Cartagena: un lugar, dos ciudades

Por Lila Herazo

Hace unos días finalizó en Cartagena la VI Cumbre de las Américas, la cual reunió a varios de los presidentes más importantes de la región.  El objetivo de este encuentro era conectar los países del continente, entablar diálogos sobre temas importantes y comunes, llegar a convenios y acuerdos que promovieran el bienestar colectivo de los países representados, en los gobiernos allí congregados, y afrontar los desafíos que pudieran presentarse a futuro.

Mucho se ha dicho en los últimos días sobre el “fracaso” de la cumbre, porque varios de los temas más importantes que se habían propuesto inicialmente, como la lucha contra las drogas y el caso de la disputa diplomática entre el Reino Unido y Argentina sobre las Islas Malvinas quedaron por fuera de la agenda. Igualmente la ausencia de los presidentes Hugo Chávez de Venezuela por razones de salud y de los mandatarios Daniel Ortega de Nicaragua y Rafael Correa del Ecuador -en protesta por la exclusión de Cuba- dejaron la sensación de falta de cohesión entre los países.

Más allá de estos hechos, los medios de comunicación han expresado que el fracaso de la  cumbre queda de manifiesto porque no arrojó ningún producto tangible. No hubo una declaración final, ni la firma de convenios bilaterales o multilaterales, ni el establecimiento de estrategias o medidas concretas para abordar los temas tratados.

Pero esta reunión sí arrojó luces sobre algo que merece toda la atención que podamos darle: la división de la ciudad que fue sede, la cada vez más evidente distancia entre la Cartagena mágica y opulenta, y la pobre y olvidada.

El “Corralito de Piedra” es el orgullo nacional, la puerta de entrada a nuestro país, su belleza es indiscutible y puede atrapar y enamorar desde presidentes hasta ciudadanos comunes del mundo. No por nada fue declarada como Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO en 1984.  Su arquitectura colonial, su cultura viva representada en los rostros y tradiciones de sus habitantes y la historia que se respira en las callejuelas del Centro, invitan a visitarla y a quererla.

Pero esta es una mirada parcial. A pesar de los muchos intentos por ocultar la otra ciudad, con la cumbre salieron a relucir los problemas históricos y estructurales de una de las poblaciones más desiguales del continente, en donde la brecha entre ricos y pobres es cada vez más amplia y en donde las necesidades de la mayoría se esconden bajo el tapete para ocuparse de las necesidades de unos cuantos.

La ciudad es del visitante, del turista, de los políticos, de los millonarios, de la clase alta local y extranjera, del que no la vive, sino que la consume y luego la abandona como a una prostituta triste. Nadie le dio mayor relevancia a la gente que no pudo salir a trabajar durante tres días, esos hombres y mujeres de piel curtida por el sol que sobreviven al hambre, a punta de exponer el cuerpo al rebusque de sus negocios informales y de exponer el alma a un sistema desigual que se sustenta en la perpetuación de la marginalidad. Durante la cumbre la Cartagena pobre no sólo fue ocultada, sino que también fue sometida a recrudecer sus propias desgracias. Nadie se preguntó demasiado por los habitantes de la calle que fueron escondidos, a nadie le importó su paradero. Por lo menos a los perros callejeros que también fueron puestos fuera de la vista de la visita, les consiguieron padrinos para que tuvieran una vida mejor de aquí en adelante.

Caricatura por: Papeto Favio Portilla

Eso sí, en un país que se encuentra desde hace años en los primeros lugares del ranking de los «más felices del mundo», se le está dando especial importancia al sinfín de chistes y anécdotas que dejó la cumbre y que parecen superponerse a la dolorosa realidad que viven los cartageneros en su día a día. Que Obama se puso guayabera, que Shakira se equivocó cantando el himno nacional, que le intentaron regalar un burro al Presidente de los Estados Unidos, que el partido de fútbol que jugaron los líderes de la región quedó en empate, que Hillary Clinton se fue de rumba a un sitio cuyo nombre paradójicamente era Havana Club.

En una ciudad donde los niños se mueren diariamente de desnutrición y de enfermedades prevenibles y en donde, al mismo tiempo, se venden y se compran apartamentos de hasta 5’000.000 de dólares, los contrastes y las contradicciones son en verdad preocupantes, pero sólo a una pequeña minoría parece llamarle la atención.

Los edificios y hoteles lujosos chocan contra los barrios en donde no hay calles pavimentadas, ni servicio de agua potable, ni condiciones de salubridad adecuadas, ni escuelas, ni puestos de salud. Los matrimonios de la clase alta llenan las páginas de los diarios locales, mientras el incremento del movimiento sicarial llega a niveles altísimos, y las autoridades no hacen nada por entenderlo y combatirlo desde sus raíces.

Ya comienzan a escucharse voces que proponen echarle un vistazo a los costos de la cumbre, se habla de más de 90 millones de dólares que incluyen los regalos que Colombia le hizo a los invitados, como lo que se gastó en las 1.500 guayaberas que se dieron a las comitivas presidenciales a un costo de $500.000 pesos, cada una. Habría que pensar si era necesario llegar a gastar esas cifras que rayan en el absurdo y que se ven aún más desproporcionadas al contrastarlas con las necesidades de la ciudad.

También habría que revisar si no fue un error permitir que quedara impune el hecho de que los 12 miembros del Servicio Secreto del Presidente de los Estados Unidos que, tan pronto llegaron a la ciudad, se fueron a buscar prostitutas. El silencio de las autoridades colombianas frente a esto refuerza el imaginario que tienen los extranjeros de ver a Cartagena como destino de turismo sexual y da la imagen de que pertenecer a la comitiva de un mandatario exime automáticamente a la gente de las consecuencias.

Si bien es cierto que es positivo que Colombia y Cartagena hayan pasado unos días siendo epicentro de un evento de estas proporciones, también lo es el que prestemos atención a lo que ocurre tras bambalinas, que lo analicemos para autoevaluarnos, comprendernos y buscar caminos de construcción.

Sería bueno que esta VI Cumbre de las Américas sirviera para poner la mirada sobre las cosas que realmente importan, para pensar y encontrar solución a nuestros problemas, para echarle una mano a la gente que habita la ciudad y que la engrandece desde su hacer cotidiano. Creo que en la medida de que el cartagenero se sienta incluido dentro de la agenda pública y se le reconozcan sus derechos como ciudadanos, podríamos hacer de Cartagena una sola ciudad.


Ver también nota emitida por Noticias Uno, mostrando el otro lado de la VI Cumbre de las Américas:

 

 

@LilaHerazo

 

 

 

2 Respuestas a “Cartagena: un lugar, dos ciudades

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