Cuando uno muere, nada se lleva

Reflexión sobre la relación entre economía y religión, desde Weber.

“Cuando uno muere, nada se lleva” es una  frase, incluso una certeza, bien conocida por las diferentes generaciones que la han escuchado y transmitido al momento de perder algún objeto material y significativo (especialmente dinero). Es difícil no lamentarse, sobre todo cuando la vida que frecuentamos gira en torno a él: una conversación necesita de café, movilizarse de un lugar a otro, comer, ir de vacaciones, regalos de diciembre etc. Todo es un mecanismo de nuestra cultura occidental, que sólo ha aprendido a ahorrar, gastar y, en ocasiones, acumular. El dinero dice algo sobre nosotros, nos ubica en un status para entablar relaciones con los demás o adquirir cosas que se convierten en significativas, encarnando los esfuerzos realizados laboralmente, para conseguir la estabilidad que tanto se quiere (casa, carro, beca y niños). La muerte no escapa de ello, pues el rito funerario implica gastos e instrumentos, desde la compra del cajón y del ajuar mortuorio, hasta el pago del encargado de hacer los honores del paso al otro mundo.

Entonces, ¿qué se lleva alguien cuando se muere? ¿Será la promesa de la creencia? ¿El anhelo de felicidad eterna? ¿La plenitud, la salvación o la condena?

Para Weber, sociólogo alemán, entender la relación entre religión y economía, en la vida moderna, constituye un sentido para el sujeto sobre sí mismo y su mundo que orientan formas de comportamiento y configuran un estilo de vida que re-significa las concepciones religiosas, tales como la vida, la muerte y la salvación. Es importante entender el fenómeno religioso como eje central de la vida socio-cultural humana (especialmente en occidente), un factor de sentido para todos los procesos y características que giran en torno a la dinámica vivencial de los humanos. La religión, como sistema de conocimiento, otorga formas de comportamiento individual y colectivo.

La religión, incluso aquellas que institucionalmente no lo son y son tratadas como tal, da un orden a la existencia pues establece un lugar para cada quien en el mundo, dando pautas de lo que deben hacer. También les otorga una forma particular de concebir su mundo, que se trasmite a partir del conocimiento de concepciones con especial significación, como el caso del tránsito de la vida a la muerte.

La concepción de la vida es construida sobre un eje esencial: la muerte. Ésta es explicada como un paso a otro estadio, en el orden del mundo al que todo sujeto sin excepción debe ir, trascendiendo a un lugar metafísico que lo redefine más allá de su naturaleza biológica. La muerte, es el principal eje de operación de la religión, ya que a través de su trama de significaciones no puede sólo explicarse el fenómeno de morir, sino lo que está anclado a él: la salvación. Por ende, éste es el tópico sobre el cual se establecen formas de entender el mundo y de comportarse en él (Hernández, 2007).

La religión católica de la edad media, como una sociedad tradicional, definió la primera fase de la vida en “sufrimiento”, “pobreza”, “prueba”. Estas características, permitían alejar al sujeto del pecado y orientarlo a vivir bajo normas institucionalizadas del status quo que lo regularan; y la segunda fase (después de la muerte) es una especie de promesa donde entra un nuevo concepto, la salvación, como la respuesta al cumplimiento de las normas que le permitiría el paso a una “vida mejor,” entendido como plenitud y riqueza etc. (Cf. Hernández, 2004: 103).

En la sociedad moderna,  la concepción de la vida, también articulada en dos fases, reconfigura las concepciones de la sociedad tradicional al redefinir la concepción de la vida y la salvación a través de un cambio de noción de la divinidad. Por ejemplo, la figura de Dios (tradición judeo-cristiana) pasa de ser una imagen guerrera-vengativa a ser comprensiva. Desde allí se estructura una nueva forma de pensar las fases de la vida. Si bien la sociedad moderna conserva la idea de alcanzar una “vida mejor,” la primera fase de la vida no significa que la salvación se gane a través de sufrimiento y de unas lógicas anti-pecado sino a través de los meritos que el creyente construya en su vida. (Cf. Hernández, 2004: 105-106)

¡Méritos! Palabra (que se convierte en acción), que guía una primera ruptura entre la sociedad tradicional y la moderna, donde no existe un estamento institucional que decide sobre el sujeto;  es ahora éste, de manera individual, quien decide por y sobre sí mismo, claro está, bajo las lógicas que marca su sistema de creencias dentro del contexto moderno. Es decir, el individuo pasa de articular su vida hacia la salvación a través de las pautas institucionales, a convertirse en su propia salvación.

