"Vivir sin violencia" de Oswaldo Guayasamín
Por: Lila Herazo | @LilaHerazo
Gracias a la policromática y diversa oferta cultural que hay en Buenos Aires, la semana pasada fui a ver La Separación (2011), un filme iraní dirigido por Asghar Farhadi, ganadora del Oso de Oro a Mejor Película en el Festival de Cine de Berlín y de otros galardones internacionales. Esta cinta cuenta con brillantes interpretaciones y una excelente historia que, al desarrollarse en Irán, retrata de soslayo la realidad que viven muchas mujeres en ese país.
Si bien el tema central de La Separación es el conflicto que surge en una relación de pareja y que desencadena una serie de eventos desafortunados que hacen la historia más compleja, transversalmente, cada escena tiene implícita la condición de subordinación en la que se encuentran las mujeres en algunos países del Medio Oriente. A través de los roles preponderantes femeninos de la historia –una mujer de clase media alta, su hija y una empleada doméstica de clase media baja-, discurren problemáticas que son comunes en los países de ese lado del mundo, pero que también en Occidente persisten de alguna manera. Esta película, junto con algunos eventos que ocurrieron recientemente en Colombia, me hicieron retomar el tema de la igualdad de género y de la violencia contra la mujer.
Según las teorías más expandidas y aceptadas, el concepto de género no se remite a la mujer en sí misma, sino que es relacional e incluye dos polos (hombre y mujer) y el vínculo que se establece entre ellos, trascendiendo la condición biológica, y estableciéndose más allá de lo referente a lo sexual. La manera como se crea y conforma la relación surge de convenciones culturales, tradiciones y creencias ancestrales que han sido hasta ahora difíciles de rebatir y que condicionan el modo en el que las sociedades –de ambos hemisferios- abordan cotidiana y políticamente el tema.
La lucha por la igualdad de género –que se refiere a la igualdad en términos de oportunidades y derechos sociales, económicos y culturales-, y por la defensa de los derechos de las mujeres, nació y se gestó en el corazón del movimiento feminista. Dicho movimiento ha tenido tres momentos históricos: la “primera ola”, a finales del siglo XIX; la “segunda ola”, que tuvo lugar en los años ’60 y, la última, en los 90’s. Gracias a las manifestaciones populares y movimientos sociales que se han conformado a lo largo de este tiempo, y de las batallas que han librado por establecer sus demandas e instaurarlas en la agenda pública, se han logrado grandes avances en el marco legal internacional para la defensa de los derechos de las mujeres y la igualdad de género, como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer o CEDAW, por su sigla en inglés (1979).
La Convención estableció parámetros comunes para la protección y defensa de las mujeres, sacando de la esfera privada los casos de discriminación y maltrato; además, le otorgó la responsabilidad de cumplimiento al Estado. Sin embargo, esta iniciativa resulta insuficiente dada su mirada occidental, ya que esto deja de lado un sinfín de normas culturales establecidas en algunos países del Oriente y otros lugares. La CEDAW no puede sobrepasar temas tan delicados como la soberanía de un país cuando éste lleva a cabo prácticas propias de su religión para aplicar castigo -como la lapidación– o para acatar sus tradiciones culturales -como la ablación, que aún se realiza en varios lugares de África y en pueblos originarios de América Latina-.
A principios del mes de mayo, la abogada colombiana Mónica Roa –quien hace 6 años impulsó la Ley a favor de la Despenalización del Aborto en su país, en tres casos excepcionales: embarazo por violación, o por riesgo de vida de la madre, o por malformaciones del feto-, hoy, Directora de la ONG Women’s Link Worldwide para América Latina, fue víctima de un atentado en su oficina. Dispararon con pistolas de balines de tal poder, que lograron traspasar el blindaje de la ventana y cumplir su cometido: sembrar el terror entre las personas que allí estaban y enviar una amenaza. Lamentablemente, establecer de dónde provino el atentado es muy difícil.
Desde ciudadanos del común, hasta grandes sectores religiosos y políticos de derecha en Colombia, han estado en contra de la labor que Roa ha venido realizando por defender los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y la igualdad de género en el país. Incluso han llegado a promover leyes que reviertan la despenalización del aborto, basándose en normas de orden religiosa.
En relación a las vejaciones y maltratos que de las mujeres seguimos siendo víctimas sistemáticas, si por Oriente llueve, por Occidente no escampa. En Argentina los casos de femicidio se han incrementado en los últimos años. Han sido muchos en los que los hombres han quemado vivas a sus parejas en medio de discusiones intrafamiliares, y ni hablar de las mujeres que en Colombia han sido atacadas con ácido para ser desfiguradas completamente y dejarlas con severos e irreparables daños físicos y psicológicos. El último y más atroz caso de este tipo que ha surgido, se dio hace pocos días en el Parque Nacional de Bogotá. Rosa Elvira Cely, una mujer de 35 años, fue violada, golpeada, apuñalada y empalada viva. Murió en el hospital, luego de luchar por su vida durante cuatro días.
Rosa logró hacer una llamada a la línea de emergencia para reportar el ataque mientras sucedía, pero al momento de ser encontrada por la Policía Nacional había pasado suficiente tiempo como para que el victimario hiciera todo lo que quería con el cuerpo de la mujer y además escapar con tranquilidad y sin ser visto. El Estado tiene la obligación de prevenir casos como este y de sancionarlos con severidad cuando ocurren. Ahora, sólo se puede recurrir a la investigación forense y esperar a que «el» o «los» autores de este horrendo crimen puedan ser judicializados.
La igualdad de género no es sólo procurar que las mujeres sean contratadas en igualdad de condiciones que los hombres, que reciban salarios proporcionales a su desempeño y capacidades -independientemente de lo que hay entre sus piernas-, o que los gobiernos nacionales y locales llenen un porcentaje de sus puestos públicos con cierta cuota de mujeres; la igualdad es también lograr que el Estado y la sociedad, en su conjunto, establezcan las condiciones necesarias para evitar que las mujeres sigan siendo maltratadas, abusadas y asesinadas, y para que cada individuo -hombre, mujer, niño, niña, negro, blanco, homosexual, heterosexual, oriental u occidental, inmigrante o nacional-, tenga una vida digna, que sea respetado en su calidad de ser humano y pueda desarrollarse en un ambiente adecuado. La igualdad de género no debería ser un sueño lejano, los derechos no deberían discutirse, sino cumplirse.
- Si quieres firmar la petición que Amnistía Internacional va a elevar a las autoridades colombianas e internacionales para exigir la protección de Mónica Roa y su equipo, entra aquí.
- Si quieres exigir justicia para el caso de Rosa Elvira Cely y de otras mujeres asesinadas en América Latina, asiste al encuentro que se realizará en el Parque Nacional de Bogotá el 3 de junio. Los detalles, aquí.
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