Por: Mercedes Posada Meola
“Aprendí a confiar en mi propio juicio”. Esta frase es quizás la primera pista para entender el enfoque o paradigma investigativo desde el cual, Alfred Charles Kinsey, investigador norteamericano de principios del siglo XX, adelantó su estudio sobre la sexualidad humana.
Kinsey tenía una experiencia de vida muy particular que empezó a configurarse en medio de discursos moralistas y represivos, en una época en la que “todo era pecado”, en la que todo inducía al sexo -sinónimo, para entonces, de la más grave falta carnal- y cuando la abstinencia, acompañada de una oración constante que alejara las tentaciones y librara del infierno, era la única salvación para los hombres y mujeres.
No obstante, Kinsey tomó distancia frente a ese discurso; se convirtió en ateo y empezó a trabajar en función de su interés por observar y entender la naturaleza. Esta pretensión la materializó en la primera etapa de su vida, como científico en su investigación sobre las avispas, alcanzando su máxima expresión tras la publicación de sus obras “El comportamiento sexual en el hombre” (1948) y “El comportamiento sexual en la mujer” (1953).
Su motivación para realizar esta investigación seguramente partió de su propia vida, de sus puntos de fuga ideológicos, pero sobre todo de su intención por construir ciencia, a partir de un tema sobre el cual sólo existían referentes morales sesgados -o atravesados- por el relato bíblico.
Kinsey, parado desde un enfoque inductivo (de los datos a la teoría), nunca se planteó una hipótesis, pero sí dejó ver sus apuestas e inferencias sobre el tema. A partir de la aplicación de diferentes instrumentos de investigación –muchos de ellos diseñados sobre la marcha-, este científico trascendió el paradigma positivista -propio de su formación y del momento histórico en el que se encontraba- para postular explicaciones teóricas, basadas en los resultados de las entrevistas (más de 20.000) que hizo a los participantes de su investigación.
Kinsey conformó y entrenó un equipo de investigadores para todo esto: para hacer las entrevistas y observaciones participantes, para complementar sus teorizaciones con los datos que arrojaban las encuestas, para describir, para comprender, para explicar. Hizo comparaciones: entre jóvenes que vivían en la ciudad y en el campo, entre mujeres y hombres, entre parejas heterosexuales y homosexuales, entre adultos y todo lo que pudo comparar.
Su objetivo de investigación primario pudo haber sido el de estudiar, científicamente, lo que las personas hacen con su sexualidad. Pero en el camino, la perspectiva se amplió y la pretensión se tornó mucho más interesante. Tal como lo expresó en uno de sus discursos, para él “la moral sexual tiene que ser reformada y la ciencia dirá cómo”.
Kinsey tenía un interés muy fuerte en ser sujeto y objeto de investigación, en experimentar para entender lo que podían sentir las personas que estudiaba. En tal sentido, puso en juego todas las herramientas de las que pudo echar mano. Así, su investigación nos habla de un trabajo desarrollado desde una metodología mayoritariamente cualitativa, con instrumentos también de corte cualitativo.
Pero la perspectiva cuantitativa también estuvo presente en su estudio. Se destaca, por ejemplo, el diseño de una escala para medir el grado de homosexualidad-heterosexualidad de las personas, donde el grado «0» manifestaba una heterosexualidad absoluta y el «6» una homosexualidad dominante. Kinsey concluyó que la mayoría de las personas se encontraban dentro del número 1 o 2 en esta escala pero pocos en el grado 0 o 6, es decir, en los extremos del espectro.
También hizo etnografía. En “El comportamiento sexual en el hombre”, da cuenta de las visitas a bares gay para conocer a una comunidad de homosexuales y estudiar su manera de relacionarse. Para él, hablar fue importante. La hermenéutica estuvo presente a lo largo de toda su investigación: todo tenía sentido, todo era susceptible de interpretarse, todo comunicaba.
El “científico del sexo” direccionó su vida en función de su proyecto de investigación. Kinsey quería penetrar la psiquis de la gente, conocer sus particularidades: “cada avispa es diferente, cada hombre es diferente”, decía. Lo revolucionario de su trabajo, además de atreverse a estudiar en profundidad un tema históricamente censurado o mediado por la ideología laica y patriarcal que se había impuesto en el mundo, ha sido superar el dilema del método científico en su sentido positivista.
Kinsey contribuyó a desvirtuar el mito de la diversidad sexual como algo prohibido y pecaminoso, le ganó terreno al dogmatismo religioso y transgredió el discurso del “deber ser” –propio del orden hegemónico- con evidencia empírica, con información rigurosa. Su lucha por comprender el comportamiento sexual de las personas, por insistir en reformar la moral sexual desde la ciencia, es un antecedente imperdible en la batalla por la defensa y garantía de la libertad sexual humana, un derecho que históricamente ha sido violentado a través de la invisibilidad, la prohibición, la represión y la negación.
La asignatura pendiente de Kinsey fue el estudio del amor. Este tema empezó a trasnocharlo desde las confrontaciones con sus colegas, cuando entre todos advertían que se trataba de algo ligado al sexo, pero que -sin duda- iba mucho más allá. Hoy, esa pregunta que Kinsey dejó abierta al final de su investigación, sigue siendo un tema latente para la ciencia: “¿Puede medirse el amor?”.
TOMADO DEL INFORME KINSEY
Sobre la base de más de 5.300 entrevistas personales con hombres de raza blanca, Kinsey llegó a una serie de conclusiones acerca de la homosexualidad:
- El 37% de los hombres entrevistados experimentaron alguna vez un orgasmo homosexual a partir de la adolescencia.
- El 13% de los varones sintieron deseos homosexuales, sin que se produjera por ello contacto físico alguno.
- El 25% de ellos tuvieron experiencias homosexuales no incidentales entre las edades de 16 a 55 años.
- El 18% mantuvieron igual número de relaciones heterosexuales que homosexuales durante un período mínimo de 3 años, entre las edades de 16 a 55 años.
- El 10% tuvo una conducta estrictamente homosexual durante un período de 3 años como mínimo y entre las edades ya reseñadas.
- Sólo un 4% manifestaba una conducta estrictamente homosexual durante toda su vida y ya manifiesta durante la adolescencia.
- La homosexualidad existía a todos los niveles sociales y ocupacionales.
De su trabajo de 1953 sobre el Comportamiento sexual en la mujer, Kinsey realizó 5.490 entrevistas a mujeres de raza blanca de las cuales el autor deduce que:
- Un 13% de mujeres habían experimentado algún orgasmo homosexual a partir de la adolescencia.
- Sólo un 3% de las mujeres habían sido predominantemente homosexuales durante un período de 3 años como mínimo.
- Las mujeres, en contraste con los hombres, no solían ser promiscuas y tenían sus relaciones homosexuales sólo con 1 ó 2 compañeras en el 71% de los casos.
No se si esté errónea o no pero el final no es si se puede medir el amor,yo lo veo como si el amor y la sexualidad están ligados en todo momento.