La concepción de la vida es entendida en su primera fase como el medio de salvación donde el creyente, a través de su vivencia cotidiana, debe crear meritos. Ya no es ser pobre sino ayudar a los pobres, ya no es pasar por la prueba, sino evitarla. Así pues, la segunda fase de la vida se gana de igual manera que en la sociedad tradicional, pero a través de la elección del sujeto desde su propia conciencia.

Para Weber (Piza, 2004:63) el quiebre que ocasionan los méritos (que se equipararía con construir la escalera que lleva al cielo) se manifiesta en la figura de la ética protestante, representativa de ese tránsito entre sociedad tradicional y sociedad moderna, donde se reconfigura un sistema de sentido o conocimiento que impacta la definición que el sujeto tiene de su mundo.

Para que todas las configuraciones sean posibles, Weber (Piza, 2004) plantea que es importante fundamentarlas en la racionalidad, ya que se intersectan en un tiempo y espacio determinado o propicio que le permiten al sujeto construir el sentido para evaluar los hechos, de acuerdo a las condiciones de su época. La racionalidad se encierra dentro de las lógicas del contexto mismo dónde la realidad se produce. El sentido de la sociedad moderna es otorgado por dicha racionalidad y mantiene un carácter regulador de la vida humana, dónde la lógica religiosa es una conexión sustancial del eje de sentido de la modernidad. Es por eso que los sujetos, bajo toda su trama de significaciones, constituyen una dinámica vivencial donde conjugan lo económico y  lo religioso (Cf. Piza, 2004: 65-66).

Por ejemplo, el auge de iglesias protestantes en Costa Rica, en las últimas décadas, muestran a los seguidores de estas creencias adoptando en su vida cotidiana acciones que auguran los meritos esénciales para ganar el cielo. Entre ellos, está el saneamiento de las finanzas a través de la oración y el diezmo, como un acto de gratitud frente a ello, teniendo como objetivo conseguir la salvación.  Poniendo en manifiesto la tesis Weberiana, en la cual se señala que el cambio de mentalidad del sujeto es híbrido, las creencias tradicionales y modernas se conjugan, se reformulan, dando origen a una nueva lógica de lo religioso, dentro del sentido moderno, donde las acciones del campo religioso se reubican y se reinterpretan en los diferentes sujetos. Dicho cambio de mentalidad impacta en la configuración de un estilo de vida que afecta el comportamiento del individuo, haciéndolo más ahorrador (Bastian, 2004).

Rafa Pérez, de 43 años, pastor de una pequeña comunidad evangélica (Iglesia Bíblica) de un barrio marginado de San Miguel Desamparados, en la periferia de San José, con un ingreso modesto (60.000 colones, es decir, 240 dólares), trabaja al mismo tiempo como empleado de una “empresa de limpieza” para vivir con un poco más de comodidad y resume, de manera lapidaria, uno de los resultados tangibles del rigorismo moral: “yo cambié la botella de licor por el kilo de carne”, sintiendo los efectos -según dijo- sobre su manera de vivir, “los niños tienen mejor salud y disfrutan de una mejor educación”. (Bastian, 2004: 79)

Cuando se opta por una conducta “racional” se reorienta la relación entre la vida y la salvación, siendo la primera el medio para llegar a la segunda y convirtiéndose en el objetivo de los méritos. El comportamiento adecuado para la salvación es, entonces, el trabajo como actividad que garantiza “méritos” y como “un llamado divino” o “vocación,” donde las acciones de la vida diaria constituyen un tipo ideal de racionalización. Esa concepción del trabajo crea un hombre laborioso, “el hombre obtiene su salvación a través del cumplimiento del deber que se le ha otorgado” (Bastian, 2004: 80 & Piza, 2004: 62;65).

