Non Credo

Por Lila Herazo

«Si tuviera necesidad de vivir muy tranquilo, sin preocuparme de la desgracia ajena, creería en dios, pues así tendría la seguridad de que él se ocuparía de resolver las desgracias humanas. Desgraciadamente la misma existencia de la desgracia humana, de la injusticia y el dolor, me dicen que no hay tal dios.»

Fiodor Dovstoyevsky

No creo en dios, en ninguno de ellos. Ni siquiera en ese que se describe de manera abstracta, como una energía o “algo” superior que da orden a todas las cosas. No creo que la biblia haya sido escrita por iluminación divina, sino más bien que fue redactada como un tratado del hombre para el hombre, como un compendio de normas culturales que existían hace dos mil años, bañadas por la luz de las costumbres y por los ideales de la época; una suerte de relato histórico con altísimas dosis de literatura y ficción.

Llevo varios años prefiriendo creer en lo que percibo de manera menos ambigua: en la naturaleza, en la gente, en las capacidades individuales y colectivas, en las miradas, en las palabras, en los hechos, en los afectos, en los lugares, en los deseos, en las voluntades, en las acciones, en el carácter, en el mérito, en el compromiso, en la responsabilidad. También tengo mucha fe, fe en mí misma y en lo que soy capaz de lograr de manera particular y conjuntamente con los demás. Creo en el amor como eje fundamental de todas las cosas, como el respeto, la bondad, la empatía y la solidaridad.

Antes que nada, cabe aclarar que no soy una atea científica ni sofisticada. No baso mi ateísmo en conceptos teóricos, ni en complejos análisis filosóficos. Por eso, esto que escribo ahora es un relato íntimo y personal que sólo pretende contar cómo fue que llegué a ser atea, porque en donde crecí –Colombia, el país del Sagrado Corazón y del Divino Niño– está mal visto decir que se es ateo, pero ahora, desde la saludable distancia geográfica que me separa de mi terruño, lo reconozco a viva voz, a manera de emancipación ideológica.

Para llegar a este punto hice un largo recorrido: nací y crecí en un hogar católico. También fui a un colegio de monjas y, por consiguiente, pasé muchas horas de mi vida rezando y aprendiendo los preceptos de esa religión. Fui innumerables veces a misa, oí las prédicas del cura, canté y recité las premisas enseñadas en la clase de catequesis. Era normal ser católica; todos lo eran. No se cuestionaba nunca serlo, era algo que se trasmitía y se enseñaba de manera natural como la lengua.

Eso sí, nunca comulgué con la idea del castigo, ni de sembrar terror para ganar respeto. Por eso el tema del infierno, los pozos de azufre y la maldición de permanecer en un lugar quemándose eternamente, jamás tuvo efecto en mí; sobre todo, esa me ha parecido siempre una de las grandes contradicciones de las religiones, una vez que promulgan que dios es amor y perdón.

Llegando a la adolescencia, cuando las hormonas comenzaron a hervir, me convertí al cristianismo –lo que algunos denominan como culto evangélico y otros asocian con el protestantismo-. Me relacioné con una hermosa familia que tenía esta creencia y yo, que ya no practicaba el catolicismo, sentí un enorme y profundo amor que provenía de ellos a través de su modo de vida.

Prontamente comencé a ir al culto de manera asidua. Además, dadas mis dotes musicales, hice parte del Ministerio de Alabanza del grupo de jóvenes de mi iglesia. Leí mucha más biblia, dejé de rezar y empecé a orar, a hablar directamente con Dios. Reconozco que fue una parte de mi vida en la que por fortuna hallé consuelo y sentí llenos algunos vacíos que portaba desde mi niñez, además de que también encontré en el cristianismo una eficaz manera de reprimir los deseos propios de la edad.

