Por: Christian Esteban Ramírez | @CEremsesgado
Una respuesta genérica a esta pregunta diría que el pasado le pertenece “a todos”. Otros, creyendo no tragar entero, argumentarían que le pertenece a quienes están en el poder o simplemente a los que “ganaron” en ese pasado (y en consecuencia lograron escribirlo). Pero ¿qué pasa cuando el pasado de quienes “ganaron” fue escrito por otros que no tenían nada que ver? ¿Y si los que ganaron, en realidad perdieron? O, ¿qué pensamos cuando alguien se apropia de ese pasado que no está escrito y crea identidad, a partir de él?
En un artículo anterior me referí al pasado chileno y la construcción de la memoria haciendo referencia al desierto de Atacama y a la dictadura de Pinochet. Ahora quiero referirme a un pasado que está -aparentemente- mucho más lejos, pero que cohabita en el presente de la historia colombiana: el pasado muisca.
Cuando se habla de los muiscas en Colombia, múltiples historias y mitos vienen a la cabeza. Muchos piensan en el Museo del Oro en Bogotá y la leyenda de El Dorado, mientras otros alzan la cabeza porque su apellido es de origen muisca. Y aunque la gran mayoría no sabe quiénes fueron o qué hicieron, el imaginario del colombiano común se ha formado con su primera visita al Infiernito: museo (observatorio) arqueológico muisca, a tan sólo 10 minutos de Villa de Leyva, en el departamento de Boyacá.
“Esos indios eran unos degenerados”.
Eso me dijo uno de mis tíos tras ver la cantidad de falos tallados en piedra que hay en el lugar. Años después, ya como estudiante de antropología y con aquella duda en la cabeza, indagué a la persona encargada de administrar el museo, sobre percepciones como la de mi familiar.
Administrador: “Yo, cuando veo a personas que llegan con actitud despectiva, les pido respeto y me retiro del lugar”, me dijo.
Yo: «¿Y qué piensa de los «nuevos muiscas» y su proceso de reindigenización?»
Administrador: «Yo con eso no me meto. Ellos se están inventando cosas; yo lo que le digo acerca de este lugar, ha sido comprobado científicamente. Han sido las excavaciones arqueológicas las que han determinado que este lugar era usado como calendario solar y observatorio astronómico por los muiscas. Esto es igual a “Stonehenge” en Inglaterra, pero más pequeño […] es que los muiscas eran una gran civilización, como los Mayas o los Incas, sólo que a nosotros los colombianos nos hace falta ese sentido de pertenencia… como eso que sentí cuando estuve trabajando en México: orgullo por sus raíces.»
Ese orgullo por el pasado indígena es el mismo que sintieron los criollos Colombianos y Venezolanos durante el proceso de independencia de España. Para ellos, el pasado muisca demostraba que no sólo eran herederos de una gran civilización (cómo ocurrió en Perú y México), sino que ratificaba que en el clima templado de los Andes, era posible formar gente civilizada. Este sentimiento de unidad se mantuvo con firmeza hasta finales del siglo XIX:
«A los aborígenes del nuevo reino se los ha llamado bárbaros i salvajes porque adoraban al sol como único ser al que debían su vida i su felicidad acá abajo, i a la dicha de la inmortalidad allá arriba; i a los egipcios, griegos y romanos se los ha tenido como civilizados, porque inventaron sus dioses, los fabricaron con sus manos, les alzaron templos i les compusieron exageradas fábulas” (Rozo 1864:17, citado en Langebaek 2009; 1:244).
Los criollos crearon la imagen de un muisca que quizá nunca existió. Esa imagen fue alimentada con las primeras crónicas españolas en donde se intentaba reflejar que lo que se estaba conquistando eran grandes y poderosos pueblos, dignos de ser conquistados. Esa historia muisca hace referencia a los acontecimientos sucedidos antes de 1492, fecha insignia de la llegada de Colón a las Américas. Y es precisamente a esa misma historia a la que los “nuevos muiscas” o la nación Muisca-Chibcha se aferra para construir su presente.
Ellos no reclaman ni dicen ser descendientes directos de los muiscas. Tampoco están exigiendo un territorio ni hacen rituales en los denominados “sitios sagrados muiscas», sin ser autorizados. Su reconocimiento como muiscas nace del auto-reconocimiento; de haber nacido dentro del territorio muisca y de aceptar e incorporar a su vida los saberes tradicionales aprendidos a través del espíritu de los abuelos. Esta reconstrucción de la memoria de lo muisca nace de 1492 (y lo sucedido anterior a esa fecha). Son esos valores, y esa forma de relacionarse con el territorio, lo que empuja a estas personas a seguir su proceso de auto-reconocimiento.
Ahora, ¿a quién le pertenece el pasado? ¿a los colombianos, que poco nos importa el pasado indígena?, ¿a los criollos que pelearon la guerra de independencia y crearon su pasado glorioso, a través de la imagen positiva del indio?, ¿a los arqueólogos y antropólogos que lo construyen con su “saber científico«?, ¿a la nación Muisca-Chibcha que construye y reconfigura su presente a través del pasado inmortalizado en las crónicas españolas?
El problema de fondo está en que todos estos pasados existen en el presente y, por muy incómodo que parezca, esta es la única forma en que se configura lo que reconocemos como «pasado». El pasado es de quien lo usa y de cómo lo usa; no debemos olvidar que las respuestas al futuro siempre están en las configuraciones del pasado.
Fuentes consultadas
Langebaek, C. H. (2009). Los Herederos del pasado. Indígenas y pensamiento criollo en Colombia y Venezuela (Vols. 1-2, Vol. 1). Bogotá: Universidad de Los Andes.
Gómez Montañez, P. F. (2008). Los Chyquys de la Nación Muisca Chibcha: Ritualidad, Re-significación y Memoria (MA). Universidad de los Andes, Bogotá.
Me parece sumamente interesante cómo planteas el asunto de los «nuevos muiscas». Lo que me agradaría aportar a la discusión es la negación de identidad, porque me imagino que quienes recuperan ese pasado muisca -desde 1492 hacia atrás, como menciona el texto-, niegan por tanto todo aporte a su identidad que pertenezca a otro tiempo, es decir, al mismo tiempo que reconocen que parte de su identidad proviene de los muiscas, niegan toda identidad de cualquier cultura que los haya permeado, llámese española, colombiana, venezolana o cualquier otra. Es como cuando algunos negros (ojo que el uso de la palabra no es peyorativo, en este caso, sin embargo, afroamericanos si me lo parece, siempre) durante el siglo pasado en EEUU, se declaraban africanos y pretendían volver a los lugares desde dónde habían salido sus abuelos, y cuando finalmente llegaban al lugar constataban con tristeza que no era su lugar, que no existía aquello de olvidar la cultura que nos ha permeado para instalarse una nueva, como si fuese un software.
Es posible, sin embargo, que esta «nueva cultura» que nace considere y acepte su construcción identitaria, pero a partir de tu texto me es imposible colegirlo. De todas maneras averiguaré un poco más al respecto y ampliaré mi comentario de ser necesario.
Esperando que sea realmente un aporte a la discusión, me despido.
Un saludo.
Daniel Fernández García