Por Margarita González Rangel | @masterenplastil
Para muchos ciudadanos y medios de comunicación, Clara Rojas “armó un bochinche” con la acción de tutela que interpusó ante la Corte Constitucional para evitar la exhibición de la película Operación E, cinta que se basa en la historia de Emmanuel, su hijo, cuando las FARC se lo entregó a un campesino para que le cuidara. Para Rojas, la película afectaría los derechos del niño, derechos que según la constitución prevalecen sobre otros. Pero esa historia todo el mundo se la sabe, lo que publicitó aún más la película, que será estrenada en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de este año.
El “bochinche” sin lugar a dudas, hizo las delicias de los medios de comunicación y de las redes sociales, y estuvo en boca de los comentarios de algunos de los lideres de opinión más influyentes del país, como Dario Arizmendi, Julio Sánchez Cristo y María Jimena Dussan, quien en el espacio de Cablenoticias «Semana en vivo«, citó al productor de la película Farruco Castroman, y a otros personajes del medio cinematográfico como Rodrigo Uprimmy, Lisandro Duque y Gilma Jimenez para discutir el tema . . . pero por ningún lado fueron consultados Paula Gaviria ni Gonzalo Sánchez, cabezas del proceso de reparación en Colombia. Clara y Emmanuel son víctimas y por lo tanto sujetos de protección especial, de acuerdo a las acciones que el Estado colombiano ha generado. A ningún medio se le ocurrió abordarlo desde la óptica de la ley de Víctimas y mucho menos poner en la mesa la responsabilidad que los productores, escritores y artistas tienen para proteger la dignidad humana en casos como éste, donde a través de sus producciones, generan procesos de construcción de memoria del conflicto armado.
Así pues, este “bochinche” evidenció la poca visibilidad y validez que el proceso de reparación a las víctimas tiene en los medios colombianos, pues basta ver los debates en los canales de televisión o en las radios para darse cuenta de que la discusión se orientaba a la pertinencia moral de la petición económica a los productores de la película y no a la manera en la que obras literarias y audiovisuales hacen parte de procesos de construcción de memoria, y cómo éstas pueden ir en detrimento de la dignidad de las víctimas. El debate y las reacciones generadas a su alrededor muestran la representación que los medios de comunicación colombianos han consolidado sobre el conflicto armado, un conflicto atravesado por una posición de clase que se aferra a la visión de que las confrontaciones ocurren en la lejanía de la ruralidad, en la “zona salvaje” del territorio que no ha podido ser domado por la legimitidad de la «democracia más antigua de latinoamerica» y, por lo tanto, condenado a la pobreza y la incivilidad. En Colombia, las víctimas siguen siendo consideradas aisladas de la urbanidad y culpables de los crímenes atroces que sufrieron; por esta visión, Clara y Emmanuel no podrían estar en esa categoría, por lo menos para un Dario Arizmendi o un Julio Sánchez Cristo.
La desinformación sobre el proceso de reparación se afianza en esta representación que aísla a la sociedad de un acercamiento histórico a las causas que permitieron el recrudecimiento del conflicto, afectando la acción civica de la no repetición de los hechos. Asimismo, afecta el control social que la ciudadanía debe llevar a cabo sobre las acciones de los gobiernos en materia de reparación, sobre la garantía de los derechos fundamentales y de cumplimiento de lo pactado. El “bochinche” deja como lección la importancia que los medios de comunicación -de los oligopolios de la información- tienen en la indagación sobre el proceso de reparación y en el cambio de la representación de lo que consideran víctimas del conflicto, pues durante 64 años todos los colombianos hemos sido víctimas . . . no sólo por un crimen cometido a nuestros familiares, sino también cuando nos niegan la posibilidad de participar, de expresarnos, de denunciar, de ejercer una ciudadanía; recordemos a Guillermo Cano, Jaime Garzón, entre otro periodistas, quienes dieron todo para que el rigor de la información consolidara una Colombia solidaria y pacífica.
Margarita: Creo que tocas varios temas interesantes y estoy de acuerdo contigo en que la reparación es un proceso que debe ser de todos. Sin embargo, encuentro erróneas ciertas ideas. La primera, sobre la película, es que no comprendo qué quieres decir con «la responsabilidad que los productores, escritores y artistas tienen para proteger la dignidad humana». ¿Acaso tienen tal responsabilidad? ¿Acaso ellos están obligados a crear procesos de memoria colectiva? Sólo pregunto. En segundo lugar, el hecho de que los medios orientaran su foco a la petición económica es sólo eso: un enfoque. Diarios como El Colombiano y El Espectador sacaron varios reportajes haciendo énfasis en la película, su calidad y sus virtudes y defectos; también lo hizo Arcadia en su revista de este mes. De modo que no se puede decir a la ligera que los medios tienen la culpa de que los procesos de reparación no lleguen a cumplir su objetivo, o culparlos también de cierta indiferencia. Te recuerdo que Vanguardia Liberal, El País de Cali y El Heraldo de Barranquilla han sacado informes sobre los procesos de restitución y reparación. Creo, por último, que tu texto discute no el impacto de un discurso cnematográfico sobre la creación memoria, como reclamas a los artistas y productores, sino que se desvía a la reparación. Asunto esencial, sí, pero que es apenas una parte de un análisis sesudo de esta película. Una última pregunta: ¿También Polanski irrespetó al pianista Wladislaw Splizman al crear El Pianista?