Pero la represión de mis deseos carnales fue breve. A los 18 años me enamoré perdidamente de un chico. En la Iglesia me decían que no podía salir con él, porque me iba a transmitir demonios de lujuria a través de los besos. El caso fue –para comprobación de tal premonición- que quedé embarazada. Ahí saltaron varias personas de mi congregación a insinuar que mi hijo era fruto del pecado, mientras yo sostenía que más bien era fruto del amor. No hubo más qué decir: dejé por completo la iglesia cristiana.

Cuando me hice adulta, habiendo avanzado en la universidad, me reencontré con la filosofía que había visto superficialmente en el colegio. Ahí leí a Camus y otros autores que sirvieron de iniciación a otra manera de ver la vida. “El Extranjero” quizás fue la piedra angular que me empujó hacia otro rumbo, pero aún no estaba claro cuál era.

Empecé a trabajar en La Boquilla, uno de los corregimientos más pobres de Cartagena, tan pronto culminé mi carrera. Vi el hambre con formas humanas de todas las edades. La miseria a niveles imposibles. Salí de la burbuja cómoda en la que había crecido y le puse el alma a ayudar y hacer algo por los demás. Ahí empecé a dudar en serio de la existencia de un dios justo y bueno. Comencé a cuestionar esa idea porque no podía ser que un dios así, permitiera que unos naciéramos en “cunita de oro” y otros en el barro, la enfermedad, la tristeza y la indiferencia. Pensé que dios no era aquello que me habían enseñado porque nadie podía decir que aquel niño por el que derramé muchas lágrimas de impotencia -5 años, con la apariencia, peso y talla de un bebé de 9 meses que no hablaba, no caminaba y que ni siquiera podía abrir la boca para meterse un pedazo de comida en ella- tenía alguna responsabilidad en su triste suerte. Ni el pecado original podía dar explicaciones de eso.

Es que eso no es culpa de dios –me dijeron los creyentes-, eso es obra del hombre, su libre albedrío y sus injusticias”. ¿Pero luego no se supone que Dios todo lo puede?, ¿por qué no evita que este niño sufra semejante dolor? – pregunté-, “porque las duras pruebas sirven para forjar el carácter y hacernos mejores personas” –fue la respuesta-. Una respuesta que me pareció mucho más dura e injusta que el hecho en sí mismo.

Seguí creyendo, a pesar de las dudas. Pero ya no en el dios del que hablan las religiones; a ese punto, ya me había dado a la tarea de indagar en otros lados, de buscar a otros dioses en otras prácticas culturales ajenas a la mía. Seguí creyendo en el dios abstracto que mencioné en el primer párrafo, ese de la energía. Decidí creer en él por elección personal, con plena consciencia de que necesitaba creer en algo mucho más grande que la humanidad, algo que pudiera darme consuelo y seguridad en el momento en que lo necesitara, un dios al que pudiera agradecerle por las cosas buenas y pedirle ayuda en los momentos de duda y dificultad. Decidí creer porque entiendo que es humano –muy humano- esa búsqueda de contención superior a todo. Ante esa concientización, tuve claro que dios era un invento del hombre para sentirse acompañado permanentemente y la religión un invento para controlar y normativizar nuestro comportamiento. Lo acepté así y seguí creyendo un tiempo más.

Un día, hace relativamente poco, quizás unos 4 años, me dije a mi misma que no tenía sentido seguir creyendo en algo que para mí es un invento humano –respetable y hasta necesario para muchos, pero invento en todo caso-. Respeto profundamente las creencias de cada persona y, por supuesto, no pretendo modificar o incidir en ellas. No es mi intención hacer una especie de “desevangelización” ni mucho menos, pero sí quiero compartir aquí que decidí no creer y contribuir así a desmitificar la historia de que todo creyente es bueno y todo ateo es malo. Soy una persona que se esmera por hacer las cosas bien y a la que carecer de credo no la lleva ni la conduce por los caminos escabrosos de la maldad.

