Por Paola Rubio Ferrer | @antroPOETIKA
En Colombia, la agenda mediática parece estar monopolizada por cuatro ejes temáticos: “el conflicto”, la política, la farándula y, por supuesto, el fútbol. El periodismo, como correlato social que se articula públicamente a través de los medios, está totalmente sesgado por esta miopía y se empeña en reducir la narración y la crítica de la realidad nacional, a dichas esferas. El problema aquí no consiste sólo en que esa sea nuestra “realidad” o que esas categorías reflejen lo que somos (situación que es ya de suma gravedad); el problema también consiste en que el discurso mediático termina por hacernos creer que “nuestra realidad” se circunscribe a dichos temas, reproduciendo una identidad cultural en el imaginario colectivo y perpetuando esa construcción de lo que somos. Si la realidad –al menos en términos culturales- es un asunto de percepción, entonces los medios tienen -o deberían tener- gran responsabilidad en el andamiaje que construimos, socioculturalmente, de eso que consideramos “realidad nacional”.
¿Qué reflejan la agenda y el discurso periodístico nacional sobre nuestra identidad colombiana? La respuesta a esta pregunta no podría darse en un espacio reducido y merecería un estudio exhaustivo; no podríamos siquiera tratar de acercarnos a una respuesta en este espacio. Es innegable que una historia de violencia armada, con más de seis décadas de existencia (historia reciente, claro está, puesto que la violencia armada del país no ha conocido pausa desde la colonización española) sea motivo de obsesión para el periodismo colombiano. Es natural que una nación que esté calificada, en el contexto global, con un puntaje de 3.4/10 en el índice de percepción de corrupción, vea en el circo político un escenario ideal para el espectáculo de acusaciones y búsqueda de culpables. Es también bastante fácil suponer que quienes están detrás del diseño de la agenda mediática nacional, busquen darle un «aire liviano» a la densidad de la guerra, la violencia y la corrupción, con el contrapeso de “refrescantes” notas de farándula -o, para ser más precisos, con la inclusión de presentadoras en minifalda que respalden el valor del “producto informativo” y disparen las ventas de pauta publicitaria; está claro que el modelo moderno (es decir, siglo XX) de financiación para los medios, se basa en la comercialización de primicias y extremidades femeninas-.
La circularidad de este diseño de contenidos -que trasciende el realismo mágico y tacha ya en el teatro del absurdo-, se completa con el tema del fútbol, ese deporte que nos da tantas “satisfacciones” o, mejor aún, que brinda la oportunidad de catarsis para las frustraciones de un país tan . . . golpeado. Quizás habrá algo de cierto en la frase de Horacio Calle, profesor de antropología de la Universidad Javeriana, quien solía decir que “si alguien disfruta ver goles, es porque no los puede hacer”.
En el pastiche folclórico que es el discurso mediático colombiano, ¿qué hace el periodismo por el bien social del país?, ¿de qué manera construye o aporta elementos para ese imaginario de realidad nacional que, a su vez, genera una identidad cultural discursiva?, ¿cuál es la función del periodismo colombiano, hoy en día? Estas preguntas son de vital importancia, si realmente queremos examinar las diferentes relaciones de poder y las diferentes realidades que condicionan el pensamiento y las acciones de los colombianos. El poder del discurso, sobre todo el mediático, es subestimado por no dejar huella física, aun cuando la violencia coercitiva viene, muchas veces, derivada de una manipulación discursiva. El poder del discurso quizás sea invisible en su accionar, pero jamás lo es en sus efectos.
No hay duda de que existen periodistas admirables con criterio independiente y agallas para decir lo que piensan. Esta labor es una proeza y un ejercicio de valentía en el país que ocupa el puesto 143 a nivel mundial, en el índice de libertad de prensa, un país donde los periodistas han sido asesinados o secuestrados por hacer su labor. De todas formas, es importante recordar que no se puede confundir el trabajo periodístico con el periodista, tal como no se puede confundir el arte con el artista; no se pueden idealizar las ideas como se idealizan a los personajes (porque eso son las ideologías: la idealización de las ideas).
El periodista tiene una responsabilidad pública en la expresión de su trabajo, dado que el producto que genera repercute en la construcción del tejido cultural del país y del mundo. Sus ideas generan maneras de pensar y éstas, a su vez, generan comportamientos. Pero resulta -ahora- que el periodismo, para ser considerado «bueno» (independiente, crítico y honesto), debe ser un campo de batalla. Al menos eso parece ser lo que buscan las audiencias, quienes confunden ser crítico con saber encontrar la quinta pata al gato o poder determinar quién es el culpable. En Colombia, se confunde la denuncia con la opinión: hay que cortar cabezas, señalar y demostrar contundencia estilística (es decir, dar muestras violentas de una mal llamada «malicia indígena»), si se quiere ganar un lugar en el oficio y una leal audiencia.
