Por Lila Herazo | @LilaHerazo
Crecí viendo a una Selección Colombia extraordinaria, esa que tenía magia en los pies y que parecía que iba a llegar muy, muy lejos. La misma que con una jugada épica en el Mundial de Italia ’90 le empató al monstruo de Alemania, en los minutos finales. Esa que en las eliminatorias para el Mundial del ‘94 le ganó 5 a 0 a la Selección Argentina, en el Estadio Monumental de Buenos Aires. La misma por donde pasaron estrellas como “el Pibe” Valderrama, “el Tino” Asprilla, “el Tren” Valencia, Freddy Rincón, Leonel Álvarez, Óscar Córdoba, Miguel Calero, Andrés Escobar y René Higuita y que dirigía Francisco Maturana. Esa que hizo que durante una década un país lleno de violencia y dolor, volviera a sonreír.
En esa época era muy difícil no enamorarse del fútbol y de la ilusión que producía, del sentir colectivo, la esperanza, la emoción y la pasión sin límites. Además desde siempre, el televisor de mi casa estuvo sintonizado en cuanta competencia deportiva fuera transmitida, gracias al amor de mis padres por los deportes, algo que sin duda heredé y desarrollé gustosamente.
Nací con un impedimento natural para jugar deportes que requieran el uso de una pelota. Puedo correr, pero todo lo que suponga golpear un balón con las manos, los pies o un bate, raqueta, o palo, simplemente no es para mí. Cuando me di cuenta de mis limitaciones supe que todo mi amor hacia el deporte debía ser canalizado siendo hincha y no practicante, pero eso -lejos de ser óbice para disfrutar al máximo esta pasión-, me ha permitido sacarle mucho provecho desde mi percepción.
La primera vez que fui a un estadio de fútbol fue al Renzo Barbera -más conocido como stadio della “La Favorita”, en la capital de Sicilia, Italia. Fui a ver a uno de los equipos que me detiene la respiración, que despierta todas mis pasiones, que me agita, me emociona, me alegra y me entristece, un equipo que usa el rosado como color principal en su uniforme, el Palermo.
Digo “uno de los equipos” porque son varios. Sí, me declaro abiertamente una promiscua del fútbol. Amo al Palermo de Italia, pero también al Inter, a Vélez, Boca y Racing de Argentina, al Once Caldas de Colombia, al Paris Saint Germain de Francia, al Chelsea de Inglaterra y al Al-Ahly de Egipto. También me dejo seducir por varias selecciones mundiales, obviamente la de Colombia en primer lugar y luego, la de Argentina, la de España, la de Uruguay, la de Italia, la de Chile, la de Brasil y todas las Africanas.
Por supuesto esto puede llegar a ser conflictivo, sobre todo si dos de mis clubes o selecciones se enfrentan – en ese caso le hago fuerza a ambos y espero que gane el que más lo merezca-, pero por lo general me viene muy bien, y casi siempre tengo un “back up”, a la hora de clasificar en los campeonatos.
El asunto de mi promiscuidad futbolera se debe a que yo asocio el fútbol con los afectos. Soy hincha de esos equipos por el cariño que le tengo a personas que están relacionadas a ellos, o por el amor a lugares a los cuales estoy y estaré eternamente ligada. En al caso de las selecciones africanas, tiene que ver con mi sentido de la equidad; espero que esos equipos, que tienen menos chance de ganar, tengan esa oportunidad.
Y es que para mí el fútbol es puro sentimiento. No soy como los hinchas convencionales que quieren a toda costa que su equipo “destruya” al adversario, lo “aniquile”, lo “derrote”, yo más bien espero que mi equipo juegue lindo y limpio, que los chicos se luzcan, que hagan del partido una espectáculo admirable. Sufro, no digo que no, pero sufro incluso por el que pierde, así sea el equipo contrario. Cuando gana el que me gusta, me da algo de tristeza por los que han sido «derrotados». Quizás para algunos, esta sea una visión muy femenina del fútbol, seguramente tienen razón pero me encanta poder vivir este deporte así, a mi manera.
Por circunstancias de la vida, estoy estrechamente vinculada a tres países en los que el fútbol es casi una religión: Colombia, Italia y Argentina, y eso, sólo ha incrementado mi fervor hacia este deporte.
Cuando llegué a la Argentina, me incliné hacia Boca, porque mis primeros amigos de aquí eran hinchas de ese equipo. Igual me pasó con Racing. Pero hubo un club que logró un cupo especial en mi corazón, Vélez Sarsfield. Siempre he sentido debilidad por los equipos modestos, pero que juegan bien. Encuentro altamente meritorio ver clubes que con poco dinero y por consiguiente, con poca posibilidad de comprar grandes luminarias del fútbol, igual ponen todo en la cancha y se esmeran por hacer un lindo espectáculo. Esos que siempre están dispuestos a lucharla con las uñas pero con juego bueno y limpio. Tanto Palermo, como Vélez se parecen en eso, y por eso son los clubes que más quiero.
Cuando fui a ver a Vélez al estadio, fue increíble. Repetí la sensación de felicidad, alegría y entusiasmo que me produce el fútbol, el poder compartir la misma pasión colectivamente, no se compara a nada: mucha gente, de todas las condiciones socio – económicas, con distinto credo, color de piel, ideología política, unidas por el mismo sentir, cubiertas por la misma pasión, deseando una misma cosa. Increíble. Eso es algo que amo del fútbol y de la música: su capacidad de unir y congregar a mucha gente a pesar de sus diferencias. Luego están los ultrafanáticos que como en todos los ámbitos, lo arruinan todo con su extremismo y su violencia.
Algunos grandes de la literatura han sido también unos apasionados del fútbol y por eso han escrito sobre él, como Albert Camus –quien además lo jugó en la Universidad- y Eduardo Galeano, dos escritores que siempre han resaltado las virtudes de la sana diversión que implica el juego. Otros, como Jorge Luis Borges y Umberto Eco, pensaban en cambio que el fútbol era un canto a la idiotez y que era un deporte que exacerbaba nacionalismos indeseables y bajos instintos. En algún punto creo que ambas posturas son acertadas, pero obviamente me identifico con aquella que encuentra en el fútbol una hermosa manera de reconocer el valor del trabajo en equipo, de disfrutar la magia individual y colectiva, de aprender de los fracasos y derrotas y de lo maravilloso que es ver a un grupo o un pueblo unido por un mismo sentir. Eso no tiene precio.
* Aprovecho para felicitar a Vélez Sarsfield por su reciente triunfo en el Torneo Inicial 2012 de Argentina.
Nota de la autora: Un par de días después del cierre de este texto, murió el exarquero colombiano Miguel Calero. Todo mi respeto a quien le diera tantas alegrías y satisfacciones al país con su ímpetu, compañerismo y buen juego.
Texto hermoso! FORZA PALERMO!
Me ha encantado este post! Me ha emocionado mucho. Además me he sentido identificada. Ojalá todo la gente amara el deporte de la misma manera. Si fuera así, seguramente no habría tanta violencia en el mundo.