Como madre, me he esmerado por enseñarle a mi hijo que ciertas creencias no son hereditarias –o no deberían serlo-, como ser creyente, pertenecer a una religión o a un partido político. Son cosas que se eligen luego de haberse forjado un criterio y de haber conocido todas las opciones posibles. Le he enseñado sobre la ética del buen ser y el buen hacer y le he puesto a su disposición información de todas las creencias existentes y de todas las culturas, siempre ayudándolo a que reflexione sobre su entorno y tratando de no interferir en lo que a mí me parece, debe ser una elección personal.

Creo que varios de mis amigos colombianos se escandalizarán luego de leer esta “confesión”; incluso pienso que un par de ellos dejaran de tener contacto conmigo, pero considero que he llegado a una edad en la que puedo reconocerme como el ser humano que soy de manera íntegra y manifestar abiertamente mis convicciones sin que eso tenga por qué ser cuestionado por otros.

He procurado luchar desde mi campo de acción por la igualdad y la justicia, por el reconocimiento de los derechos de todos, por proteger la diversidad en todo sentido, así que ha llegado el momento también de reconocer, frente a los demás, que no hago parte de la mayoría creyente y que eso no me hace ni mejor ni peor persona. Creo que las diferencias, sólo pueden enriquecer a la humanidad.

¡Amén!

Entre los ateos más célebres fallecidos están David Hume, Denis Diderot, El Baron de Holbach, El Marqués de Sade, Jeremy Bentham, James Mill, Arthur Schopenhauer, Lord Byron, Heinrich Heine, Auguste Comte, Johann Kaspar Schmidt, Karl Marx, Friedrich Engels, Mark Twain, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Vladimir Ilich Lenin, Bertrand Russell, Leon Totsky, Sir Karl Popper, Jean-Paul Sartre, Joseph Fletcher, Albert Camus, Primo Levi, Isaac Asimov, Andy Warhol, Carl Sagan, Theo Van Gogh y Marlon Brando, James Joyce, Charles Chaplin, H. P. Lovecraft, Ernest Hemingway, Bruce Lee, Jacques Lacan, Arthur Miller y Gene Roddemberry.

Entre los ateos vivos tenemos a Woody Allen, Björk, John Carpenter, Michael Onfray, Jodie Foster, Bill Gates, Angelina Jolie, John Malkovich, Martín Caparrós, Sir Ian McKellen (Gandalf), Jack Nicholson, Keanu Reeves, Linus Torvalds, Arthur C. Clarke, Fidel Castro, Noam Chomsky y James Randi.

 

@lilaherazo

 

 

13 Respuestas a “Non Credo

  1. Pingback: Non Credo « cheyenne5030·

  2. Me ha gustado mucho este post. Primero porque me siento plenamente identificada y segundo, porque creo que está muy bien planteado. La cuestión es «ser respetado» por tus ideas y creencias sin pretender cambiar las de los demás, teniendo en cuenta siempre que hay una gran diferencia entre la «religión» y el «extremismo radical» que desafortunadamente abunda en el mundo hoy en día y que es causal de miles de muertes cada año. BTW, aclarar también que «extremismo radical», que aunque es un concepto erróneamente asociado a la religión musulmana, se encuentra en prácticamente todas las religiones, en todos los rincones del mundo y siempre, siempre, «todo extremo es malo».

    Listas de personajes famosos abiertamente ateos:
    http://www.celebatheists.com/wiki/Main_Page
    http://en.wikipedia.org/wiki/Lists_of_atheists

  3. creo que somos muchas las personas que nos identificamos en eso…esa es la esencia de la vida…creer o no creer es lo de menos, ser éticos, «buenas personas» y finalmente entender que se es mejor si no se cree ciegamente..pues posiblemente nuestros actos estan guiados por la certeza del ser humano …muchas gracias por ese articulo…

