Por Christian Ramírez
“A esta altura de mi vida, tengo 70 años,
me cuesta creer las cosas …
ellos me enseñaron a no creer”.
– Violeta Berrios, «Nostalgia de la Luz«
El 11 de Septiembre de 1973 se inicio el proceso más doloroso de la historia reciente chilena: la dictadura militar que tuvo como principal referente a Augusto Pinochet. Casi 40 años después, en los primeros días de enero del año 2012, la dictadura militar chilena dejó de ser una dictadura. El gobierno Austral, encabezado por su presidente Sebastian Piñera y el ministro de educación Harald Beyer, anunciaron al país que en los libros de historia con los que se educaban a los niños chilenos, el término dictadura militar sería reemplazado por gobierno militar. Aunque el debate no se hizo esperar, y los usuarios de las redes sociales en Chile se debatían entre la indignación y la sorpresa, las altas voces del gobierno indicaban que la prohibición de reproducir el término en los libros de texto obedecía a la necesidad de contar la historia de una manera “más objetiva” para que se “respetaran los valores democráticos”. Esta afirmación se hizo aludiendo a que, a diferencia de las dictaduras, el gobierno de Pinochet dejó el poder por la vía democrática.
Los procesos de construcción de memoria colectiva son dinámicos y llenos de controversias. En Chile, como en muchos otros lugares, estos procesos están atados a decisiones políticas provenientes de las diversas “alas” del poder: izquierda, derecha, centro, minorías, campesinos, mineros, indígenas, activistas, etc.. Toda esta red de poderes intenta que sea su visión sobre la(s) historia(s), más que cualquier otra, la que se imponga (esta es quizá la única manera de convertirla en una historia oficial). Pero sea cual sea la historia oficial, son esas historias paralelas, ocultas, mezquinas e incómodas, las que le dan sentido a esa historia que encontramos en los libros de texto.
El documental Nostalgia de la Luz, del director chileno Patricio Guzmán, va mucho más allá de mi breve exposición sobre la memoria y la historia. Guzmán muestra como en el lugar más árido del planeta, el desierto de Atacama, se juntan tres visiones (o momentos) del pasado que amplían nuestro campo visual de construcción de la memoria. El director, de una manera hábil -casi poética-, nos lleva a través de la astronomia y la arqueología, para desembocar en la negación de la historia reciente chilena y resaltar lo importante que es el desierto de Atacama para la construcción y recuperación tanto de la historia como de la memoria.
El documental inicia con la imagen nostálgica de un telescopio alemán de los años cuarenta. Ese aparato con el que Guzmán descubrió su pasión por las estrellas, es una forma de mirar al pasado a los ojos. Permítanme explicar: si pensamos que la luz del sol tarda un poco más de 8 minutos en llegar a la tierra, podemos afirmar que estamos mirando a la luz del pasado. Cuando un astrónomo mira una estrella, lo que percibe es la luz que ésta emitió hace miles de millones de años. Aquella estrella puede ya no estar allí, pero igual la podemos ver. Con toda certeza podemos decir que estamos mirando al pasado a la cara. Conscientes de que su trabajo consiste en mirar y explorar el pasado, los astrónomos tratan de responder algunas de las preguntas fundamentales cuando se mira al pasado: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? Y, en cierta medida, ¿para dónde vamos?. Para este tipo de científicos, el desierto de Atacama en Chile se ha convertido en el lugar por excelencia para observar las estrellas: allí no llueve y no hay nubes, lo que permite mantener observatorios astronómicos en funcionamiento todos los días del año.
La astronomía y la arqueología se parecen mucho más de lo que comúnmente se piensa. Las dos ciencias tiene como principio las misma preguntas fundamentales. La diferencia es que para la arqueología, las preguntas centrales no están sobre el origen de todo, sino que se ocupa principalmente del pasado humano. El desierto de Atacama es curiosamente el punto de encuentro más cercano entre éstas dos disciplinas. Los vestigios humanos suelen conservarse mucho mejor en aquellos lugares del mundo en donde las condiciones de humedad son mínimas. El desierto es, entonces, un lugar privilegiado para mirar tanto el pasado humano como el origen del universo:
“este territorio permite a los astrónomos y a los arqueólogos introducirse en el pasado más que cualquier otro … es una puerta hacia el pasado. Lo interesante es que tanto ellos (los astrónomos), como nosotros (los arqueólogos) sabemos como vamos a entrar, pero no sabemos como, o con qué, vamos a salir”. (minuto 24:35).
