Memorias Termales (II)

«Memorias Termales« es un relato por Juan Esteban Villegas, publicado en antropoLOGIKA en el pasado mes de Febrero. El siguiente fragmento es una «continuación» de ese universo, un mundo que refleja la realidad social de una población colombiana, desde el ángulo íntimo y personal de la infancia del autor. Con su relato, Villegas nos recuerda para qué se escriben y se leen las historias . . . para desglosar el mundo y comprenderlo mejor.

Por: Juan Esteban Villegas |  jevillegas85@gmail.com

¿Por qué estaba yo allí? ¿Qué buscaba papá llevándome allí? Yo quería surcar los negros y densos cielos que se extendían por encima de aquellas sabanas del Magdalena medio. Volar, girar a la derecha, más a la derecha, esquivar torres de luz, brincar arroyos, mirar el cielo, subir más, coger una estrella, asirla, besarla, echarla en mi mochila junto con las lágrimas de mamá, volver a bajar, seguirvolando, firme, cruzar puentes, más y más pueblos, sentir frío, mucho frío, para luego, a lo lejos, divisar aquel manojo de luces cocuyosas, aquella ciudad brusca, y en ella, buscar luego mi casa, buscar a mamá, y entrar, tocar la puerta, no dos veces, sino tres, cuatro, mil, diez mil para luego entrar volando sin que ella me oyera, y metérmele a la cama, besarle la cien, hacerle un masaje en las manos, en los pies, decirle que la quería, y decirle que nunca más me apartaría de ella; que yo no era ángel, que no tenía alas, pero que me haría unas, que le diría a mi abuela que me las tejiera, con hilo y tela de color gris; sí, gris, para que no se ensuciaran cada vez que me elevara; que fueran grises tirando a oscuro para que se camuflasen en la noche, para que le hicieran creer a papá que yo no era su ángel; para que le hicieran entender a papá que yo no había venido al mundo para castigarlo pero tampoco para curarle su pasado.

En todo esto pensaba yo cuando papá mencionó a mamá, no sé en qué contexto o porqué. Y entonces recordé lo que ya sabía. Porque eso es el saber. El saber, había leído yo en una de mis fábulas de Samaniego, era recordar lo que ya sabíamos. Y yo ya sabía que mamá estaba lejos de mí, o mejor aún, que yo estaba lejos de ella, allí, en medio de muecos bondadosos que hablaban de muerte, de caballos que dormían de pie, de borrachos y ex-alumnas de papá envueltas un leve aroma a cigarrillo y perfume barato que hacían un alto en su caminar para saludarlo, refiriéndose a él con el nombre de “Profe” para luego despedirse diciéndole que tenía “un hijo lindo pero parco”. Yo estaba solo, agarrado a papá, gravitando en medio de aquella plaza, y frente a un sin número de muchachas con poca ropa encima, cogiéndome los cachetes, cargándome. Y así, de la nada, recordé que antes de salir a vacaciones de semana Santa, Antolín Vega, un cura español que hablaba como si quisiera imitar a Calderón de la Barca y para quien morder la hostia era pecado, nos había hablado de un lugar al que iríamos si comenzábamos a hacernos la paja y a “pensar en niñas”. Aquello lo recordé en el mismo instante en que el perrito que minutos antes había visto oliendo un pedazo de mierda de caballo, comenzó a ser perseguido por una nube de moscas. Con la constancia de una gotera, las alumnas de papá seguían chocándose con nosotros, una tras otra. Hola Profe, Hola Profe, decían ellas con una sonrisa enorme que dejaba al descubierto unos dientes amarillos y tergiversados. El verlas así, con sus muslos al aire y forrados en faldas de licra multicolor y barata, con manos de uñas color fucsia que olían a crema de manos barata, tan distinta a la que usaba mamá, y con un leve aroma a requesón y cigarrillo, me ayudó entonces a entender que esas pobres niñas nunca sabrían apreciar el verdadero valor de mis alas grises; que si ellas decían que yo era “muy lindo pero muy parco” era porque ellas mismas, en su absoluta burbuja de idiotez y pobreza, no podrían entender nunca que todos los seres humanos podían en cualquier momento apelar a la melancolía para liberarse de todo aquello que les asfixiaba. Por eso escondí mis alas. De nada valía dejarlas abiertas, aromando el aire podrido de aquel pueblo de mierda en el que me hallaba. 

Juan Esteban Villegas (Medellín 1985). Licenciado en literatura de la Universidad Estatal de Montclair (Nueva Jersey, E.E.U.U.). En septiembre del año en curso, comenzará un doctorado en literatura y cultura Latinoamérica, con énfasis en la novelística indigenista de la década de los 40s. Por ahora, se encuentra trabajando en su primera novela.


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