  4. Interesante postura y me identifico en gran parte con ella. Personalmente, creo que «dios», como lo llama la mayoría de la gente, no es más que un arquetipo que siempre ha existido para atribuirle lo que por defecto no comprende el ser humano. Dicho «dios» (nótese la minúscula inicial), como todo lo relacionado con el ser humano tiende a ser antropoformizado y con el tiempo ha sido «estandarizado» como «guía» para aquellas personas que por ignorancia se encuentran forzados a seguir un colectivo social. La religión funciona como medio de control. No es lo mismo intentar controlar miles de millones de individuos cada uno con pensamiento único, que intentar controlar a un solo grupo de individuos con un solo pensamiento colectivo.
    Como Psicólogo pienso que la religión es un efecto colateral del pensamiento de que «el ser humano es un ser social por naturaleza». Los individuos siempre se verán forzados socialmente a «pertenecer» a un colectivo el cual les brinda la seguridad y protección, so pena de caer en exclusión y hasta estigmatización. La necesidad secundaria de afiliación está derivada de la propia inseguridad y temor de cada individuo a pensar de manera autónoma y libre, en un mundo globalizado donde el objetivo al parecer es que absolutamente todos piensen igual y alimenten el statu quo dirigido por las unas cuantas minorías poderosas.
    La religión (así como la política) y todo lo que ella implica, en realidad es una barrera impuesta es esta sociedad Orwelliana donde se «recompensa» al obediente y se castiga a quien posee un pensamiento único y totalmente independiente.
    Solo cuando el ser humano se libere de este tipo de barreras intelectuales comprenderá que el verdadero poder se encuentra en sí mismo y no en «entidades divinas».
    Cada quien es libre de pensar y creer lo que desee… Particularmente creo en las personas y de todo aquello que pueden lograr.

    • Qué gran aporte el que haces con tu comentario. Me alegra encontrar razonamientos tan lúcidos y claros que arrojen luces sobre este tipo de cuestiones tan complejas. Gracias por leer y contribuir a la discusión. Un abrazo!

    • Mi pregunta siempre ha sido si es nuestra condicion -humana- esa necesidad de pertencer, o si simplemente es una mala costumbre que podemos erradicar? Las primeras veces que vi a mis hijas querer hacer lo que veian que hacian los demas, pense que era quizas una condicion natural de nuestra especie!

      • Ni lo uno ni lo otro… es más una condición de tipo adaptativo en la evolución humana. La necesidad de pertenecer, es una conducta netamente adquirida y no biologicamente predispuesta. Cientos de miles de años de evolución y adaptación enseñaron que el pertenecer a un grupo brinda una sensación de seguridad, apoyo y protección, lo cual a su vez aumenta las posibilidades de supervivencia. La presión social genera la necesidad de sentirse aceptado como un integrante valioso o en su defecto ser excluido o marginado como un elemento con poco valor. El rechazo por un colectivo en la mayoría de las personas genera angustia y temor a no poder seguir solo.
        Así que la necesidad de pertenecer no es una condición innata sino adquirida desde hace muchos siglos y no se puede ver como una mala costumbre, sino simplemente una elección de cada ser humano basado en su propio grado de autoaceptación, autoestima, autoconcepto, etc. Esta relación es inversamente proporcional, es decir, a mayor grado de autoaceptación, autoestima, autoconcepto, etc., será menor la necesidad de pertenencia a un colectivo y a menor grado de autoaceptación, autoestima, autoconcepto, etc., mayor será la probabilidad de pertenecer a un colectivo.

  5. La temática es muy intimista y delicada, no ofende y por el contrario respeta al posicionarse decididamente a favor de la libertad de consciencia y opinión. El articulo me lleva a la mente una frase del psiquiatra del siglo pasado Thomas Szasz: Si le hablas a Dios, es oración. Pero si Dios te habla, es esquizofrenia.

  6. Hola Lila. Vi tu posteo hace rato pero solo hasta ahorita tuve tiempo de leerlo con la calma que tus reflexiones ameritan.

    Aunque nuestras posiciones pueden ser evidentemente opuestas respecto a la existencia de Dios (para mí con mayúscula), espero no ser del puñado de amigos colombianos con los cuales rompas contacto ni mucho menos, por mi parte por lo menos no será.

