Por: José Serrano | @antroposdigital
Siempre ha sido motivo de debate y discusión en las ciencias sociales la forma en la que el ser humano adquiere el conocimiento. Es por esta razón que, desde diferentes corrientes académicas, se ha intentado abordar el tema de la epistemología. Desde la visión de la antropología clásica, Bronislaw Malinowsky desarrolló un texto denominado “Magia, Ciencia, Religión y Otros Ensayos”, en el que toma como principio de sus argumentos, los planteamientos de Durkheim y Mauss para identificar la función que cumplen ciertos comportamientos sociales en el conjunto de la estructura cultural de una comunidad, tomando el caso de las tribus de las Islas Tobriand.
Malinowski, identifica tres formas de adquirir el conocimiento: La magia, la religión y la ciencia, estableciendo una clara diferenciación entre el conocimiento empírico (ciencia) y el resto de aproximaciones. Estos tres polos, con sus matices, se conciben en el texto como diferentes etapas o momentos en el desarrollo de los procesos cognitivos del ser humano.
La magia, responde al primer estado en el desarrollo intelectual. Este concepto se relaciona con la ignorancia y el desconocimiento. La sorpresa ante los fenómenos que ocurren en la naturaleza y las asociaciones “irracionales” ante acontecimientos inexplicables, marcan la pauta de esta primera etapa del conocimiento.
La religión, por otro lado, se concibe como un proceso posterior aunque en ocasiones paralelo a la magia. En este contexto, el conocimiento tan solo se adquiere a través de un ser o un ente superior. La religión parte de la premisa de que el conocimiento es único y verdadero, de que se encuentra por encima de nosotros y nos es revelado a partir de múltiples mecanismos de interacción sobrenatural.
La ciencia es en este orden de ideas, el último estadio del conocimiento y se relaciona con la “racionalidad”. A través del ensayo y el error, la experimentación y la comprobación se llega a verdades absolutas, aquellas que posiblemente nos reveló la religión, con la gran diferencia de que -a través de la ciencia- llegamos hasta ellas a través de un proceso inductivo.
¿Qué sucede entonces con la tecnología en este contexto? La respuesta más rápida y tal vez más “lógica” a esta pregunta sería afirmar que es el resultado de la ciencia, si la entendemos como un conjunto de teorías y técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico. Pero ¿qué sucede si concebimos a la tecnología como un tipo de comportamiento que se enmarca en múltiples funciones dentro de la estructura cultural?
Partamos de la base que esta clasificación es el resultado de una visión cientificista de los estadios evolutivos, en la forma de adquisición del conocimiento del ser humano que, por supuesto, conciben a la ciencia como su estado último y superior. Pero, bajo las definiciones que expusimos anteriormente, la tecnología se puede relacionar con cualquiera de los tres escenarios planteados por Malinowski. Los avances tecnológicos no sólo dependen de su origen, sino también de cómo las personas se apropian de dichas herramientas. La ciencia y la creencia (magia y religión) no son conceptos aislados, sino que parten de racionalidades diferentes, la diferencia radica entonces en quién nombra qué como “verdad” (ciencia) o “creencia” (magia y religón).
De igual manera sucede con la tecnología. A pesar de concebirse como el resultado de la ciencia y de estar a su servicio, existen diferentes formas de apropiarlas. Tomemos el caso del Mac y el Ipad para explicar este último punto.
El 27 de Enero de 2010 se anunciaba el lanzamiento de un nuevo dispositivo electrónico que revolucionaría la forma en la que las personas harían uso de las nuevas tecnologías. Este desarrollo representaba el máximo alcance de la ciencia, por lo menos a lo que a dispositivos electrónicos se refiere. Pero ¿qué sucedió una vez que cada uno de sus usuarios tuvo en sus manos uno de estos aparatos? Seguramente no se preocuparon por la parte técnica, sino que en su primera reacción, se dejaron seducir por su “brillo”, aquel resplandor que resulta de lo mágico y lo extraordinario, la sensación de estar descubriendo un nuevo mundo que llegaba a sus manos.
Tal vez muchos de nosotros sigamos sin conocer la forma en la que funcionan estos dispositivos. Sin embargo, existe en ellos un encanto que resulta de experimentar lo nuevo y lo desconocido.
La relación que podemos identificar con la religión es tal vez la más interesante, debido a que no surge del objeto en sí sino de lo que se encuentra a su alrededor, su origen y su creación. Hoy en día, podemos observar como se expande lo que podemos denominar como la “Cultura Apple”. Más allá de ser una empresa que diseña equipos electrónicos y softwares, la compañía Apple Inc. y sus productos se han convertido en todo un estilo de vida. Aquel que tenga un Mac adopta una serie de características de personalidad que reproduce, y a su vez son reproducidas por el tipo de tecnología que utiliza.
Por esta razón, la relación que se crea con la marca trasciende las fronteras de una simple transacción comercial y se crea una especie de culto alrededor del producto y sus creadores. La identidad se construye a partir de la posesión de unos objetos que responden a un origen común y que son el resultado de una especie de conocimiento casi revelado por un ser superior.
La tecnología no es tan solo el resultado de un desarrollo científico, sino que implica una serie de interacciones y apropiaciones por parte de aquellos que la utilizan. Se establecen así diferentes simbologías alrededor de los objetos, respondiendo a comportamientos que van más allá de lo “racional” y que se acercan a lo mágico y sobrenatural. Así se demuestra cómo las diferentes estructuras sociales no son rígidas; por el contrario, se revelan sus cruces por una red de significados.