La paradoja que introduce el documental es la incapacidad que ha tenido la sociedad chilena de explorar su pasado más cercano: la dictadura militar. El desierto de Atacama es posiblemente la puerta más grande que tiene Chile hacia ese pasado. Allí continúan los restos de muchos de los 30.000 desaparecidos que dejó el régimen de Pinochet. Por esto se puede afirmar que Atacama guarda los secretos del pasados más lejano y del más reciente. Los restos de los campos de concentración siguen ahí. Los restos sin vida de muchas de las personas asesinadas, durante esos diecisiete años, también siguen allí:
“La diferencia entre las madres que excavan en el desierto y nosotros (los astrónomos) -en la aproximación al pasado- es una muy grande: nosotros podemos dormir tranquilos después de cada noche de observación, mirando a el pasado, así no encontremos lo que estamos buscando […] mientras que esas mujeres que buscan los restos de sus parientes, nunca van a dormir tranquilas hasta que no encuentren ese pasado que están buscando”. (minuto 49).
La molestia que queda en el aire –o al menos la que el documental pretende transmitir- es acerca del pasado que se quiere encontrar y ese pasado que es preferible dejar enterrado. Esa misma molestia es válida en varios de los países latinoamericanos, en donde las versiones oficiales del pasado se acomodan a los intereses de las clases dirigentes. Argentina y Uruguay aún tienen pendiente la búsqueda del pasado de sus dictaduras. Los peruanos siguen sin querer indagar las acciones del gobierno de Fujimori. Méjico muy pronto va tener que entrar a preguntarse sobre todos los muertos que, hoy por hoy, son imposibles de esconder. Colombia apenas despierta y empieza a indagar sobre la herencia paramilitar.
Pareciera ser que las condiciones están dadas; al menos el terreno para buscar y encontrar nuestro pasado está ahí … pero ¿tendremos la voluntad política de encontrarlo?
Inspirado en el documental “Nostalgia de la Luz” (2010)
@CEramsesgado
Me parece que el tema del «olvido» forzoso es muy pertinente, sobre todo porque en esta época de comunicaciones globalizadas es más sencillo que aquel que posea el mejor acceso a los medios logre imponer su versión de una forma más acelerada y más homogénea. Considero que el caso de Chile es un paso en falso, aunque la polarización que aún persiste entre los «momios» y el resto de la población puede mantener esos rastros de memoria vivos por un largo tiempo, o al menos hasta que un gobierno de oposición suba y vuelva a reversar esos cambios.
Sólo encuentro un error en el documento y es la insistencia en mezclar astrólogos con astrónomos, cuando lo único que tienen en común es que ambos usan las estrellas para sus fines (dinero y fama para los primeros, ampliación del conocimiento para los otros)
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En el caso de este post, me siento en la obligado a contestar siendo chileno, porque en el texto no solo hay muchas imprecisiones sino que, además, la medida se tomó el año pasado y ya había sido revocada antes que se iniciara este año.
Lo primero que me llama la atención es que la confusión entre astrólogo (horóscopos, cartas astrales y predicciones en general) con Astrónomo, y a pesar de que en el comentario anterior ya se da aviso el error no se ha arreglado.
Por otro lado, apuntar que si bien los campos de concentración son los lugares donde se detuvo a la gente, en realidad la mayoría no se enterró en esos lugares, sino que sus restos fueron lanzados al mar (casi todos) y algunos pocos enterrados en lugares perdidos en el desierto; un número muy reducido fue sepultado en o cerca de los campos de concentración (lo mismo ocurrió en el Sur con Isla Dawson).