    Creo que en este punto es necesario diferenciar entre lo que es religión y lo que es Dios, porque generalmente las terribles (pero «bien intencionadas») actuaciones de la religión, que se asume como la «caja de herramientas» indispensable para llegar a Dios, termina enlodando el nombre de Aquel a quien buscan alcanzar y que de por sí nunca ha pedido molestas intermediaciones para relacionarse con los hombres. Históricamente en el nombre de Dios se han cometido grandes abusos como las cruzadas o la inquisición, y sin ir muy lejos, actualmente se dan violaciones a menores de edad, robos, corrupción, etc., y estoy de acuerdo en que esto no coincide con el amor y el perdón que profesa Dios, pero hay que entender que son actos humanos equivocados y mal fundamentados en tradiciones que distan enormemente del mensaje original y generan un ruido que confunde. Basta con estudiar y analizar los evangelios de forma responsable y juiciosa para concluir que los principios que sustentan el cristianismo profesan efectivamente un mensaje de amor verdaderamente revolucionario, y que van desde amar a nuestros enemigos, perdonar a los que nos ofenden, dar mejor que recibir, liderar a través del servicio a otros, despojarse del apego a lo material y velar por el bienestar de los menos favorecidos. Imagina un mundo que funcione bajo estas premisas; seguramente sería muy diferente a lo que vemos actualmente, por mi parte te puedo decir que mi mundo es muy diferente desde que esas semillas dejaron de ser simples premisas para cultivarse como verdades de vida. Un fuerte abrazo.

  7. Migue, primero que todo, muchas gracias por leer y sacar el tiempo de comentar. Segundo, obviamente nuestra relación sólo puede fortalecerse con las diferencias, porque lo que hemos construido a lo largo de estos años no puede ir hacia otra dirección.
    Sobre lo que comentas te diré que mi posición no es sólo antireligión, es también antidios puesto que para mí esa idea es una invención humana que para algunos es necesaria (y por ello lo respeto). Y sobre lo que dices de lo que hablan los evangelios [amar a nuestros enemigos, perdonar a los que nos ofenden, dar mejor que recibir, liderar a través del servicio a otros, despojarse del apego a lo material y velar por el bienestar de los menos favorecidos (sic)] sabes bien que yo no sólo lo promuevo sino que creo en eso y trato de aplicarlo cada día de mi vida, pero para ello no necesito de un dios (ni de un Dios) ni de unas escrituras «sagradas», me basta con un profundo sentido ético que surge de la comprensión y análisis de mi entorno y de querer que las cosas sean más justas para todos. Tú y yo somo muy parecidos, nuestros objetivos van dirigidos hacia el mismo lugar, solamente que tú lo sacas desde tus creencias espirituales y yo desde mi percepción vivencial de la realidad.

  8. Por supuesto, adhiero a la posición, aplaudo la estructura de la argumentación y me regocijo con el tono. Me quedo pensando en que no se necesitó apelar al ex nihilo nihil fit (nada viene de nada) que uno encuentra en el Primer principio de la Termodinámica, el de la conservación de la energía, que si no niega de una vez por todas y de plano a dios, si deja como un zapato a San Agustín.

  9. Hace tiempo que queria leer este post. Como tu, yo tampoco tengo un Dios al que le agradezco «por las cosas buenas y le pido en los momentos de dificultad o duda» Lo hice por mucho tiempo hasta que me empezo a parecer muy ingenuo pensar de esa manera, y simplemente no lo pude hacer mas. Yo no me siento legitima pidiendole a Dios que me cuide y que cuide a los demas, sabiendo que la tragedia y el dolor son parte inevitable de esta vida. Tener conciencia de ello, me da perspectiva para encontrar mi lugar en mundo que a veces siento tan vacio y tan iluso, al mismo tiempo que tan maravilloso. Yo no se cual es la logica detras de la vida, pero la acepto, y trato, como tu, de vivir y de criar a mis hijas bajo la etica del «buen ser y del buen hacer». Un abrazo,

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