La conversión del individuo, gracias a la creencia, establece una ruptura con un pasado que es caracterizado como negativo (excesos categorizados como pecados: el alcohol, el abuso de drogas, la promiscuidad sexual) ya que la creencia, al ser apropiada por la elección del sujeto, está vinculada a su accionar diario (en el cual se sanan los excesos), otorgándole una efectividad.  Dicho poder, encarnado en la divinidad que orienta las acciones de cambio del individuo,  puede hacer que la creencia atribuya una representación trasformadora que convierte al individuo en un agente de cambio social. Así pues, se convierte el camino de la salvación en una recompensa que influye en el comportamiento.

Por otro lado, el cambio de mentalidad significa la adopción de nuevas leyes, entonces el sujeto como hombre laborioso mejora los ingresos de su familia y de su vida cotidiana, pues la ruptura implica diregir el dinero a aquellas cosas que la lógica religiosa considere positivas. Se establece a través del ingreso una relación de reciprocidad entre el sujeto creyente y la divinidad. Aquí existe una especie de “trueque” o de pago a la divinidad, y ésta a su vez le otorga favores. Dicha relación se inscribe en la sociedad tradicional con la figura del sacrificio pero en la sociedad moderna es redefinida como un pago de parte y parte, con posibilidad de ser contado como merito, además, reconocido por la divinidad. (Bastian, 2004: 78-81).

[Para esta sección del artículo, quisimos contactar a una divinidad  pero ninguna estaba disponible]

Independientemente de que todos compartimos la creencia de tener el mismo final, y la misma certeza de una “vida mejor,” adoptamos  toda una especie de significaciones y lenguajes que terminan por determinar las acciones que realizamos. El contexto histórico y los cambios de la historia humana adecúan las lógicas de conocimiento que constituyen la manera en que vemos, aceptamos o contradecimos el mundo. Un estilo de vida orientado por los preceptos del sistema de creencia que las divinidades representan, es apropiado por sus creyentes, entendido como una explicación de los fenómenos, pero también como una necesidad de dar sentido a la vida del sujeto a través del acto de creer,  dirigiendo una mirada sobre el sujeto, en sí mismo, como a sus interacciones socio-culturales.

Y ahora que la muerte puede acercarse, he evaluado si he hecho los méritos suficientes para expurgar mis pecados, pero eso sólo lo sabré cuando muera. Por fortuna, no me llevaré los gastos del funeral. Pero tal vez, en lo último que piense, será en la certeza que me prometió mi creencia: la salvación. Por ello, que de tu boca no salgan malas palabras hacia otros, que venzas las envidias, que hagas el bien y no mires a quien, que no te gastes la plata en muchachas, música y trago, que perdones a tu enemigo, que ofrezcas disculpas si eres tú el enemigo, que ames al que no te ama. Haz los meritos que transformen tu vida para que ganes la salvación cuando ya no estés en este mundo. Porque sólo el de arriba, sabe.

Referencias:

Bastian, Jean Pierre. 2004. Protestantismo y comportamiento económico en América Latina. La tesis weberiana puesta a prueba en Costa rica. En: Revista Colombiana de Sociología. No.22.Pp.69-83. Universidad Nacional de Colombia. Bogota.

Bastian, Jean Pierre. 2004. La recomposición religiosa de América Latina en la modernidad tardía. En: la modernidad Religiosa: Europa latina y América Latina en perspectiva comparada. Fondo de Cultura Económica.

Douglas, Mary. 1996. Introducción y las instituciones no tienen mente propia En: Como piensan las instituciones. Alianza editorial. New york.

Hernández, Miguel Ángel. 2007. Religión: tradición y modernidad. En: Crecer y poder hoy. Universidad nacional de Colombia. Bogota.

Piza, Alfonso. 2004. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En: Revista Colombiana de Sociología No.22 pp. 61-67. Universidad nacional de Colombia. Bogota.

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