Así, según las cifras de la comisión «Verdad y reconciliación» (el título me parece humillante, porque no se entregó ni siquiera parte de la verdad y no hay reconciliación) y el informe Valech, los Detenidos Desaparecidos rondan los 3.000 y no los 30.000, cifra que siempre será aproximada ya que se trabajó, en ambos casos, con declaraciones anónimas de militares y familiares de Detenidos Desaparecidos (han habido algunos pocos casos que en realidad no habían sido muertos por el régimen del dictador).
Y en cuanto a lo que mencionas: «La paradoja que introduce el documental es la incapacidad que ha tenido la sociedad chilena de explorar su pasado más cercano», es realmente una paradoja, porque desde mucho antes del término de la dictadura muchos historiadores, periodistas, abogados y sobre todo él, con sus documentales, se han encargado de mostrar nuestro pasado más cercano, de hecho, la misma acción del gobierno actual que comentas demuestra efectivamente que se ha hurgado en ese pasado, lo que no ha logrado Chile es que quienes estuvieron de parte de aquella aberración reconozcan sus atrocidades o sean juzgados por ellas, cosa que me imagino no será posible del todo porque en muchos casos se encuentran en posiciones de poder en la derecha, en los grupos empresariales y en la misma concertación (muchos de estos últimos solo con responsabilidad política más que penal).
Lamento si el tono o la forma de hacer mis precisiones puede causar alguna molestia, pero me parece que una de las cosas más importantes cuando hablamos de otro país es acercarnos con el mayor respeto posible a sus problemas, sobre todo si son tan delicados como en este caso, y eso implica por lo menos cierta rigurosidad al momento del desarrollo del tema.
Agradecido por el espacio.
Un saludo.
Daniel Fernández García
Daniel, gracias por leer y comentar.
Ya habiendo comentado y corregido mi error entre conceptos, paso a los otros temas.
En cuanto a la ley que decís que no pasó (y a la que al parecer llegué un año tarde) más que un descuido creo que debí consultar mejor la noticia. Para la época en que escribí el artículo, tres periódicos colombianos y dos holandeses cubrían el suceso como algo nuevo y que estaba pasando en el 2012. Fue a raíz de esta noticia que decidí aventurarme a escribir sobre la dictadura chilena. Si lo que decís es cierto, te pido por favor me ayudes con links en donde pueda corroborar esto (que no sean periódicos) y así corregir el texto.
El siguiente punto que señalás considero que merece una lectura más cuidadosa de tu parte. En el texto nunca digo que los 30.000 (o 3000) cuerpos de los desaparecidos estén en el desierto. Esto lo digo porque mientras lo escribía procuré ser cuidadoso en no hacer este tipo de generalizaciones. Creo que lo que añade tu comentario (y que se menciona en el documental y que yo no lo hice en el texto), es el hecho de que gran mayoría de estos cuerpos fueron recogidos con retroexcavadoras y lanzados posteriormente al mar. Aún con los pocos restos que se han encontrado (un pie o un pedazo de una dentadura), han hecho que las personas que han dedicado gran parte de su vida en buscar a estos desaparecidos, hayan logrado identificar algunas de esas miles de personas. En mi opinión, al menos para estos casos, no hay esfuerzo pequeño.
Por último, con respecto a la paradoja, considero que es un punto que no se aplica sólo a Chile, sino a gran parte de los países latinoamericanos. El punto que quería resaltar es que aunque hay personas que dedican sus esfuerzos a rescatar este pasado cercano, aún nos falta hacernos cargo, socialmente, de ese pasado. No es sólo cuestión de condenar a los culpables o no, sino de encontrar la manera de generar procesos de construcción de memoria útiles en los diferentes contextos sociales.
Por el tono del comentario no hay problema; muchas veces cuando leemos que alguien escribe acerca de nuestro país y encontramos puntos que necesitan claridad suele pasar que el tono varíe. Lo que si agradezco es ese comentario final ya que considero que estos pequeños espacios son para construir más que para juzgar (además ya hay suficiente violencia en los foros de los medios masivos).
Gracias de nuevo y un abrazo
Javier y Daniel, gracias por leer y comentar.
Quiero pedir disculpas por el error entre astrólogos y astrónomos. Este error lo corregí en cuanto recibí el primer comentario pero debí haber olvidado guardarlo y no volví a revisar el artículo.