Campo para la reivindicación y el fracaso

cartagena

Por Mercedes Posada Meola | Cartagena, Colombia

Ésta, amable lector, no es una columna optimista. El 2012 no fue un buen año, al menos no para Cartagena de Indias, ciudad de contrastes y contradicciones, de colores y oscuridades. Ciudad de todos y de todas menos de sus ciudadanos. Ciudad que en 2012 alcanzó el record de tener cinco alcaldes (cuatro de ellos encargados) mientras padeció la más grave crisis de gobernabilidad e institucionalidad de la que tengamos memoria.

Algunos concejales del Distrito hacen su tarea de control político y por estos días piden explicaciones sobre la precariedad de los arreglos navideños en un territorio que vive del turismo y los desfiles (¡qué dirán nuestros visitantes ilustres!), pero nada trascendental proponen para cambiar las condiciones socioeconómicas de quienes viven en pobreza y pobreza extrema.

El 2012 inició con la posesión de Campo Elías Teherán elegido alcalde por 160.000 ciudadanos, una cifra apenas predecible en virtud de la favorabilidad que mostraron las encuestas practicadas durante ese período electoral. Su triunfo, más allá de cualquier cuestionamiento, pudo ser leído como una aparente reivindicación de la población afrodescendiente o si se quiere de las mayorías cartageneras que históricamente han sido negadas o empujadas hacia la periferia. No obstante el populismo de Campo fue advertido y capitalizado por la misma élite política especializada en financiar campañas electorales e institucionalizar las prácticas clientelistas a través del intercambio de favores (políticos y económicos) por votos. No importa mucho quién gane las elecciones, importa que prevalezca el modelo, un modelo que administra pobreza con las sobras del erario.

A Campo le faltaba formación técnica, es cierto. No tenía experiencia en los asuntos públicos y tampoco se le conocía un liderazgo distinto al que ejercía desde los micrófonos de su noticiero, pero era un tipo que resolvía, una suerte de “alcalde de la calle” capaz de canalizar las demandas ciudadanas y llamar la atención de la administración pública para volcar la mirada hacia lo que ocurría en los barrios populares de Cartagena. Todo el mundo lo quería porque era un hombre divertido, un periodista buena gente y carismático.

Pero la metáfora de su fracaso y por ende del modelo de ciudad, no se hizo esperar. El primer alcalde afrodescendiente y periodista de Cartagena tomaría posesión un primero de enero de 2012 y en su discurso juraría combatir la inequidad, la injusticia social y la pobreza. Pocos días después aparecerían las primeras improvisaciones en su gobierno: decretos reversados, señalamientos a su familia por supuestas injerencias en la repartición contractual del Distrito, permisos controvertidos como el otorgado a la Hyundai para hacer de las murallas un concesionario público… Todo esto sin endilgarle la responsabilidad en la instalación de un Café Juan Valdés en plena Plaza de La Paz, tras haber desalojado a los vendedores de tinto o “tuchineros” del centro histórico unos días atrás. Este último fue un hecho duramente repudiado por la ciudadanía y sin embargo a la fecha no ha logrado esclarecerse. Nadie sabe quién autorizó ese permiso, ni el mismo Campo lo supo en su momento y tampoco su secretario de Espacio Público.

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Hasta aquí se mencionan hechos que bien podrían ser considerados como “gajes del oficio”, propios de cada administración y sus intríngulis. Pero el símbolo más contundente de la tragedia vendría más adelante. Como parodiando a Goethe, sobre Campo y lo que él representaba recayó un mensaje: “ten cuidado con lo que deseas no vaya a ser que se te cumpla”. El primer Alcalde negro entró en crisis tanto institucional como personal. Un cáncer de pulmón lo obligó a pedir sucesivas licencias para practicarse exámenes médicos sin que hasta ahora se sepa con certeza cuál es su verdadero estado de salud. Los mitos gravitan: que está muy mal, que en 15 días vuelve, que sus financistas están preocupados, que están felices, que el pueblo se siente traicionado, que el pueblo desea su regreso. Lo que nadie discute es que el periodista con más sintonía en la ciudad ha sido vilmente utilizado por grupos poderosos que sin el menor asomo de pudor, conducen a la ciudad a su máxima precariedad. Y mientras todo esto se murmura por debajo e’ cuerda, un nuevo mito se refuerza en una ciudad que entendió la modernidad como el blanqueamiento de la raza: los negros no saben gobernar.

Y es que el asunto aquí no es de piel ni de formación; es de fondo y de forma. Tiene que ver con el desgaste de un modelo enquistado en los tiempos de la colonia incapaz de dar respuesta a la complejidad de lo que siempre ha sido importante: los ciudadanos y su derecho a construir y habitar una sola ciudad.

Las opiniones por estos días continúan divididas; a muchos columnistas el tiempo les ha ido dando la razón y la crisis social y la desesperanza aprendida parece exasperarse. Cartagena sigue siendo como alguna vez la describió el periodista Juan Gossaín: «tierra de luz y penumbra, de oro y miseria, lámpara y mala sombra, belleza y fantasma, sol y eclipse. Cartagena es, sin más rodeos ni florituras, el diamante espléndido que cayó en un charco de mierda.»

Finalizando el 2012, Cartagena estaba paralizada; se respira ahora incertidumbre en todos sus rincones. Sin embargo, ésto  no importa mucho . . . total aquí nunca pasa nada y cada quien se las arregla para sobrevivir como puede.

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