Las columnas de opinión siguen y seguirán gozando de gran popularidad. Su estilo personal, mirada crítica y su brevedad, la hacen un género muy especial. Pero la mera crítica a veces perpetúa la existencia de lo que critica al no examinar sus efectos; pareciera que el género de opinión estuviera hoy más preocupado por el valor del texto mismo como producto: su calidad argumentativa, su precisión verbal, su contundencia estilística. Pareciera olvidarse de su propósito, dentro de un contexto más amplio; se olvida de su gran responsabilidad e influencia discursiva en la esfera pública y la cultura. El agravante de esta situación es que las audiencias creen ser más críticas, al exaltar este periodismo como expresión máxima, al confundir a los periodistas con rockstars y al buscar columnas que canten la canción que ya se saben, con vehemente contundencia. Pareciera ser que las audiencias buscaran eso en las columnas: productos bien «construidos» que expongan la verdad . . . pero (sólo) la propia, especialmente en los temas que conciernen al país: «el conflicto», la política, la farándula y el fútbol.
La mirada crítica no debe ser siempre asociada con el diagnóstico de los males, sino también con plantear modelos constructivos de pensamiento y acción. El poder discursivo debe ser mejor entendido y asumido en los medios, tanto por los periodistas como por las audiencias (quienes hoy generan contenido con sus propios comentarios en la red). Valdría la pena revisar los temas y discursos de nuestra agenda mediática, si queremos expandir la noción de quienes somos y lo que somos, realmente, en este país.
Excelente reflexión, estoy de acuerdo en mucho de lo expuesto, respetuosamente ofrezco un par de puntos ligeramente divergentes: Yo no pertenezco, ni pretendo formar en las filas del periodismo, pero si creo que parte del carácter proactivo de una columna es la contumaz desacralización de los poderes políticos, sociales y económicos. Pero no como una serie de ataques personales o de exaltación de alguna de las camorras políticas involucradas en el circo electoral(como suelen ser casi todas las columnas de la fauna local), sino como la forma de promover la duda sobre aquello que se presenta como natural y necesario, demostrando que todo acto de poder es una construcción que se nutre del apoyo ciudadano. Mas que ofrecer una alternativa demasiado clara, para mi el esfuerzo se centra en ofrecer el tipo de información que pueda empoderar a los ciudadanos para que busquen sus rutas de organización y construcción de soluciones sociales.
Un saludo.
De acuerdo. No desvirtúo la necesidad de «diagnóstico» de una mirada crítica, ni la función democrática de cuestionar el poder: ese tipo de prensa es una necesidad vital en una sociedad sana; apoyo eso, indudablemente . . . aún así, pienso que esa no es una función proactiva, sino más bien reactiva (o reaccionaria), que también es necesaria. — Este texto no descalifica ese tipo de periodismo: descalifica el hecho de que sea ese el único (o el más) valorado por las «audiencias críticas». Además, no sólo se trata del «qué» sino del «como»; lo que planteo aquí es una reflexión de la manera en que se critica, más que la crítica misma: el discurso. El uso del lenguaje puede ser destructivo o constructivo, y pienso que la gran mayoría se queda en el primer uso. Sería imposible para los periodistas plantear soluciones específicas para (todos) los problemas que aquejan al país – y ese no es su trabajo – pero sí creo que el periodista está obligado a darle un manejo más constructivo al mensaje (en cuanto a estilo y contenido, pero sobre todo, en cuanto a propósito), en una sociedad como la nuestra. Si el discurso mismo no es constructivo, los ciudadanos tampoco lo serán. Si acaso, promoverán protestas vacuas que no trascienden por esa misma ausencia de sentido constructivo. Pienso, además, que el periodismo no puede limitarse al cuestionamiento del poder — esa es una función . . . pero si el propósito es empoderar a la ciudadanía, hay que brindar herramientas (de análisis, modelos, ángulos,maneras de pensar/expresarse, etc) que orienten «a los ciudadanos para que busquen sus rutas de organización y construcción de soluciones sociales», como bien lo dijiste. Hay que empezar por la misma agenda: ¿qué se escoge contar/criticar? ¿qué queda por fuera? ¿qué cosas positivas están pasando y por qué son (o no son) dignas de ser contadas? Pienso que en un país como el nuestro, hace falta más visibilidad y profundidad en el tratamiento para los temas que se salen de la constrictiva agenda mediática colombiana: «el conflicto», la política, la farándula y el fútbol.
Como siempre, gracias mil por leernos y por contribuir en el diálogo.
Un saludo 🙂
Bueno creo que ahora estamos aun más de acuerdo. En especial en lo referente a la importancia de la elección de la agenda y en el carácter constructivo del uso del lenguaje y los modelos de análisis. Creo que este proyecto tienen que ver mucho con eso y por eso siempre lo leo. Sin embargo, yo pienso en otro tipo de producción intelectual (no superior, más bien complementaria, hermana o por lo menos la prima rara) que más que un diagnostico critico, reconfigura la realidad en un sentido que desarticula permanentemente el poder. Y la veo como proactiva pensando en el contexto que yo crecí, en donde abundaban las certezas y la duda era un problema psiquiátrico. Lograr en ese tipo de espacios cuestionamiento a lo que parece necesario y natural es una semilla muy poderosa.
Un pequeño dialogo y un saludo.