado del mundo, con consecuencias menos trágicas, pero no menos inquietantes. Las redes sociales, otros sitios virtuales y algunos medios de comunicación de tinte amarillista, hicieron fiesta con un video en donde aparecen dos hombres – a quienes se les llama “Cogote” y “Miguel” -, sosteniendo relaciones sexuales detrás de un muro.
La violación flagrante y gravísima de la intimidad que se comete contra estas dos personas – y que es un delito – es pasada por alto y la locura mediática se concentra en cómo sacar provecho del momento.
Al que los filma no sólo no le basta con irrumpir en un acto de carácter privado, sino que además pone el video en internet a disposición de quien quiera verlo; evidentemente la red se saturó por la horda de personas sedientas de asistir, ver y compartir el desprevenido e impensado “reality show” – sexo, vergüenza, drama, burlas y risas – protagonizado por dos seres humanos haciendo algo tan natural como tener relaciones sexuales pero que contaron con la mala suerte de ser sorprendidos por otro que al parecer no tenía escrúpulos. Lo raro es que lo que termina siendo criticado es el acto natural de la sexualidad y la transgresión de la ley, es omitida por la masa enajenada.
El diario argentino Crónica divulgó el hecho así:
“Un video en el que dos homosexuales son sorprendidos manteniendo relaciones, se multiplicó como reguero de pólvora en las redes sociales. Al parecer, los «cazados» serían paraguayos y a las imágenes se les había insertado un audio hecho por argentinos. Imperdible”.
El “imperdible” del final, llevó mi indignación al límite. Con semejante incitación no sorprende entonces que, en su versión digital se pueda ver junto al artículo, el video. Basta con leer los comentarios que hace la gente en la página del diario o escuchar los 101 chistes que ruedan por las calles porteñas sobre el consabido video, para darse cuenta que la tolerancia y el respeto hacia las personas homosexuales o pertenecientes a otros géneros no dicotómicos – hombre y mujer -, sigue siendo un sueño utópico. Creo que no hubiera sido igual si la pareja en cuestión fuera heterosexual.
Argentina es un lugar bastante progresista en cuanto a la reivindicación y garantía de derechos plenos para la comunidad LGTTB, siendo desde el 2010 el décimo país a nivel mundial en legislar a favor del Matrimonio Igualitario y el primero en América Latina. Pero está claro que crear e implementar leyes no es lo mismo que incidir en los cambios de paradigma de una sociedad.
Hace falta más consciencia individual y colectiva, más sensibilización, más empatía – esa capacidad de ponerse en el lugar del otro que hace tanto bien en todos los espacios y momentos de la vida -, más voluntad para entender y para ceder, para abrir espacios de diálogo y disertación a nivel privado y público. Después de todo creo que no hay nadie que sienta la homosexualidad y la diversidad sexual como un “fenómeno” distante y lejano, como algo que sólo ocurre cada 30 años.
No se elige ser blanco o negro, así como tampoco alguien se levanta un día de la cama y decide ser lesbiana o transexual. Por eso vale la pena preguntarse por qué continuamos juzgando y segregando por cosas tan comunes y absolutamente naturales como el color de la piel o como el que dos hombres se amen – o simplemente se disfruten mutuamente a nivel sexual – y además nos creamos con el derecho y la potestad de juzgarlos, exponerlos, humillarlos y vapulearlos públicamente por el simple hecho de no encajar en la convención cultural preponderante, hegemónica y establecida.
Nuestra sociedad está enferma, pero no porque haya diversidad y diferencias sino porque luego de habitar el planeta durante miles de años, aun somos incapaces de vivir en comunidad respetando a los demás, independientemente de si estamos de acuerdo o no. Siempre estamos inventando una excusa para generar violencias – sí, violencias en plural, porque existen muchos tipos -, para discriminar, para segregar, para imponer el terrorismo psicológico.
La verdad es que celebro la sexualidad de Cogote y Miguel y de todos los seres humanos que busquen satisfacer sus deseos de manera consensuada, libre y abierta. Heterosexuales, homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales, queer, transgénero, swingers, todxs tienen derecho al goce de una vida sexual placentera y a disfrutarla con total plenitud sin ser agraviados por ello, sin ser sometidos a tortura o discriminación.
En 1996 la Asamblea General de las Naciones Unidas decretó el 16 de noviembre como el Día Internacional para la Tolerancia. Concluyo dejando abierta la invitación a que respetemos la diversidad y hagamos que quienes nos rodean también lo hagan. En la medida en que podamos aceptar los derechos de los otros, más aun podremos hacer valer los nuestros.
Ser homosexual no es una elección, tolerarlo y respetarlo sí lo es.
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